viernes, 29 de febrero de 2008

VICENTE LOPEZ POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

VICENTE LOPEZ
(1772-1850)

“... hoy distantes me llevan, y en verso remordido,
a decirte, ¡oh Pintura!, mi amor interrumpido.”
Rafael Alberti.

LA VOZ DEL AMOR ININTERRUMPIDO A LA PINTURA

Vicente López es uno de nuestros grandes retratistas del siglo XIX, que a sus méritos como pintor suma el habernos dejado una valiosísima galería, creo que extremadamente fidedigna, de muchos de los principales personajes que se mueven en el escenario de la Corte durante la primera mitad del diecinueve.

En los últimos años del siglo XVIII, cuando Vicente López aparece por vez primera en el ámbito cortesano -centro de la actividad artística casi exclusivamente, si exceptuamos algunos focos locales como el valenciano, de donde procede- y como alumno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando la pintura española acaba de recobrar el pulso que corresponde a su tradición bajo el reinado anterior, el del Carlos III, y tras casi más de medio siglo de triste letargo. Figuras como Bayeu, Maella, Paret y Alcázar, Meléndez y, sobre todo, Francisco de Goya, vienen a devolver el esplendor de una de las escuelas de mayor proyección en el arte europeo junto a la italiana, la flamenca y la holandesa, en lo que a pintura se refiere. Precisamente Mariano Salvador Maella, valenciano como López, y Primer Pintor de Cámara junto con Goya desde 1799, dejaría tras la guerra de la Independencia y el regreso de Fernando VII, el tan ansiado cargo a su paisano. Este se convertiría durante décadas no sólo en el retratista oficial del panorama cortesano, sino en el de la nobleza de nuevo cuño y de la incipiente burguesía cortesana.

Por otro lado, las corrientes internacionales han alentado la definición estética y técnica de un neoclasicismo pictórico que de acuerdo a nuestra tradición naturalista y a la falta de elementos capaces -ni Goya ni Vicente López aparecen apenas motivado por este movimiento-, junto a la falta de una clientela adecuada, sucumbirá víctima de su misma artificiosidad. Será inmolado en aras de un romanticismo que sí, en cambio -y desde sus particulares maneras de sentir y expresar- se dejará adivinar en Goya y palpitar en muchos de los retratos de López, sobre todo en los pertenecientes a su último y largo período.

Vicente López Portaña nace en Valencia el 19 de septiembre de 1772. Las excelentes aptitudes para el dibujo que se observaron en el pintor valenciano desde la niñez, bajo la dirección de su abuelo, un modesto pintor, animaron a sus familiares para que ingresase en la Academia de San Carlos de Valencia, lo que hace en 1785, recibiendo las enseñanzas del franciscano padre Antonio Villanueva. Cuatro años más tarde obtiene el primer premio de la sección de pintura por su lienzo Tobías el Joven restablece la vista de su padre, y en esa misma fecha consigue igualmente el premio de primera clase por sus asuntos bíblicos: El rey Ezequiel hace ostentación de sus riquezas y Visita Nicodemus al Señor la noche de la Pasión y le reconoce por Dios.

Recibe por ello la cantidad de cuarenta pesos y una pensión para ampliar estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. En 1790 obtiene el primer premio de la Academia con el cuadro Los Reyes Católicos recibiendo una embajada de Fez.

A su vuelta a Valencia, es elegido académico de mérito de San Carlos y teniente director de la sección de pintura. Casa entonces con María Piquer, de la que tendrá dos hijos, que también serán pintores, Bernardo y Luis. En 1814 muere su esposa y Fernando VII lo hace llamar a la Corte, a donde se traslada en calidad de pintor de Cámara, siendo al poco tiempo designado Primer Pintor. Toda una vida de triunfos, distinciones y envidiable situación económica, será la larga trayectoria de su dilatada existencia en Madrid hasta su muerte, ocurrida el 22 de abril de 1850.

Es en el retrato, sin duda, donde Vicente López alcanzará su más altas cimas. La producción retratística de Vicente López puede cifrarse en un número no inferior a los trescientos ejemplares. Entre las obras de su primera etapa destacan, los retratos de Carlos IV, de fray Tomás Gascó, del Conde de Llarena y Pareja Obregón, del grabador Manuel Monfort. En su segunda etapa del pintor-retratista, ya como artífice de la Real Cámara y residente en la Corte, realiza numerosa versiones de Fernando VII, de sus tres esposas y de diferentes personajes reales. También de héroes de la guerra de la Independencia, eclesiásticos y, sobre todo, dos obras claves en su proceso creativo, los retratos de Goya y de la señora de Carsi.

