RAMÓN DE CAMPOAMOR
(1817-1901)
“Casi es más triste –pensaba-
mirar la vida que empieza
que ver la vida que acaba.”
Ramón de Campoamor.
LA VOZ DEL DOLORIDO SENTIR
La obra del poeta asturiano Ramón de Campoamor se halla repartida entre las dos mitades del siglo XIX, es decir, entre el romanticismo y esa segunda etapa que se ha dado en llamar genéricamente posromántica. Su larga vida (no olvidemos que Campoamor nació en 1817, es decir, el mismo año que lo hicieran un Zorrilla o un Enrique Gil y unos veinte años antes que Bécquer o Rosalía de Castro) hace que su producción poética nada exigua, participe tanto de la corriente romántica propiamente dicha, de la que se apartara no obstante antes de haber iniciado ésta su declive, como de otras varias surgidas en la segunda mitad del siglo, inscribiéndose en estos cincuenta últimos años sus obras más significativas.
Ramón de Campoamor nace en Navia el 24 de septiembre de 1817. Su educación primaria corrió a cargo de severos dómines. Más tarde realiza estudios humanísticos en Santa María del Puerto y Santiago de Compostela. Trasladado a Madrid, el poeta asturiano inicia estudios de medicina que abandonaría rápidamente. Elegido el camino de las leyes, rutinaria entrada en la época para los altos puestos de la administración y de la política, no lo llevó tampoco hasta su final. Por estos años había ya comenzado a dar salida a su vocación literaria. Su primera poesía data de 1837. Colabora en publicaciones románticas como El Alba y No me olvides. En 1840, en pleno apogeo romántico, sale a la luz su primer libro de poemas, Ternezas y flores, en ese año se dieron también a conocer con sus primeras publicaciones Espronceda, Zorrilla, García Gutiérrez y el Duque de Rivas. Sus estudios legislativos y sus éxitos como poeta, le llevan a ser nombrado gobernador civil de Castellón, de donde pasó a ocupar igual cargo en la provincia de Alicante y posteriormente en la de Valencia.
Durante su estancia en Alicante contrajo matrimonio con Guillermina O’Gormanm, dueña de una no despreciable fortuna en esas tierras. Campoamor ocupó puestos políticos de importancia entre ellos el de Director General de Beneficencia y Sanidad y Consejero de Estado, siendo Diputado y Senador por el Partido Moderado. Publicó Historia crítica de las Cortes reformadoras, Filosofía de las Leyes, El personalismo, entre otros trabajos, y las obras dramáticas, Guerra a la guerra (1870), El palacio de la verdad (1871), Cuerdos y locos (1871) y Dies irae (1873), pero lo que ha inmortalizado su nombre ha sido su obra poética. Fue elegido miembro de la Real Academia Española en 1861. Falleció en Madrid el 2 de febrero de 1901.
En Ayes del Alma (1842), su segunda colección poética, se anuncia ya un propósito de alejamiento de la estética romántica, en la que probablemente no creía y a la que auguraba un porvenir bastante problemático, sin embargo, esta colección responde todavía demasiado fielmente a los presupuestos de sello esproncediano. Campoamor publicará otro librito de poemas al que tituló Fábulas en el que se hallan ya prefigurados y con sus caracteres esenciales los tres géneros que han de ser cultivados por el poeta y han de darle personalidad y renombre; esto es, sus personalísimas “doloras”, “pequeños poemas” y “humoradas”, que ya bien poco, o nada, tienen que ver con la naturaleza eminentemente romántica de Ternezas y flores, y que el propio poeta definió así: “¿Qué es una humorada? Un rasgo intencionado ¿Y dolora? Una humorada convertida en drama ¿Y pequeño poema? Una dolora amplificada”.
Su obra más representativa, la que define quizá mejor que ninguna otra el quehacer poético de Campoamor, apareció en 1846 bajo la singularísima denominación genérica de Doloras, siendo objeto de una acogida raramente dispensada hasta entonces a una obra impresa y promoviendo continuas polémicas en la prensa. El propio Campoamor definió la “dolora” como una composición poética “en la cual se debe hallar unida la ligereza con el sentimiento y la concisión con la importancia filosófica”. Hasta el neologismo que las titulaba fue puesto a discusión pensando si en su elección contaba fundamentalmente ese dolorido sentir que tan frecuentemente le inspira.
La siguiente colección poética de Campoamor vio la luz más de veinte años después de la publicación de las Doloras; se tituló Pequeños poemas y apareció entre 1872 y 1874, motivando en mayor medida si cabe la publicación interior, ruidosos debates en distintos periódicos para algunos de los cuales el mero título del libro era censurable por constituir un flagrante galicismo. Las doloras se amplifican según la sintética definición de propio Campoamor para convertirse en los Pequeños poemas, entre los que se encuentran algunas de sus composiciones más celebradas; es el caso por ejemplo, del popularísimo “El tren expreso” o “Las tres rosas”. La tercera de las colecciones fue titulada Humoradas (1885-1888), calificadas por Campoamor de “rasgo intencionado” se nos presenta por lo general en pareados o cuartetos, tienen prolongaciones en algunos de los “decires” de Juan de Mairena.
La obra poética de Campoamor comprende también una colección de más de un centenar de composiciones, recogidas bajo el título de Cantares y tres poemas extensos, Colón, El licenciado Torralba y El drama universal.
Las características mas acusadas de la obra poética de Campoamor son: un agudo ingenio acompañado de una sutil ironía y no exento de momento de afortunado humor; intencionalidad práctica; rasgo de claro matiz conceptista; un más que accidental prosaísmo no siempre reñido, bien es cierto, con detalles de alta calidad poética; y , formalmente, escasa fortuna en el manejo de la versificación. El mérito de Campoamor para Luis Cernuda radica en “haber desterrado de nuestra poesía el lenguaje preconcebidamente poético”.
A Campoamor hay que leerlo teniéndole presente en su época. El tomó la vida en torno suyo y le dio un sentido trascendentalizando la anécdota por menuda que fuere.
Campoamor es un caso singular en la poesía española. No puede ofrecerse un contraste mayor entre la glorificación que alcanzó en vida y su total exclusión del panteón de las deidades poéticas en los tiempos inmediatos a su muerte, es decir, a todo lo largo del siglo XX. El fenómeno inclina a meditar. No se pasa casualmente del aplauso y la admiración de toda una época a la total depreciación, a la negación de toda virtud poética.
“Los Pequeños poemas –decía Clarín- son de lo mejor que se ha escrito en lo que va de siglo”. “Campoamor no es solo un gran poeta –decía Azorín-, es uno de los más grandes de toda la literatura española ...” Y Dámaso Alonso nos ha dicho: “Espero que llegará un día en que se reconozca cuán original fue su posición dentro del siglo XIX español ..” . Y como dijo el poeta: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”.
Francisco Arias Solís
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