jueves, 25 de marzo de 2010
Alfonso Vidal y Planas por Francisco Arias Solís
ALFONSO VIDAL Y PLANAS
(1891-1965)
“Enterradme en España cuando muera
(¡por caridad, hermanos en mi España!)
si herido de su amor, en tierra extraña,
desangrado en suspiros, me muriera.”
Alfonso Vidal y Planas.
LA VOZ DE UN BOHEMIO DESTERRADO
El poema “Enterradme en España cuando muera” está escrito a su paso por Ellis Island, en 1939, según el escritor mexicano Arias de la Canal, muchos años después al pie de este poema el autor escribió: “En Tijuana, hasta donde los cementerios me sonríen, como disputándoseme amorosamente la gavilla de restos mortales que lleva a cuestas mi alma, declaro conmovido y con la lengua del corazón: -Mis pies, llagados y adoloridos de tanto hacer las duras marchas forzadas del Infortunio, sienten piadosa y blanda esta bendita tierra mexicana que alfombra de vendas y flores las leguas finales de mi camino. Tijuana, que desde hace más de diez años me tiene abrazado maternalmente, me pondrá mañana su noble mano abierta, para que, desde su palma, se lance el ave inmortal de mi espíritu al vuelo glorioso... ¡Tierra leve y bien mullida la mexicana para el eterno reposo de mis huesos, tremendamente rendidos!”
El novelista, autor dramático, periodista, poeta y bohemio Alfonso Vidal y Planas, nació en Santa Coloma de Farners, Girona, en 1891 y falleció en Tijuana, Baja California, México, en 1966. Fue un escritor costumbrista con ciertos retazos del noventaiochismo que cosechó una enorme popularidad en los años veinte y treinta del pasado siglo. Destaca en la descripción de los bajos fondos y en el estudio de los caracteres de las personas despreciables. Como periodista humorístico fue fundador y director de El Loco y colaborador de ¡Oh, la la! El 2 de marzo de 1923 en el Saloncillo del Teatro Eslava tuvo lugar una grave disputa con el director de El Parlamentario y dramaturgo vasco Luis Antón de Olmet que asistía al último ensayo de una de sus obras que se estrenaría ese día, de resultas del altercado entre ambos amigos y compañeros, el dramaturgo vasco murió de un disparo. Dicha tragedia no se consideró jurídicamente un asesinato, sino un crimen pasional cometido en un momento de homicida arrebato. Como consecuencia del mismo Vidal fue condenado a doce años y estuvo encarcelado en el Penal de Dueso. Muchos escritores y amigos pidieron su indulto. Así, en El Día de Cuenca del 27 de abril de 1926 apareció un artículo firmado por Alfredo R. Antigúedad en el que se decía: “Hace pocos días, la mujer de Alfonso Vidal y Planas, ha entregado en el Ministerio de Gracia y Justicia una instancia solicitando que el resto de la pena que falta a cumplir a Vidal, sea conmutada por el destierro... Piedad para Alfonso Vidal y Planas. Que el ministro de Gracia y Justicia estudie esa petición que acaba de formularle la esposa del preso, y que se abran las puertas del presidio para el pobre loco que delinquió y que ha pagado ya su delito”. Efectivamente sólo cumplió tres años de la condena y, tras recobrar la libertad, marchó a la Universidad de Indianápolis, donde se doctoró en Metafísica. Durante la guerra provocada por la rebelión militar del general Franco, Ángel Pestaña, el líder de la CNT moderada, le pidió que colaborase en el El Sindicalista, dirigido por Natividad Adaña, y en cuya nómina también figuraba Ramón J. Sender. Al finalizar la guerra emprendió el camino del exilio en Estados Unidos. Fue profesor de español en la Fordham University de la Compañía de Jesús, ubicada en Nueva York. Colaboró en el diario en español “La Razón” de Los Ángeles. “Cuando estalló la guerra de Corea en 1950, y los vientos norteamericanos cambiaron de rumbo -escribía José Pérez del Arco-, fue detenido para deportación “por haber cometido un crimen en Madrid hacía treinta años”. De nada le valió que, en mi calidad de cónsul defendiendo a un compatriota, alegara yo oficialmente que en los registros personales de España no constaba ya aquel crimen, en función de una amnistía posteriormente concedida. Fue deportado a Tijuana, México, donde murió en su pobreza”. En Tijuana, ejerció como profesor de literatura española y filosofía elemental.
Entre su numerosa producción literaria destacamos: novelas, La barbarie de los hombres. Odisea del legionario Adolfo Torres, herido en la guerra (1915), En libertad (1919), La casa de Pepita (1922), El incendiario (1922), La Papelón (1923), El pobre Abel de la Cruz (1923), Los locos de la calle (1923), Papeles de un loco (1923), La tragedia de Cornelio (1923), Mercedes Expósito (1923), Carmen Expósito (1923), Cuatro días en el infierno (1923), El alma de monigote (1923), El patio de la primera (1923), La camisa fatal (1923), El otro derecho (1924), La gloria de Santa Irene (1924), Castigo del cielo (1925), ¡Le pasa a cualquiera! (1925), La voz que ha salido ahora (1925), La santa desconocida (1926), El ángel del portal (1926), Santa Isabel de Ceres (1926), que tuvo una gran aceptación popular, con treinta y dos ediciones, fue llevada al teatro e incluso al cine, en ella se narra el amor de un pintor por una prostituta a la que intenta redimir, novela con ribetes autobiográficos ya que su autor conoció a la que sería su mujer, Elena Manzanares, en una mancebía, La hija del muerto (1927), El demonio juega-Nochebuena en el penal (1927), El santo que se condenó (1927), Los reptiles del Prado (1928), El pobre loco (1928), Yo, García y un viejo de Logroño y otras novelas (1928), La siesta (1928), Cielo y fango (1929), Las alas del sátiro (1931), El manicomio del doctor Efe (1931) y El perro que subió al cielo (1933); obras de teatro, Los gorriones del Prado, obra que fue estrenada precisamente en el Teatro Eslava, en febrero de 1923, pocos días antes del famoso crimen pasional, La virgen del infierno (1928), La tragedia del loco que quiso ser bueno (1931), El loco de la masía (1931) y Las niñas de Doña Santa (1934); poemarios: Cirios en los rascacielos (1963), Poemas del destierro, de yanquilandia y de la muerte (1963) y Las hogueras del ocaso (1965), en los que se pone de manifiesto su exquisita sensibilidad para la poesía lírica. Y como dijo este bohemio desterrado: “¡Arde el sol como un hacha / funeral en el cielo!: / Sin España en mi vida, / yo mismo soy el muerto, /¡y en la capilla ardiente / de Yanquilandia enciendo / un cirio por mi ánima / en cada rascacielos!”
Francisco Arias Solís
Sin libertad la vida vale poco.
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