La historia de la pintura está repleta de ejemplos donde la vejez da al artista una capacidad creadora muy superior a la que puede mantener en otras actividades. Goya, Picasso, Miró, Chagall, son nombres que avalan esta afirmación. Lo mismo ocurre con Vicente López, quien en la última etapa de su vida continúa la línea de esplendorosa madurez a pesar de sus muchos años. En 1846 pinta a la condesa viuda de Calderón, mujer que inspiró una novela del escritor mexicano Ignacio Manuel Altamirano; en 1847, entre otros, realiza los del matrimonio Braco. Al final de su vida, como testimonio de su quehacer artístico, nos ofrece obras de tanta calidad como los retratos de José Piquer, de José Gutiérrez de los Ríos y, sobre todo, el de Ramón María de Narváez, duque de Valencia.

En resumen, puede afirmarse que Vicente López habría de quedar con su espléndida galería de personajes como el pintor preferido por tres generaciones, en las que se mostraba el primer gran cambio experimentado por la sociedad española en la etapa contemporánea.

Entre sus obras de temas religiosos destacan, Nuestra Señora de la Misericordia, El nacimiento de San Vicente Ferrer, El milagro de San Pedro y el tullido y sus Inmaculadas. Conviene señalar a este respecto que pocos artistas de su momento han sabido captar mejor la devoción popular y ser entendido por el modesto feligrés, como Vicente López, consiguiendo plenamente ese difícil equilibrio entre la exigencia del artista y la concesión permitida que supone el secreto de una iconografía que llegue a esa clientela popular y, al mismo tiempo, mantenga intacta su excelente factura, colocando al pintor en un puesto especial, como es el de ser el último gran artífice de la pintura religiosa española.

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Sus palabras son bellas... pero luego no cumplen sus promesas.
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Gracias.

JUANA DE IBARBOUROU POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JUANA DE IBARBOUROU
(1895-1979)

“Tómame ahora que aun es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.
Tómame ahora, que aun es sombría
esta taciturna cabellera mía.”
Juana de Ibarbourou.


LA VOZ DE JUANA DE AMERICA

La aparición en las letras de la América española a principios del siglo XX de las poetisas Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou y Dulce María Loynaz, constituye uno de los hechos más notables de toda la historia de la cultura hispánica.

Desde Las lenguas de diamante (1919) hasta Perdida (1950), los poemarios de Juana de Ibarbourou resumen la crónica del tiempo, de la infancia, juventud y vejez. La sensualidad matiza esas épocas, o mejor, esas épocas van matizando la caducidad al modo de estaciones; la infancia de Lenguas de diamante será mañana de primavera; la juventud de Raíz salvaje (1920), un mediodía de verano; La rosa de los vientos (1930), un atardecer otoñal y el último libro, Perdida, la noche de invierno que asola a la poetisa con su melancolía. Si bien, lo que domina en la poesía de Juana de Ibarbourou es la primavera: el júbilo, la explosión pagana de la vida.

Su nombre de pila es Juana Fernández Morales. Hija de padre gallego y de madre uruguaya, de origen andaluz. Nació en Melo, capital del departamento uruguayo de Cerro Largo, el 8 de marzo de 1895. De talento precocísimo, ya que a los años escribía y publicaba versos. A los diecinueve años contrajo matrimonio con el capitán Lucas Ibarbouru, de origen vasco. En 1917 le nace un hijo, “su mejor poema”, “el poema vivo”. Un año más tarde se instala en Montevideo. El periódico La Razón de Montevideo publica sus versos, editados luego, con el título de Las lenguas de diamante, le abren las puertas de la fama de par en par. Llamada por Alfonso Reyes “Juana de América” y proclamada “Mujer de las Américas”. Se describe así misma “libre, sana, alegre, juvenil y morena”. Es nombrada miembro de número de la Academia de Letras del Uruguay y, desde 1950, es presidenta de la Sociedad de Escritores. En 1957 recibe el Gran Premio de Literatura de su país. Juana de Ibarbourou muere en Montevideo el 15 de julio de 1979.

En Las lenguas de diamante hay versos que expresan un júbilo dionisiaco; los hay que delatan la satisfacción plena de vivir, un hedonismo integral, y los hay también que constituyen una ofrenda de goces. “Castísima desnudez espiritual”, llamó a esta poesía Unamuno. Es Juana de Ibarbourou en este su primer libro, el más personal y definitivo, la mujer satisfecha de sí misma, que se encuentra perfecta, tanto en lo corporal como en lo psíquico.

Esta alegría jocunda, este goce de los sentidos se transmite a sus dos libros siguientes: El cántaro fresco (1920), colección de prosas poemáticas y Raíz salvaje. Luego, más adelante, Juana de Ibarbourou cae en la tentación de renovarse, de emprender nuevos caminos poéticos. A este anhelo responde La rosa de los vientos, con un lenguaje espontáneo y menos sentido. Todavía en 1950 había de publicar Perdida. Ella, la poetisa que tan bien encajada se sentía en el mundo, se encuentra al cabo de pocos años desplazada y, como reza el título del libro, perdida.

Tiene asimismo la poetisa uruguaya algunos trabajos en prosa: Los loores de Nuestra Señora (1934), Estampas de la Biblia (1934), Chico-Carlo (1944) , Los sueños de Natacha (1945), etc., casi todos ellos cuentos y lecturas para niños. Es la prosa de Juana de Ibarbourou una prosa rica, brillante y armoniosa, una prosa plenamente modernista.

