GIACOMO LEOPARDI
(1789-1837)
“Para siempre reposa;
basta de palpitar. No existe cosa
digna de tus latidos; ni la tierra
un suspiro merece: afán y tedio
es la vida, no más, y fango el mundo.”
Giacomo Leopardi.
LA VOZ HARTO SEDIENTA DE AMOR
Leopardi es uno de los mayores y más célebres poetas del siglo XIX. Los que todo quieren explicarlo con precisión matemática en nombre de una Ciencia de las que ellos mismos se proclaman únicos e indiscutibles representantes, han cogido por su cuenta al pobre Leopardi, declarándole degenerado y aun loco, porque a sus teorías convenía que por tales pasaran todos los genios. Se ha dicho también, con harta ligereza, que Leopardi acabó con el clasicismo y afirmó el triunfo del romanticismo pero concediendo que tal hiciera y no fuese, como realmente fue, un independiente, se ve a cada paso que, si es romántico, lo es en el fondo, aunque en la forma nadie posea tan bien como él la pura esencia de lo clásico, que no consiste en academizar la poesía, sino en saberle dar la ingenua libertad de la vida antigua.
Leopardi es triste, es pesimista, no siempre porque su malísima salud, su constitución débil de neurótico y giboso, le inclinen naturalmente a ello, sino porque su naturaleza es harto fina, harto sedienta de amor, de felicidad y de belleza, para que en el obligado roce con las impurezas de la realidad no padezca horriblemente.
Leopardi fue gran poeta y gran prosista. No fue uno de esos autores fecundísimos que aciertan sólo de vez en cuando: todas sus poesías caben en un breve volumen, pero casi todas son famosas. En prosa, le basta escribir unos sencillos Diálogos al estilo de Luciano, o el Elogio de los pájaros, o El cántico del gallo silvestre, por ejemplo, para demostrar que sigue siendo un maestro.
Giacomo Leopardi nació en Recanati el 29 de junio de 1798 y falleció en Nápoles el 14 de junio de 1837, a los treinta y nueve años de edad, aceptando la muerte como un bien, según su propia inclinación y los consejos de un amigo íntimo el escritor Pietro Giordani, ya viejo entonces, y siempre fervorísimo admirador suyo, hasta ser, después, uno de sus editores. Hijo del conde Monaldo, Leopardi fue educado en su propia casa por un jesuita mexicano, el Padre José Torres, y por un maestro italiano, teniendo a su disposición una buena biblioteca que poseía el conde y franqueaba con gusto a su familia y amigos, muy pronto, a los catorce años de edad, dijeron ya sus maestros que nada más podían enseñarle: todo lo sabía a la perfección. Entre otras cosas habían hecho de él un buen latinista, pero su precocísimo talento quiso ir más allá y, sin maestro alguno, aprendió solo el griego, y en plena adolescencia maravilló a cuantos le conocieron, manifestándose consumado helenista y perfecto filólogo. Sin duda que al abuso en el estudio en tan temprana edad, a lo delicado de su constitución, a la hiperestesia de su sensibilidad y a la tristeza y monotonía del medio en que fue desarrollándose, siempre pegado al estudio, es de suponer que fueran debidos el persistente mal estado de su salud, la desviación dorsal que padeció, el cansancio de su vista y de su cuerpo todo y aquella melancolía y pesimismo desesperado que fueron el tormento de su vida, al propio tiempo que el más visible y característico sello de su poesía. Leopardi vivió en Milán, Bolonia, Florencia y Pisa, ciudades en las que entró en contacto con los principales círculos literarios de la época.
Su obra refleja pesimismo, melancolía y escepticismo, contenidos, sin embargo, por el pudor y un estilo expresivo de corte clásico. Supo analizar la pasión desgarrada y las sensaciones más recónditas del individuo y convertirlas en universales. Auténtico polígrafo, escribió tratados eruditos, crítica literaria, realizó traducciones y destacó, sobre todo, por sus composiciones poéticas, que le han merecido ser considerado uno de los máximos representantes de la lírica italiana. Sus Opúsculos morales (1827) recogen una serie de poemas meditativos, de excepcional musicalidad y nítida expresión, a través de los cuales analiza los grandes problemas que se le plantean al ser humano. Leopardi fue un impecable artista de la forma como demuestran sus más célebres y logradas composiciones, recopiladas en Cantos, y publicadas escalonadamente en 1831, 1835 y póstumamente en 1845. Entre sus principales poemas se incluyen: A Italia, Al pie del monumento de Dante, El Risorgimento, A Silvia, Recuerdos, El gorrión solitario, La calma después de la tempestad, El sábado del pueblo, Canto nocturno de un pastor errante de Asia, así como las cinco poesías producto del desafortunado amor por Fanny Targioni Tozzetti (El pensamiento dominante, Amor y muerte, Consalvo, A sí mismo y Aspasia) y sus últimas poesías, La retama, sobre el poder destructor de la naturaleza, y El ocaso de la luna. Fue autor además de Zibaldone (su diario de 1817 a 1832) y de un importante Epistolario (1849) póstumo. Y como dijo el gran poeta italiano: “Hermanos a la vez creó la suerte / al amor y a la muerte. / Otras cosas tan bellas / en el mundo no habrá ni en las estrellas”.
Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
Paz y libertad.
Aviso: Se ruega a los internautas que pongan en sus páginas el logotipo o banner de Internautas por la Paz y la Libertad que figura en la URL:http://www.arrakis.es/~aarias/internau.htm
Gracias.
domingo, 29 de junio de 2008
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