sábado, 26 de septiembre de 2009

Antón el de los Cantares por Francisco Arias Solís

ANTONIO DE TRUEBA
(1819-1889)

“Es menester que compongas,
Señor, un poquito el mundo,
porque se ha deteriorado
de tal modo, con el uso,
que el enterrador de Güenes
anda vestido de luto,
porque hace más de dos años
que no se ha muerto ninguno.”
Antonio de Trueba.

LA VOZ DE ANTÓN EL DE LOS CANTARES

Escritor vizcaíno que alcanzó gran notoriedad en el siglo XIX, Antonio de Trueba, con sus famosos cuentos realizó en el Norte de España una labor algo parecida a la de Fernán Caballero en el Sur, siendo muy leído; y al igual que Rosalía de Castro en sus Cantares gallegos, recopila cantares sobre conflictos humanos y pequeños episodios que parafrasean o glosan canciones populares de su tierra natal. De formación autodidacta, tenía gran fecundidad literaria. Canta en sus poesías los sentimientos sencillos y espontáneos del amor a la familia, al hogar, a la tierra, etc. Y como nos dijo el propio poeta vasco: "Fue autor de cantares y narraciones vulgares el que pensaba ser labrador".

Antonio María de Trueba y de la Quintana, conocido también como Antón el de los Cantares, nació en Montellano, Vizcaya, el 24 de diciembre de 1819. Hijo de humildes campesinos, se sintió atraído desde niño por la literatura al oír los romances de ciego, pero tuvo que abandonar pronto la escuela para cultivar la tierra y trabajar en las minas de su tierra natal. Al cumplir los quince años marchó a Madrid para evitar la primera Guerra Carlista. Según nos cuenta Trueba, en uno de sus cuentos: "Veinte fusiles se alzaron por un movimiento instintivo y sin obedecer a voz de mando alguna, y Carmen cayó atravesada de balazos al expirar en sus labios el grito de ¡Viva Carlos V! como su padre había caído al expirar en los suyos el de ¡Viva Isabel II! Mi madre que también había caído sin sentido casi al mismo tiempo, cuando le recobró, exclamó dirigiéndose a mi padre con las manos juntas, en señal de entrañable súplica, y los ojos ciegos de lágrimas: -¡Manuel, vendamos lo poco que tenemos para enviar a este pobre hijo de nuestra alma a donde Dios le libre de la suerte que aquí le espera! Quince días después iba yo camino de Madrid, destinado a la tienda y almacén de ferretería que en la calle de Toledo, número 81, tenía don José Vicente de la Quintana, primo de mi madre y hermano del venerable párroco de mi aldea y vicario del partido eclesiástico a que ésta pertenecía". En la ferretería robó tiempo al sueño para leer a nuestros escritores románticos. En 1845 consigue un puesto burocrático en el Ayuntamiento de Madrid, lo que le permite más tiempo libre para dedicarse a la literatura. En 1851 publicó su primer libro, El libro de cantares, que le dio a conocer en los ámbitos literarios, al tiempo que inicia sus colaboraciones en La Correspondencia de España, Correo de la Moda, El Museo Universal y La Ilustración Española y Americana. En un piso madrileño comparte esperanzas y amarguras con Luis de Eguílaz, el pintor Germán Hernández y algunos más, y en un local de veladas poéticas leían sus composiciones Trueba, Núñez de Arce, Pedro Antonio de Alarcón, Eulogio Florentino Sanz... El escritor vizcaíno también frecuentó la tertulia del Café de la Esmeralda -en la calle de la Montera-. Trueba inicia la publicación de sus cuentos, género en el que llegó a ser maestro, en los que narra los aspectos amables de la realidad. Algunos de ellos, alcanzaron gran popularidad y están recogidos en diversos volúmenes: Cuentos populares (1853), Cuentos de color de rosa (1854), Las hijas del Cid (1859) y Cuentos campesinos (1860). Muchos de estos cuentos tienen como escenario ambientes rurales del País Vasco.

En 1862, las Juntas Generales de Vizcaya proclamaron a Antonio de Trueba, Cronista y Archivero del Señorío, lo que determinó que el escritor se trasladara a Bilbao para el desempeño de sus funciones, y donde, pese a reconocer su precaria formación histórica, se dedicó a recopilar información para escribir "una modesta historia general de Vizcaya", que los disturbios políticos le impidieron concluir. A esta época pertenecen sus obras, Capítulos de un libro, sentidos y pensados viajando por las Provincias Vascongadas (1864), Defensa de un muerto atacado (los Fueros) por el Exmo. Sr. D. Manuel Sánchez Silva (1865), la novela histórica La paloma y los halcones (1865), Cuentos de varios colores (1866), El libro de las montañas (1867), Bosquejo de la organización social de Vizcaya (1870), El molinerillo (1871), La familia cristiana (1871-1872), Resumen descriptivo e histórico de M.N. y M.L. Señorío de Vizcaya (1872) y la novela costumbrista El gabán y la chaqueta (1872).

Tras el paréntesis de la II Guerra Carlista, que hubo de marchar a Madrid (1873) acusado de una supuesta simpatía hacia el carlismo, volvió a Bilbao donde fue rehabilitado, nombrado Padre de la Provincia (1876) y sigue publicando un buen número de obras: Narraciones populares (1874), Exposición dirigida a las Cortes de la Nación por las Diputaciones de las Provincias Vascongadas en 16 de junio de 1876 (1876), Curiosidades histórico-literarias de Vizcaya (1878), Cuentos de madres e hijos (1878), Arte de hacer versos al alcance de todo el que sepa leer (1881), De flor en flor (1882).

Entre sus obras póstumas destacan: El libro de los recuerdos (1898), Cuentos populares de Vizcaya (1905) y Cuentos de vivos y muertos (1909).

Antonio de Trueba elevó varios memoriales a las Cortes, en relación con lo que el consideraba, en defensa de las Tradiciones Vascongadas. "Terminada la guerra (la tercera guerra carlista) -escribía el escritor vizcaíno-, Don Antonio Cánovas del Castillo, ansioso de popularidad, creyó excelente medio de alcanzarla la presentación a las Cortes de un proyecto de ley abolitorio de los fueros vascongados, y en efecto se presentó, y apenas hubo senador ni diputado que se atreviera a arrostrar la impopularidad de negarle su voto".

En uno de los edificios de la plaza elegante y recoleta de los Jardines de Albia de Bilbao, falleció Antonio de Trueba el 10 de marzo de 1889 y en dicho lugar, el 10 de noviembre de 1895, se erigió en su honor, una estatua sedente realizada por Mariano Benlliure, que se costeó con los fondo recaudados entre los vascos de América y de Bizkaia. Y como dijo tan ilustre escritor vasco: "La guerra, que Dios maldiga, y sobre todo la guerra civil, no tiene entrañas ni conoce la justicia"

Francisco Arias Solís

La fórmula salvadora es paz, libertad y justicia.


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