JACINTO GRAU DELGADO
(1877-1958)
“Toda la España burguesa pasada ha sido la imagen
de la prudencia, disfrazada de sensatez. Ni un solo político
ni dirigente creyó en el pueblo, ni en nuestro destino.
Toda afirmación vigorosa daba al que la sostenía
la categoría de iluso, es decir, de hombre ineficaz.”
Jacinto Grau.
LA VOZ DE HONDA RAIZ INTELECTUAL
Jacinto Grau formó parte de un grupo colindante a la generación del 98, y algunos de sus críticos le incluyen en la misma, ya que como autor coincide en lo esencial con sus compañeros de generación, atestiguando en todo momento su preocupación por el tema español. Pero, por desgracia, su vida y su obra se realizaron fuera de España, en los países centroeuropeos y en Sudamérica, privándole de un clima que, dado su rigor, hubiera constituido un saludable contrapunto para su haber literario. Aunque Jacinto Grau nació en Barcelona, sus dramas fueron más conocidos en París, Londres, Berlín, Praga y Buenos Aires, que en España. Como dramaturgo Grau se prohibió el camino fácil que le brindaban el realismo y la alta comedia, luchando por la renovación del teatro. Su teatro bastante relegado en su época resulta hoy el menos momificado de la época, el que más se acerca, sobre todo Pigmalión, a las nuevas corrientes del absurdo y del intelectualismo escénico.
Jacinto Grau Delgado nació en Barcelona el 6 de abril de 1877 y falleció en Buenos Aires el 14 de agosto de 1968. Hijo de padre catalán y madre andaluza, a los cuatro meses de edad perdió a su padre. Estudió Derecho en las Universidades de Valencia y Barcelona. Perteneció al Cuerpo Técnico de Bibliotecas y Museos de España. Fue embajador del gobierno republicano durante la guerra civil. Colaboró en la revista Hora de España, en la que publicó un interesantísimo artículo titulado “Diario íntimo de estos días”, en el que señala: “Son estos renglones un breviario de días trágicos, diversos, como el panorama del mundo, pero convergentes a una misma emoción a una preocupación dominante: la actual realidad española”. Grau se exilió en 1939, y no es sorprendente que se fuera a Buenos Aires, la ciudad con más vida teatral de toda Hispanoamérica, donde vivió el resto de su vida.
Aunque comienza su producción literaria con una novela Trasuntos (1899), escrita cuando se gestaba en España el modernismo y elogiada por Maragall, pronto se dedica al género que va a ocupar la parte más importante de su dedicación artística, el teatro. Sus obras dramáticas, de gran hondura intelectual y propósito didáctico, no tuvieron éxito en España, pero sí en el extranjero. Grau quiere rescatar el teatro de la trivialidad y convencionalismo burgués en que se encontraba. Intenta superar la escena naturalista, apegada a lo cotidiano. Su teatro es profundamente simbólico, con temas dramáticos, caracteres profundos y un cierto hálito poético. El protagonista-héroe de sus dramas suele ser el superhombre nietzscheano, el hombre de la voluntad.
Su producción teatral evoluciona desde la tragedia a la farsa, por lo que podemos distinguir dos épocas: de 1899 a 1921 y de 1921 a 1958. Al primer período corresponden la comedia lírica Las bodas de Camacho (1903), Entre llamas (1905), El conde de Alarcos (1907), tragedia poética basada en el romance del mismo nombre, El tercer demonio (1908), En Ildaria (1918), fábula política, y El hijo pródigo (1918), tragedia bíblica en la que se mezclan los temas de Fedra, el de Sara y el de Job. Al segundo período, el de sus obras más logradas, pertenecen El señor de Pigmalión (1921), “farsa tragicómica de hombres y muñecos” en la que se plantea el tema pirandelliano de la relación del autor con sus criaturas –muñecos que se convierten en hombres y viceversa-; esta obra, en la que se presenta una imagen degradada de la sociedad humana, es la que obtuvo mayor éxito. Otras farsas de esta segunda época son Los tres locos del mundo (1930), La casa del diablo (1942), Destino (1945), Tabarín (1946), Las gafas de Don Telesforo (1949), Bibí Carabé (1954) y En el infierno se están mudando (1958).
De honda raíz intelectual, Grau, quiso examinar los grandes mitos históricos en las tablas, con las obras Don Juan de Carillana (1913) y El burlador que no se burla (1930), en los que explora las notas esenciales de la personalidad de Don Juan, y con el ensayo Don Juan en el tiempo y en el espacio (1953). Por último, fruto de su pasión por la obra de Unamuno, hay que citar el ensayo Unamuno y la angustia de su tiempo (1943). Y como dijo nuestro intelectual exiliado: “La prudencia es el signo más funesto de la decadencia de un pueblo”.
Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
WIKIPEDIA: http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Arias_Sol%C3%ADs
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Gracias.
miércoles, 23 de abril de 2008
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