DE CADIZ A LA HABANA EN LA VOZ DE CASTELAR
“Martí era un fanático, pero un fanático sublime, dotado, no de grandes facultades políticas, pues la nerviosidad indudable de su temperamento y el mesianismo connatural de su espíritu hacían de él un profeta o un héroe, más bien que un estadista...”
Emilio Castelar.
MARTI Y CASTELAR
La reacción de Emilio Castelar ante la muerte del poeta cubano José Martí queda recogida en uno de sus habituales comentarios acerca de la actualidad política que escribía para el periódico madrileño La Ilustración Artística. Con fecha 29 de marzo de 1897, en artículo que dedica a la evolución de la guerra de Cuba, aparece este comentario en torno a la dramática y trascendental noticia de la muerte de José Martí: “Martí era un fanático, pero un fanático sublime...” El tribuno gaditano tributa a Martí el elogio a lo que constituía, en último término, la clave de su personalidad: aquella atracción de las criaturas, aquella imantadora fuerza que concitaba en torno suyo el amor y el clamor de las muchedumbres. Es también curioso cómo Martí valora en Castelar la condición ardiente de la palabra de fuego: que sirve para definir su propia palabra: “La palabra de Castelar -escribía Martí-, flameante y brilladora, como la espada del ángel del Paraíso”, y en otro lugar dice: “El discurso de Castelar fue como una llama de colores, deslumbradora y ondulante”.
Castelar, de quien no vamos a describir ahora la amplitud ideológica de su generosa comprensión, sintió extraordinario interés por América, en cuyas revistas más importantes colaboró con asiduidad. Por lo que se refiere a la cuestión cubana, militó en el autonomismo, hablando con entusiasmo de “mi buen amigo el elocuente orador Montoro” y creyendo en la posibilidad de una política evolutiva. Esta era la posición que le dictaban, por una parte, su radical liberalismo y, por la otra, aquellas “razones del corazón que la razón no conoce”.
La raíz literaria, estética, de esta emoción la adquiere Castelar al leer las descripciones de la naturaleza cubana en el Diario de Colón. En su Historia del descubrimiento de América señala en efecto, “un cambio de tono” en la prosa del Almirante al arribar a tierra cubana: “Puede asegurarse que la mayor emoción despertada por el descubrimiento en su descubridor fue la emoción que le produjera Cuba”.
Y a continuación, Castelar nos da una maravillosa versión del texto colombino, en el cual halla una altura poemática que lo aproxima, dice, “a la expresión de clásica epopeya”, hasta el punto de que decide enfrentar la descripción del Almirante a las expresiones parejas en obras como la Eneida, Os Lusiadas y El Paraíso perdido, sin que halle en éstas elementos de superioridad manifiesta, por el enriquecimiento de valores que define el texto colombino, que le recuerda la “concisión sublime de los primeros versículos del Génesis”. Por este camino alcanza Castelar la correlación con la obra de Milton: “La escena de Adán en su comunicación primera con el Paraíso terrestre algo se parece de suyo a la comunicación primera de nuestro piloto con la espléndida naturaleza tropical de Cuba”.
Es interesante recoger este texto porque nos da la clave inicial de un tema castelarino que ha de reaparecer con frecuencia, no perdiendo ocasión de recrear con su opulenta pluma un paisaje que a él le era muy próximo y que conocía, además, por el trato de los poetas americanos de su tiempo.
Castelar -que no conoció América- crea con emotiva insistencia un clisé policromo que tiene sus raíces en él mismo y en su circunstancia. Esta naturaleza tropical que ama tanto es la que le rodea en el paisaje más entrañable de su existencia.
Todo el aparato escenográfico le sirve a Castelar para evocar, intencionadamente, la magnificencia del Descubrimiento colombino, relatando, una vez más, a sus lectores, las peripecias y las pesadumbres de la gesta del Almirante. Tanto esfuerzo y tanto dolor, piensa Castelar, merecen que España pueda seguir permaneciendo en Cuba. “Tantos martirios nos costó descubrir Cuba -escribe- y tales derechos tenemos a desear que sea española siempre y no desate los lazos que la ligan a su santa Madre Patria, nuestra España inmortal”.
El 23 de marzo de 1896, fecha del artículo que comentamos, Castelar creía todavía en una solución autonomista, la que procuraba don Rafael Montoro, al que Castelar denominaba “mi ilustre amigo”. Asombra -con la mirada de hoy- esta actitud del tribuno español. Cuba tenía ya resuelta su cita con la historia y acudía a ella como pueblo libre.
Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
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