lunes, 28 de abril de 2008

Klopstock por Arias Solis Francisco

FRIEDRICH GOTTLIEB KLOPSTOCK
(1724-1803)

“Aquel que tiene una opinión de sí mismo,
pero depende de la opinión y los gustos de los demás,
es un esclavo.”
Friedrich Gottlieb Klopstock.

LA VOZ QUE RESUENA MAJESTUOSAMENTE

Faltaba a la poesía alemana de su tiempo un representante del ideal religioso, y Klopstock lo fue, dejando honda huella aun fuera de su país, pues, al fin y al cabo, aquel mismo fervor místico que movió al poeta alemán es el que se refleja en el original poema que escribió más adelante el poeta nacional de Dinamarca Oelenschlaeger, y al cual dio el raro título de Vida de Jesucristo, representada en las estaciones del año. La obra de Klopstock ha sido muy bien comparada a un gran oratorio de un gran músico y respecto a la impresión que produce su lectura desde las primeras páginas, no estuvo desacertada Madame de Stäel al decir que era como se siente al penetrar en unas de esas severas catedrales que invitan al recogimiento. Pues bien: el órgano que en esta resuena majestuosamente revela la mano de un maestro superior a todos los de su tiempo, por la inspiración, tanto como por la ciencia. Y esto es, principalmente, lo que aquí nos interesa hacer constar por su trascendencia.

Por el año de 1748, aparecían, en el diario que se publicaba en Brema, los tres primeros cantos de Der Messias, el poema de Klopstock, y con él comenzaba el gran período clásico de la literatura alemana, que va desde aquel año hasta 1805, en que murió Schiller. La impresión producida por aquellos tres primeros cantos, no en versos rimados, como de costumbre, sino en hexámetros, fue inmensa, algo como si entonces se hubiera revelado realmente el genio nacional, como si despertara de su sueño una gran literatura. Con la aparición de Klopstock, se inicia en la literatura alemana la edad de oro.

Friedrich Gottlieb Klopstock nació en Quedlinburgo el 2 de julio de 1724 y murió en Hamburgo el 14 de marzo de 1803. Era un estudiante de Teología y preceptor, de no más de veinticuatro años de edad, cuando publicó los primeros cantos de su gran poema La Mesíada (1748-1773) . Gracias a esa publicación, apoyada con entusiasmo por Bodmer y combatida por Gottsched, se vio de pronto aquel estudiante convertido en jefe de una escuela que había de enaltecer después Goethe y Schiller. Faltaban a la literatura alemana obras geniales, y entusiasmado Klopstock con la lectura de Milton, creyó que también él era capaz de producir una. Del resultado obtenido da idea esta frase de Schlegel: “llegó a ser el fundador de una época nueva y el padre de la actual literatura alemana”.

La mayor dificultad con que había de luchar aquel estudiante era que no contaba con recursos ni medios seguros de ganarse la vida, y ese inconveniente para perseverar en su trabajo se lo solucionó la generosa ayuda del rey de Dinamarca Federico V, quien por medio de su embajador le ofreció una pensión que le permitiera seguir escribiendo su poema, con la condición de irse a vivir a Copenhague. Aceptó el poeta, y su residencia allí duró veinte años. No quedó en ellos, sin embargo, terminado aún el poema, sino sólo a los veinticinco, en la misma Alemania, cuando a ella tuvo que regresar el poeta. Camino a la capital danesa conoció a la escritora, con la que contrajo matrimonio en 1754, Margareta Möller (cantada por él bajo el nombre de Cidli o Cidalia en el mismo poema), que más tarde escribiría: “Yo he asistido, por decirlo así, al nacimiento del poema...” Y añadía que: “completamente absorto por la sublimidad de éste, se le escapaban, a veces, al autor lágrimas de piadoso enternecimiento al escribir”. Fecundo resultó aquel período de ausencia de la patria, pues, además de los cantos de La Mesíada, escribió otras notables producciones como sus célebres Odas (1774) y parte de su trilogía dramática basada en el héroe legendario Arminio (1769-1787); pero el gran poema que tiene veinte cantos, es verdaderamente la obra de toda su vida. Si por un lado tal extensión y empeño son garantía de serio y sostenido esfuerzo, son también por otro su mayor defecto, porque el autor no contó con la fatiga del lector, producida por lo que podría llamarse monotonía de lo sublime y por la misma naturaleza del asunto escogido. Es éste, en rigor, una continua poetización del Evangelio, el libro de un pietista con muy altas y ambiciosas dotes de poeta. A sus setenta años de edad Klopstock, nuevamente contrajo matrimonio con Johanna Elisabeth von Winthem, viuda y sobrina de su esposa anterior.

De la alta inspiración lírica de Klopstock dan fe, además de no pocos fragmentos de su poema, la serie de odas que escribió que muchos críticos colocan por encima de La Mesíada. El hecho innegable es que de la nota sublime llega a la de una delicadeza encantadora, sin esfuerzo, inesperadamente, como él aprendió en los grandes maestros antiguos, de cuya poesía se había nutrido. La religión, la patria y la amistad, la cual para él constituye algo poco menos que sagrado, son sus asuntos favoritos, y el pretexto para elevar el pensamiento a grandes alturas, porque en la altura es donde suele gozarse su fantasía, y eso es lo que hasta él, había faltado en la poesía alemana. Johann Jacob Bodmer le llamó “poeta de la religión y de la patria”.

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
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