sábado, 26 de abril de 2008

Christopher Marlowe por Francisco Arias Solis

CHRISTOPHER MARLOWE
(1564-1593)

“¿Quién ha amado, que no haya amado
a primera vista?”
Christopher Marlowe.

LA VOZ QUE DIO VIDA A LA TRAGEDIA INGLESA

Christopher Marlowe representa, se ha dicho, “lo mejor y lo peor de aquellos tiempos”. Es casi el único de los dramaturgos anteriores a Shakespeare cuya fama se ha sostenido en el extranjero. Fue un maestro en el empleo del verso blanco, en el que compuso todas sus obras, estableciendo así la norma isabelina de expresión dramática.

Christopher Marlowe nació en Canterbury, Kent, el 26 de febrero de 1564 y falleció en Deptford Strand, cerca de Londres, el 30 de mayo de 1593. Hijo de un zapatero, estudió en King’s School y en Corpus Christi College de Cambridge y finalizó su bachillerato de las artes en 1584. En 1587 se trasladó a Londres, donde llevó una vida turbulenta –que truncaría su asesinato en una taberna-, tuvo una breve carrera de actor y alcanzó notables éxitos como dramaturgo.

Su genio dramático, audaz y lleno de inspiración poética, supo expresar el espíritu vitalista de la época isabelina y ejerció una notable influencia en el romanticismo. En el plano estilístico es de señalar que, con él, el verso blanco adquiere carta de naturaleza escénica.

Sus cuatro más renombradas obras, escritas en pocos años, son Tarmelán el Grande (1587-1588), sobre el conquistador mogol Timur, La trágica historia del doctor Fausto (1588 ó 1592), enérgica recreación de la conocida leyenda y antecesora de la obra de Goethe, La famosa tragedia del rico judío de Malta (1589), Eduardo II (1592), drama histórico, la más madura de sus piezas. Por la serie de horrores y de magnificencias que contienen, las cuatro se parecen. De la primera hay que señalar el estilo enfático y declamatorio desde el título; la segunda tuvo la suerte de inspirar a Goethe su Fausto, y a pesar de todos sus defectos, presenta un carácter y una acción verdaderamente trágicos, porque el protagonista es un creyente, después de todo, terriblemente atormentado por los remordimientos, Marlowe supo terminar y suavizar su obra con la aparición de Elena, como ideal espléndido de la belleza femenina, y con las palabras que pronuncia el coro, que, a la manera griega, conservó el autor, haciéndole decir poéticamente: “cortada está la rama que pudo haber crecido y prosperado; quemada la rama del laurel de Apolo que antes coronó a este hombre de ciencia. Fausto ha dejado de existir”. Marlowe fue acusado de ateo y de blasfemo, y si escapó a la cárcel y al tormento se debió a su muerte; pero en La trágica historia del doctor Fausto el poder de Dios no se desafía sin el consiguiente castigo, y el final, contiene su moraleja.

En cuanto a La famosa tragedia del rico judío de Malta y Eduardo II, las otras dos obras capitales del autor, se considera que la primera inspiró probablemente a Shakespeare para escribir su Mercader de Venecia, aunque no pase mucho de ser una desagradable serie de crímenes y de horrores amontonados sin discreción, hasta resultar inverosímiles de puro exagerar la nota de maldad. Si ésta fue la fuente a que acudió el creador de Shilock, hay que darle una vez más la razón al historiador literario que dijo que Shakespeare supo convertir en oro el plomo. También Eduardo II le sirvió de modelo para sus crónicas dramáticas, que sabían mejorar lo que imitaban, aunque Eduardo II contenga escenas muy dignas de elogio. En la historia presentada en cuadros, que van desfilando a nuestra vista, harto sangrientos y terribles, por lo general. Pero pese a todos sus defectos, Marlowe tuvo de vez en cuando atisbos geniales de poeta, y a él afirman sus críticos se debe el haber llevado a la perfección el verso libre de Chaucer y el haber dado vida a la tragedia inglesa.

Marlowe también compuso dos dramas menores Tragedia de Dido, reina de Cartago (1594), completada por el dramaturgo inglés Thomas Nashe, y La matanza de París (1600). Entre sus obras poéticas no dramáticas destacan dos “sextiadas” de Hero y Leandro (1593), continuado luego por otros poetas, y el idilio El pastor apasionado (1599). Tradujo también pasajes de Ovidio y de la Farsalia de Lucano. Y como dijo el poeta y dramaturgo inglés: “La dulce Elena me vuelve inmortal con un beso; sus labios extrajeron mi alma, la cual revolotea por el espacio”.

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
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