sábado, 6 de febrero de 2010
La integración de los gitanos por Francisco Arias Solís
LA INTEGRACIÓN DE LOS GITANOS
“¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!”
Federico García Lorca.
FORMAR UNA SOCIEDAD SOLIDARIA Y PLURIÉTNICA
La historia de los gitanos es sin duda una historia de persecución étnica, pero también de órdenes de integración, de ofrecimiento de asimilación. Hoy puede afirmarse que en cuanto los gitanos tuvieron la menor posibilidad de entrar en el sistema laboral, es decir, cuando este nivel de integración suponía una mejora respecto a la situación marginal, los gitanos entraron y se hicieron albañiles, cargadores portuarios, sopladores de vidrio y muchas otras cosas más. En cuanto tuvieron la oportunidad de asentarse pacíficamente, lo hicieron donde no parecía que estorbaran a nadie. En cuanto le ofrecieron una vivienda y un hábitat urbano con un vecindario payo en su totalidad o en su gran mayoría, los gitanos entraron de inmediato en los pisos y convivieron pacíficamente con sus vecinos. Pero la mayor parte de la población gitana o no tuvo oportunidades laborales o cuando se la ofrecieron se trataba de puestos de escasísima remuneración económica; esta población fue erradicada de sus emplazamientos y amontonada y hubo escuelas para gitanos quemadas y puestos escolares vacantes que no pueden ser ocupados por gitanos porque se levantan los padres de otros pequeños, payos, y fueron concentrados en ghetos y segregados. ¿De verdad ha habido alguna vez intento serio de posibilitar con medidas efectivas la integración de los gitanos en la sociedad para que tuvieran algún sentido no meramente retórico las leyes integradoras, las “oportunidades” sobre el papel?
Se puede decir que los gitanos españoles, a través de su larga historia en nuestro país, han aprovechado las escasas oportunidades de integración que aportaban una solución a sus condiciones penosas, y que sino la aprovecharon más todavía, fue por el contenido ideológico de las medidas de asimilación, que suponía una barrera, nada fácil de saltar. Pero puede verse también que hay varias constantes que se repiten en la historia de los vaivenes integración-marginación. En primer lugar, que se impide, directamente, la integración, a través de medidas encaminadas a erradicarlos. Segundo, que se impide, directamente, la integración a través de ofertas imposibles de aceptar porque en ningún caso solucionan sus problemas, sino que lo agravan. Tercero, que se impide, directamente, la integración, al proclamar su desprestigio las mismas leyes que ordenan su asentamiento, sin aportar ninguna medida concreta que lo posibilite. Y, sobre todo, la integración se impide porque la voluntad de aceptación que la sociedad tiene de acoger a la minoría étnica marginada es función de la competencia que en cada momento y lugar esa minoría plantea a los sectores sociales de las clases más bajas, de manera que dependerá del estado general de abundancia o escasez, el que se permita o no a los gitanos formar, por fin, con los payos una sociedad solidaria y pluriétnica. Pero esto precisa, por parte de los gitanos, la toma de conciencia de su posición en el entramado social y precisa, además de los medios materiales y de las medidas legislativas.
Se hace menester que la Administración tenga en cuenta algunas cosas, y asumirlas: una que los gitanos, de momento, votan poco, y por lo tanto, la actuación administrativa sólo será responsable pero no necesariamente rentable; otra, que no habrá medidas efectivas sin que se pongan para su consecución los medios económicos necesarios, cuya rentabilidad es social y a largo plazo; la tercera tiene que ver con los propios programas y medidas que puedan adoptarse para la integración étnicamente respetuosa de los gitanos, lo que impide cualquier grado de eficacia a medidas de aplicación general y que recomienda medidas concretas, específicas y adaptadas. Y como dijo el poeta: “Madre del alma, / nací gitano, / si no soy bueno / será por algo”.
Francisco Arias Solís
La revolución vendrá a distribuir el bien, la paz y la armonía entre todos los habitantes de la tierra, sin tener para nada en cuenta las diferencias de color y raza, y a hacer que la fraternidad convierta en una familia a todos los hombres. (Frase de Fermín Salvochea glosada en el libro: 102 razones para recordar a Salvochea)
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