sábado, 21 de noviembre de 2009

Francisco Cerdá y Rico por Francisco Arias Solís

FRANCISCO CERDÁ Y RICO
(1739-1800)

“Si el agua te es placentera,
hay allí fuente tan bella,
que para ser la primera
entre todas, sólo espera
que tú te laves en ella.”
Gaspar Gil Polo. La Diana enamorada.

LA VOZ DE UN HUMANISTA

Cerdá fue sustancialmente un bibliófilo, como su maestro Mayáns, amaba apasionadamente cuanto representaba el humanismo español del siglo XVI. Dedicó toda su vida a la publicación de textos antiguos con el propósito de poner al alcance del lector obras de difícil o imposible acceso. Como en tantos otros escritores del siglo XVIII, la tarea de Cerdá está mentada por una vivísima pasión patriótica.

Cerdá, a diferencia de su maestro Mayáns, fue muy bien acogido en las esferas oficiales y no debió andar corto de habilidad para manejarse entre los grandes que le pudieran favorecer y patrocinaran sus trabajos.

Francisco Cerdá y Rico nació en Castalla, provincia de Alicante, el 8 de marzo de 1739. Hijo de familia hidalga, estudió leyes y cánones en la Universidad de Valencia, donde se graduó de Bachiller en Derecho Civil. Desde muy temprano entró en relación con Mayáns, que orientó sus aficiones humanistas y con quien mantuvo larga correspondencia. Ayudado por las recomendaciones de Mayáns se trasladó Cerdá a Madrid; bien pronto obtuvo un puesto en la Biblioteca Real, donde pudo entregarse fácilmente a sus trabajos preferidos. En 1775 fue elegido académico de la Historia y en 1783 oficial de la Secretaría de Estado y del despacho universal de Gracia y Justicia de Indias, lo que le obligó a dejar el servicio activo en la Biblioteca Real; más tarde fue nombrado secretario del Consejo y Cámara de Indias para el departamento de Nueva España. El erudito de Castalla fue condecorado con la cruz de Carlos III. Francisco Cerdá y Rico murió en Madrid el 5 de enero de 180, dejando tras sí un testamento con abundantes deudas.

Cerdá editó obras de escritores españoles en latín y castellano. Entre las primeras deben destacarse las obras de Alfonso García Matamoros; el De Aphrodisio expugnato, de Juan Cristóbal Calvete de Estrella; las Obras de Juan Ginés de Sepúlveda. Finalmente hay que añadir la Retórica de Vosio, a la que añade Cerdá un comentario sobre numerosos retóricos españoles desde Nebrija a Luis Vives hasta Mayáns, con noticias bibliográficas, sobre cada uno.

Entre las ediciones en español deben destacarse las Obras de Francisco Cervantes de Salazar; La Diana enamorada, de Gaspar Gil Polo, una colección de Poesías espirituales de diversos autores; las Tablas poéticas, de Francisco Cascales; las Coplas de Jorge Manrique. Mención aparte merece la gran colección en veinte volúmenes de las Obras sueltas, así en prosa como en verso, de Félix Lope de Vega Carpio.

No menor que en el campo de la literatura fue la actividad de Cerdá en el terreno de la historiografía. Editó Cerdá la Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, de Francisco Moncada, no publicada hasta 1623. En 1777 editó las Memorias Históricas del Rei D. Alfonso el Sabio i observaciones a su Crónica, del Marqués de Mondéjar. En 1783 editó Cerdá las Memorias históricas de la Vida y Acciones del rey D. Alonso el Noble, octavo del nombre, según manuscrito de Mondéjar facilitado por Mayáns poco antes de su muerte. Y en 1787 editó la Crónica de D. Alonso de Onceno de este nombre, publicada por primera y única vez en 1551.

En numerosos pasajes de sus publicaciones. Cerdá declara que le mueve el deseo de vindicar el honor y el nombre de la literatura española, dándola a conocer dentro y fuera de país: los eruditos europeos –dice- apenas tienen noticias de unas pocas obras españolas, debido en buena medida a nuestra propia incuria, ya que no nos hemos cuidado de sacar de la oscuridad a nuestros ingenios. Y como dijo el poeta: “Y es hoy aquel mañana de ayer... “

Francisco Arias Solís

Paz y Libertad.

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