ARMANDO PALACIO VALDES
(1853-1938)
“Triste es llegar a una edad en que todas las mujeres
agradan y no es posible agradar a ninguna.”
Armando Palacio Valdés
Triste es llegar a la edad en
LA VOZ DE UN APOLOGISTA DE LA VIDA CAMPESTRE
Las obras de Armando Palacio Valdés alcanzaron en tiempo extraordinaria difusión, tanto en España como en el extranjero, hasta el punto que se puede afirmar que fue uno de los novelistas más leído y traducido.
Palacio Valdés, como la Pardo Bazán, comienza a escribir en la década del 80, la gran década realista, pero lo mismo que la escritora gallega, intenta, desde el primer momento, buscar nuevos caminos a un realismo floreciente pero, al parecer, sin futuro. Toda la obra novelesca de Palacio Valdés, anclada en este descubrir caminos, adolece de una falta de unidad notable. El escritor asturiano publica novelas naturalistas, realistas, psicológicas, dualistas y hasta novelas “rosas”. Sin embargo, todo a lo largo de su extensa obra, se va perfilando un mundo personal, e incluso personalísimo. Palacio Valdés es el primer novelista subjetivo de la generación del 68.
Armando Palacio Rodríguez-Valdés nace en Entralgo, aldea asturiana, el 4 de octubre de 1853. De familia acomodada, pasó su infancia en Avilés y Entralgo, estudió el bachillerato en Oviedo, donde trabó íntima amistad con Clarín. Pasa luego a Madrid para cursar la carrera de Derecho Se dio a conocer como crítico, colaborando en la Revista Europea, de la que llegó a ser director. En 1906 fue elegido académico, pero no ingresó en la Academia hasta 1920. Antes, y durante la primera guerra europea, había actuado como corresponsal en París; sus artículos fueron recogidos en el libro La guerra injusta. En los años 1927 y 1928 se le propuso para el premio Nobel. Palacio Valdés murió en Madrid el 28 de enero de 1938.
Desde 1881, fecha de la aparición de El señorito Octavio, hasta 1931, en que se publica Sinfonía pastoral, la producción novelística de Palacio Valdés se desarrolla en dos docenas de obras de tema y ambiente distintos. Acaso la nota predominante sea la regional y costumbrista; y atendiendo a ella, es decir, a los diversos escenarios en que sitúa la acción, se establecen los siguientes grupos. Novela asturiana: El señorito Octavio, El idilio de un enfermo, El cuarto poder, La fe, La aldea perdida, Marta y María, Sinfonía pastoral; novela madrileña, La espuma Riverita y Maximina, Papeles del doctor angélico, Tristán o el pesimismo; novela andaluza, La hermana de San Sulpicio, Los majos de Cádiz y Los cármenes de Granada. Completan la producción de Palacio Valdés: La novela de un novelista, El gobierno de las mujeres y La alegría del capitán Ribot.
La novela de Palacio Valdés nos ofrece un amplio panorama de la vida española durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Casi todas las clases sociales y profesiones u oficios hallan en ella representación. Sorprende un poco en esta producción la ausencia de problemas políticos, sin duda Palacio Valdés considera la política como algo secundario en la vida de una nación, algo vinculado en sus manifestaciones al nivel cultural y moral del pueblo.
A pesar de sus méritos, la estimación de Palacio Valdés ha sufrido un gran descenso en los últimos años. Sin duda ello se debe al profundo cambio operado en el concepto tradicional de la novela. Palacio Valdés no fue, nunca quiso ser, ni un estilista ni un psiquiatra. Simplemente se propuso, entretener y distraer. Si de paso aventaba en el alma del lector ciertas inquietudes o planteaba problemas, mejor para él.
El paisaje sirve a Palacio Valdés para justificar muchas cosas; no es un fin, es un medio. Novela de exaltación de los elementos de la Naturaleza, mar o montaña, valle de pradería pone en contacto y en contraste dos tipos de vida y de civilización: la natural y la artificial de la ciudad y el campo. Nos hallamos, quizá sin propósito deliberado del autor, ante una novela de tesis desarrollada siempre con un ideario similar: apología de la vida campestre.
El realismo que defiende Palacio Valdés no debe entenderse como copia fiel de la realidad, sino como recreación poética de la misma: el artista depura lo que haya debajo y repugnante de la vida. “No hay que olvidarse –decía Palacio Valdés- de que el novelista es, ante todo, un poeta”.
Francisco Arias Solis
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La peor paz es mejor que la mejor guerra.
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Gracias.
lunes, 27 de abril de 2009
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