martes, 12 de agosto de 2008

Sócrates por Francisco Arias Solis

SÓCRATES
(470-399 a.C.)

“Sólo sé que no sé nada; y esto cabalmente
me distingue de los demás filósofos,
que creen saberlo todo.”
Sócrates.

LA VOZ DEL FUNDADOR DE LA FILOSOFIA GRIEGA

No dejó escritas sus doctrinas Sócrates, dándose el raro caso de que del fundador indiscutible de la filosofía griega no podemos mencionar ni una sola obra; pero nos sirve de guía lo que nos han transmitido sus discípulos, como Platón y Jenofonte; y también los escritos de Aristóteles. En la Apología de Sócrates, de Platón, le vemos como si viviera aún, y admiramos su entereza de ánimo al defenderse, como jugando con la muerte, de las acusaciones de impiedad y de corruptor de la juventud de que le hicieron víctima los enemigos que su ironía y su afición a presentar la verdad desnuda le suscitaron. Melito, Anyto y Licón fueron los tres acusadores, representando el primero a los poetas, el segundo a los políticos y artistas, y el tercero a los oradores. A todo les había estando demostrando uno y otro día que nada sabía, aunque pretendieran saberlo todo. “Convencidos así de ignorancia –le hace decir Platón a Sócrates-, se vuelven contra mí y no contra ellos, y van diciendo por ahí que hay un tal Sócrates que es un malvado y un infame corruptor de jóvenes. Y cuando se le pregunta qué es lo que hace o enseña, no saben decirlo; pero por no quedarse corridos, acuden a las censuras que ordinariamente suelen hacerse a los filósofos, y dicen que inquiere lo que pasa en el cielo y en la tierra, que no cree en los dioses y que hace buenas las causas peores, porque no se atreven a decir la verdad de los hechos sorprendida por Sócrates cuando descubre que, aparentando saber, no saben”. Y este hombre que ha de defenderse de una sentencia de muerte, se entretiene serenamente en disquisiciones dialécticas con sus acusadores, enfureciéndolos más y más; diciéndoles que sólo Dios le parece que es verdaderamente sabio, que la diferencia que hay entre él, Sócrates, y los demás, estriba en que él sabe que no sabe nada, mientras los otros no sabiendo nada creen saberlo todo; que no ignora que con lo que dice va enconando más la llaga, que no le inquieta el peligro de muerte; que ésta no es un mal, sino un gran bien; que él es incapaz de ceder ante nadie por temor a morir, como demostró en la única ocasión que fue senador, primero cuando Atenas estaba gobernada por el pueblo y luego bajo el poder de los Treinta Tiranos.

Cuando después de deliberar los jueces, le condenan a muerte, tal vez, en gran parte, exasperados por su misma actitud, les dice que si piensan que les basta con matarle a los que le acusan de vivir mal, se engañan; que él va a ser entregado a la muerte, pero ellos, por la fuerza de la verdad, serán entregados a la infamia y la vergüenza, porque contra ellos se elevarían muchas gentes, reprendiéndoles. Sea de Platón, sea de Sócrates, como se nos presenta todo lo hasta aquí transcrito, el hecho es que la inmortalidad ha sido el premio conseguido por el segundo, quien sacrificó sus intereses, hasta quedar en la pobreza, su familia y su vida misma, por no faltar a la verdad, por cuidar de la virtud ajena y por su constante amor a la Filosofía. “Atenienses, tened presente que yo no puedo obrar de otro modo –decía Sócrates, en su defensa ante el tribunal que le condenó a beber la cicuta-, ni aunque se me impongan mil penas de muerte...”

Con Sócrates se inicia en Grecia el rumbo que definitivamente habría de tener la filosofía en el futuro. Deja de ser ésta una especulación centrada en el mundo físico para volver a su mirada al hombre; es profundamente significativo el que todo el largo periodo del pensamiento griego se denomine “presocrático”. Sócrates es un genial maestro del saber, un héroe de su propia vocación, una gigantesca figura que sigue viva, apasionante y enigmática, después de veintiséis siglos.

Sócrates nació en Alopeke, Ática, en el año 470 a.C. y falleció en Atenas, en el 399 a.C. Hijo de un escultor y de una comadrona, siente muy joven la llamada a la tarea de enseñar a sus conciudadanos y se entrega a ella totalmente. Sus biógrafos le describen humilde, honesto, irónico, arrastrando tras de sí a la juventud ateniense. Sócrates aparece a primera vista como un sofista más, cuando es precisamente la antitesis del sofista. Su palabra y su ejemplo generan una auténtica revolución espiritual, que concita la enemistad de muchos dirigentes.

La actitud de Sócrates era irritante. Deambula por Atenas y, como ignorante, pregunta a todos acerca de las cosas que él ignora; pero resulta que, al final, los ignorantes suelen ser los otros. Esta actitud es la ironía socrática, que combina con la mayéutica o “arte de partear los espíritus”, es decir, de llevar al interlocutor a conocer la verdad. Pero la verdad que busca Sócrates es una verdad universal, es decir, una definición; quiere saber qué es la justicia, qué es la belleza, etc., es decir, está poniendo las bases para la teoría del conocimiento que desarrollarían después Platón y Aristóteles. Por eso, este último dice, en su Metafísica, que a Sócrates hay que atribuir, con justicia, dos cosas: los conceptos universales y el razonamiento inductivo.

La gran preocupación de Sócrates fue moral. Puede afirmarse que él crea la Ética como rama de la Filosofía. El centro de la ética socrática es el concepto de virtud; para Sócrates la virtud se identifica con el saber, esto es, quien conoce lo que es el bien lo practica necesariamente. El pensamiento de Sócrates se continúa en los filósofos llamados socráticos, de los que Platón es el de mayor categoría. Y como dijo el genial maestro del saber: “Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia”.

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias

No disparar donde haya niños. Stop.
En la gloria no necesitamos más ángeles.
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