jueves, 12 de junio de 2008

John Keats por Francisco Arias Solis

JOHN KEATS
(1795-1821)

“La belleza es verdad y la verdad es belleza... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.”
John Keats.
LA VOZ DEL LIRICO INDISCUTIDO

Como otras veces se ha visto, parece que la naturaleza se complazca en derrochar los ingenios de una misma clase, amontonándolos en un mismo periodo. Entre 1788 y 1795, es decir, en un lapso de siete años, hacia la terminación del siglo XVIII, nacen los tres mayores poetas de Inglaterra, Lord Byron, Shelley y Keats, y acaso pudiera decirse del mundo, en la época moderna, excepción hecha de Goethe; luego, con tres años de diferencia, en plena juventud, entre 1821 y 1824, desaparecen los tres.

El caso de un poeta que muere a los veinticinco años de edad, habiendo sido objeto de burlas y desprecios por una parte de sus contemporáneos, y luego queda pronto clasificado entre los inmortales de todos los países, es maravilloso; pero es real, porque es el caso de Keats. Deseó él mismo tan ardientemente la gloria y tan improbable creyó el haberla alcanzado que, al morir, mandó que se grabara en su tumba este epitafio: “Aquí yace uno cuyo nombre se escribió en el agua”. Y, sin embargo, lo que dejó escrito ha formado escuela de mayor importancia que las de sus contemporáneos, y ha sido estudiado por muchos, desde Tennyson y los prerrafaelistas hasta los más importantes escritores de hoy. No se trata ya de aquella especie de compasiva benevolencia, no desprovista de aire insolente, con que Byron habló, en el canto onceno de Don Juan, del “pobre John Keats a quien mató un artículo crítico, precisamente cuando prometía realizar algo verdaderamente grande, si no inteligible y que, sin saber griego, supo ingeniarse para hacer hablar a los dioses muy por el estilo de cómo se supone que debieron de hacerlo”.

John Keats nació en Finsbury Pavement, cerca de Londres, el 31 de octubre de 1795 y falleció en Roma el 23 de febrero de 1821. De familia humilde, empezó a estudiar medicina, siendo muy joven ayudante de un cirujano, pero dejó estos estudios por su vocación literaria. Su genio poético se despertó merced, sobre todo, a la lectura de Spenser, Chapman y Shakespeare. En Hampstead se enamoró de la hija de un vecino Fanny Brawne, que le inspiró muchos de sus poemas. Aquejado de tuberculosis, enfermedad que había diezmado a su familia, se trasladó a Nápoles, en busca de un clima más benigno, aunque murió unos meses más tarde.

Su poesía, abundante en imágenes sugerentes y en descripciones sensuales y brillantes, expresa la aspiración continua al logro de la belleza. El arte, la creación poética, es para el poeta una suerte de religión que conduce hacia la belleza. Las obras que publicó en el brevísimo periodo de su vida literaria fueron: en 1817, un primer libro juvenil titulado Poemas, que pasó inadvertido; en 1818, el poema Endymion. El primer verso de este poema mitológico se ha hecho tan famoso que parece ya inseparable del nombre del autor: “A thing of beauty is a joy por ever” (“Una obra de arte es un placer eterno”). Más tarde publicó el poema Hyperion (1819-1820), del que dijo Byron, que parecía inspirado por los titanes y que igualaba en sublimidad a las obras más perfectas de Esquilo. Los motivos fundamentales de su poesía fueron el mundo griego y los temas románticos. Son bellísimos algunos de sus sonetos y no menos la oda A una urna griega, donde se respira el gusto de la Antigüedad, y que aparece recogida en sus Odas (1819). Otras composiciones suyas son: La bella dama sin piedad, A un ruiseñor, A Psique, Al otoño, A la melancolía y Lamia. Póstumamente fueron publicadas sus Cartas (1931), en las que se refleja su profundo espíritu crítico y que son de un gran interés para conocer el pensamiento poético de su época y el suyo propio.

Su estilo y su versificación son románticos en sumo grado, pero conservan, en sus obras postreras, el gusto más perfecto. Pocos ejemplos hay en la historia literaria de un genio poético tan puro, tan vigoroso y tan acabado. Saboreado al principio por una minoría solamente, Keats ha llegado a ser unos de los líricos indiscutidos entre los poetas de las generaciones siguientes. Y como dijo el lírico genial: “Tú, todavía virgen esposa de la calma, / criatura nutrida de silencio y de tiempo, / narradora del bosque que nos cuentas / una florida historia más suave que estos versos”.

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias


La primera víctima de la guerra es la infancia. Aviso: Se ruega a los internautas que pongan en sus páginas el logotipo o banner de Internautas por la Paz y la Libertad que figura en la URL:http://www.arrakis.es/~aarias/internau.htm

Gracias.

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