martes, 8 de julio de 2008

Ernest Hemingway por Francisco Arias Solis

ERNEST HEMINGWAY
(1899-1961)

“El arte de los toros es un arte ligado a la muerte,
y la muerte lo barre todo. Pero no se pierde nunca,
en el fondo me diréis, ya que en todas las artes,
los progresos y los descubrimientos lógicos
son recogidos por algunos de los sucesores,
de modo que nada, en realidad, se pierde, si no es el hombre..”
Ernest Hemingway.

LA VOZ DE UN ENAMORADO DE LA MUERTE

“No se puede comprender bien la historia de España desde 1650 hasta hoy –decía José Ortega y Gasset -, quien no se haya construido con rigurosa construcción la historia de las corridas de toros...”. Lo vio así Ernest Hemingway, enamorado de España, premio Nobel, que en varias de sus novelas se centra sobre lo español. Con independencia y libertad entra Hemingway en el mundo de los toros. Entra entusiasta, pasionalmente. Dice lo que siente. Está en los conciliábulos, en el patio de caballos, en la barrera y en el callejón. Habla con los toreros, con los críticos, con “aficionados” y pasando todo por el tamiz de su alma sensible, cuenta luego “su verdad”.

Ernest Miller Hemingway nace en Oak Park, Illinois, el 21 de Julio de 1899. Hijo de un médico de Chicago, desde muy niño el periodista y novelista norteamericano recibe de su padre una gran afición al campo, a la caza y a la vida al aire libre. Esto, unido a su espíritu aventurero, definen su existencia. Comienza a trabajar pronto como reportero del Kansas City Star. Posteriormente se incorpora al Toronto Star, del que sería corresponsal en Europa. Fue gravemente herido durante la primera guerra mundial, donde se encontraba como voluntario de la Cruz Roja en el frente italiano. Esta traumática experiencia condicionó fuertemente su vida, lanzándolo a cometer actos arriesgados o heroicos como exorcismo contra el miedo, y su obra, en la que el valor, a pesar de su inutilidad, es presentado como la única justificación de la existencia del ser humano. En España (1922) asiste a las fiestas de San Fermín en Pamplona, donde las corridas de toros le impresionan de tal manera que su pasión taurina es una constante de toda su vida. Fue corresponsal en España durante la guerra incivil (1937-1938), su apoyo y simpatía por la causa republicana le lleva a colaborar en el rodaje de la película Tierra de España. Escribe entonces su única obra de teatro La Quinta Columna. En la segunda guerra mundial toma parte en la invasión de Normandía y entra en París con su unidad de partisanos, participa también como corresponsal, en la guerra chino-japonesa en 1941, y vive los primeros momentos de la revolución castrista en Cuba. En París entró en contacto con Gertrudis Stein, Ezra Pound, Scott Fitzgerald y otros componentes de la llamada “generación perdida”.

Su espíritu libre y su concepción del mundo y de la existencia, basados en la idea de que el hombre debe hacer frente a su destino e incluso ser dueño de él. (“El hombre no está hecho para la derrota –escribía-; un hombre puede ser destruido pero no derrotado”), le llevan a ser consecuente incluso en el último acto de su vida: aquejado de una dolencia mortal, Ernest Hemingway se suicida con una escopeta de caza el 2 de julio de 1961, en Ketchum, Idaho.

Hemingway, uno de los más importantes epígonos del romanticismo artístico y vital, estuvo empeñado siempre en transmitirnos una imagen vitalista y aventurera; que el mismo fomentó hasta el exhibicionismo, se conformaba perfectamente con la idea que se tenía en Europa de lo que debía ser un novelista norteamericano contemporáneo: aventurero, deportista, bebedor, autodidacta, aficionado a la universidad de la vida y a la inmediatez del periodismo, hombre de acción enamorado de la caza mayor o de la pesca de altura, de los toros y el boxeo, de la belleza y la muerte.

Su estilo se caracteriza por el vivaz realismo de sus descripciones, en las que la acción sustituye al desarrollo psicológico (ciertos fragmentos de sus novelas valen por excelentes reportajes), y un indiferentismo moral algo corregido en su última época por un difuso sentimiento de solidaridad humana. La eficacia y expresividad de su estilo sencillo y directo, lleno de imágenes precisas y descripciones de variados ambientes, le hicieron alcanzar gran éxito. Fue galardonado con el premio Pulitzer por su novela El viejo y el mar (1953), y en 1954 le fue concedido el premio Nobel de Literatura. Dio a conocer al mundo entero la ciudad de Pamplona y los sanfermines, cuyos toros “corre” por las calles de la capital navarra.

Entre los títulos más relevantes de sus novelas se cuentan: Tres historias y diez poemas (1923), En nuestro tiempo (1924), Los torrentes de primavera, También sale el sol (1926), Hombres sin mujeres, Fiesta brava (1927), Asesinos (llevada a la pantalla con el nombre de Forajidos), Adiós a las armas (1929), novela en cierta medida autobiográfica en la que desarrolla uno de los temas recurrentes: la necesidad de los amantes de tener una “paz separada” del mundo, Muerte en la tarde (1932), ensayo sobre las corridas de toros, Las verdes colinas de África (1935) , Las nieves del Kilimanjaro (1936), Tener y no tener (1937), sobre el contrabando de alcoholes, Los primeros cuarenta y nueve cuentos (1938), Por quién doblan las campanas (1940), su obra de mayor éxito comercial; además de ser un relato de amor y guerra, que tiene como fondo la tragedia colectiva del pueblo español, es una honda reflexión sobre la condición humana y sobre el destino del hombre, y A través del río y entre los árboles (1950), ambientada en escenarios de la segunda guerra mundial fue muy censurada por la crítica. En 1953, publica uno de sus más bellos relatos, la novela corta El viejo y el mar. Su última obra El verano sangriento (1960), es una novela que tiene por motivo la rivalidad entre dos toreros. Después de su muerte aparecieron París era una fiesta (1963), recuerdos de su juventud, e Islas a la deriva (1970).

En nuestro país Hemingway “ve” los toros como un arte. Vive la guerra civil, va y viene una y otra vez. En el pueblecito malagueño de Churriana, escribe largas temporadas. Parecía un apóstol con su barba blanca. En sus días siguiendo todas las ferias importantes y sus corridas de toros, vio Hemingway muchos toros y muchos toreros. Desde “El Niño de la Palma” a su hijo Antonio. Dijo muy claramente que Antonio Ordóñez era el mejor torero que vieron sus ojos. Y en el mundo de los toros, Hemingway era el mejor novelista.

Casi cincuenta años después de su muerte, Hemingway sigue siendo el autor norteamericano más conocido –y más leído- de la primera mitad del siglo XX. Y como dijera el gran escritor norteamericano: “El gran artista va entonces más allá de lo que ha sido hecho o conocido hasta entonces, y hace su propia obra”.
Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias


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Gracias.

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