lunes, 16 de marzo de 2009

Vicente Blasco Ibánez por Francisco Arias Solis

VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
(1867-1928)


“Si la cosecha era mala, se hacían economías
sobre el trabajo de los braceros y sobre
los gazpachos que los alimentaban.”
Vicente Blasco Ibáñez.


LA VOZ DE UN NOVELISTA CON LUZ PROPIA


Blasco Ibáñez estaba predestinado a asumir la más evidente representación del naturalismo español. Y de su “hecho diferencial”. Comenzó imitando a Zola. Nunca se recató de decirlo ni quiso disimular el origen mimético de su estilo. El materialismo vital, que según dijo, a raíz de publicar su primera novela Arroz y tartana (1894), “alimentaba” su pensamiento.

Releer hoy a Vicente Blasco Ibáñez nacido en Valencia el 29 de enero de 1867 es una experiencia muy interesante. Y muy aleccionadora. Por lo pronto observamos que si nos hallamos lejos de su manera de ver y hacer en muchas ocasiones, a lo largo de la lectura, en otras, nos sentimos captados y sorprendidos al descubrir valores estéticos que no sospechábamos.

Blasco sabe exponer, contar. Sabe colocar a cosas y seres en sus términos justos y domina la perspectiva en el paisaje. Gracias a Blasco Ibáñez tenemos estas páginas descriptivas de ese trozo espléndido de la naturaleza y el paisaje español que es la tierra valenciana.

Cuando tenía dieciséis años, Blasco se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia. Escribe en varias revistas literarias y políticas y se graduó en derecho en 1888. Blasco organizó varias manifestaciones políticas, contra los gobiernos de Sagasta y Cánovas y de la guerra cubana. A veces Blasco fue exiliado por su radicalización y en 1896 fue encarcelado durante seis meses. A pesar de su actividad política, Blasco Ibáñez era el novelista más popular y de más éxito de su época.

Blasco Ibáñez en su obra no fue nunca cursi. Era lo suficientemente rudo para compensar con ello en sus libros toda la tendencia a la cursilería. Jamás tuvo la mentalidad de nuevo rico, aunque llegó en muy pocos años, de un mediano pasar de forzado de la pluma, al asombro de una riqueza escandalosa.

Las obras de Blasco, clasificadas como arqueológicas o históricas, que son las menos logradas de su producción adolecen de falta de veracidad y de vida. Es el caso de Sónnica la cortesana, El Papa del mar, En busca del Gran Kan, A los pies de Venus, etc.

Lo que verdaderamente queda y tiene un valor permanente en la numerosísima producción del autor son ante todo sus novelas del país valenciano. En esta línea se encuentran: Flor de Mayo, Entre naranjos, Cañas y barro, Arroz y tartana y La barraca. En ellas, además, nos encontramos frente a frente con una estupenda galería de retratos en la que se hallan las más variadas tipificaciones humanas, el usurero de Arroz y tartana; el bárbaro Pimentó, de La barraca, una de las novelas de más cruel realismo de toda la literatura española, en la que Blasco, a partir del personaje Batiste, va convirtiendo en protagonista a toda la huerta valenciana; la Neleta de Cañas y barro, a solas con sus remordimientos, mientras su amante se suicida....

Más que novelas de tesis, La catedral, La bodega (el campo andaluz con su señoritismo feudal, jerezano por más señas), y otras, son novelas doctrinales que dejan ver demasiado su perfil de arenga.

Su libro de mayor éxito internacional, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, escrito en París durante la guerra del 14 y que, por el clima psicológico existente en la Europa de entonces y otras circunstancias de índole editorial, dio, varias vueltas al mundo. Libro al galope, se fue como vino, y hoy no lo lee nadie.

Vicente Blasco Ibáñez muere en Menton (Francia) el 28 de enero de 1928. “Vicente Blasco Ibáñez –escribía Ramón Gómez de la Serna-, el animador del habla y de la vida, ha muerto”.

Se ha equiparado con frecuencia y con acierto el arte literario de Blasco Ibáñez con el arte pictórico de Sorolla. Existe, indudablemente, esa semejanza, a condición de que admitamos que el naturalismo de Blasco es un naturalismo soleado, como es también soleado el impresionismo de Sorolla. La fuerza de Blasco Ibáñez fue su vocación. Es decir, la sangre, también soleada, porque en verdad que tanto Sorolla como Blasco llevaban la luz de su tierra en ella. Y como dijo el poeta: “Tierra donde la luz radiosa y brava / se desborda de un sol de oros sutiles, / y donde nunca acaba / de ahitarse el florecer de los abriles”.


Francisco Arias Solis
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