Su formidable lírica de fino espíritu y bella sensibilidad pura y humana, tiene acento cristalino, de timbre matinal, todo frescor y alegría. Y como decía “Juana de América”: “Mi piel está impregnada / de esa fragancia viva. / Besarás mil mujeres; más ninguna / te dará esta impresión de arroyo y selva / que yo te doy”.

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Ningún hombre considera que su situación es libre si no es al mismo tiempo justa, ni justa si no es libre.
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Gracias.

JOSE LOPEZ PINILLOS POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JOSE LOPEZ PINILLOS
(1875-1922)

“Un cálido soplo de titán arremolinó el polvo
y las hojas, y, en seguida, se oyó un trueno formidable,
y como si el estallido hubiese reventado a la nube,
vaciáronse sus entrañas con inaudita furia.”
José López Pinillos.

LA VOZ DE UN GRAN ESCRITOR

A lo largo de su ejecutoria periodística, Parmeno (seudónimo celestinesco que empezó a usar hacia 1907 López Pinillos) logró una popularidad extraordinaria. Una buena parte de la producción de Parmeno se produjo en forma de crónicas periodísticas. Dejando al margen su obra teatral (en la que contribuyó decisivamente al apuntalamiento de un género: el drama rural), las peculiares limitaciones y las mejores virtudes de López Pinillos se identificaron con la creación de novelas cortas. Su narrativa fue un antecedente de la novela social y asimismo del tremendismo.

El escritor sevillano bordeó frecuentemente la perfección en el género de la novela breve. Su peculiar sensibilidad para la creación de ambientes opresivos y broncos contribuyó decisivamente a la coherencia de los relatos: lo que en algunas novelas de Galdós y la Pardo Bazán empieza a apuntarse -el compacto chafarrinón de la España negra, asociada sistemáticamente al mundo rural-, se perfecciona en López Pinillos, en Eugenio Noel, en Felipe Trigo, en Silverio Lanza, redondeado en nuestro caso por un insólito sentido de lo grotesco y caricatural. El ladronzuelo (1901), Frente al mar (1914) y Cintas Rojas (1916) son consumados ejemplos de cómo una “imagen-relato” vertebra, sin fisuras, una acción que funde ambiente y símbolos personalizados en una trama perfectamente trágica.

De sus tres novelas largas Las águilas (1911), Doña Mesalina (1910), y El luchador (1916), la segunda es la mejor. Doña Mesalina representa en nuestra literatura -juntamente con Jarrapellejos de Felipe Trigo- la culminación de las novelas de tema caciquil. Novela sobre la condición social de la mujer de clase media, enlaza con los intentos de novela social de los años treinta y, por su peculiar mundo de tragedia y brutalidad, coincide -en ciertos aspectos- con el Valle-Inclán de los esperpentos, dentro del marco de una compleja visión de la España negra. En El luchador, su última novela, describe el ambiente corrompido del periodismo y la bohemia literaria en el Madrid de las primeras décadas del siglo XX.

José López Pinillos nació en Sevilla el 2 de junio de 1875. Las escuetas notas biográficas accesibles hablan de que su infancia transcurrió en Osuna, pero volvió a Sevilla para cursar el bachillerato y estudios de derecho y de que la ruina familiar le obligó, a los veinticinco años, a buscar trabajo en Madrid: un periódico donde escribir y un empresario teatral que quisiera estrenar El vencedor de sí mismo (1900), primer drama de una interesante carrera escénica. Parece que fue dura la consecución de ambos proyectos.

Cuando en 1902, El Globo, que había sido órgano del “posibilismo” castelaniano, es adquirido por Rius y Periquet, López Pinillos entra en su primera redacción memorable, pues con él están Pío y Ricardo Baroja, Martínez Ruiz, Luis de Oteyza y otros conocidos bohemios de cuerda política radical. La crisis económica de El Globo no tardó en llevar a su redacción -y a su famosa tertulia- a las páginas de España, diario fundado por un grupo vinculado a Maura y dirigido por Manuel Troyano quien incorporó a la nómina transcrita la colaboración de Ramiro de Maeztu, Francisco Grandmontagne y Luis Bello.

Pero España fue también una experiencia breve, y de ella López Pinillos pasó a los dos grandes periódicos independientes -aunque prerepublicanos- del momento, El Liberal y Heraldo de Madrid, y en ellos escribió hasta su muerte ocurrida en Madrid, el 12 de mayo de 1922, dejando inacabada su obra teatral La nariz, que fue concluida por los hermanos Quintero con el título de Los malcasados.

Entre los títulos más relevantes de sus novelas se encuentran, además de las citadas, Sangre de Cristo (1907), Ojo por ojo (1915) . Su producción dramática con títulos como La casta (1912), El pantano (1913), Esclavitud (1918), La red (1919) y La tierra (1921), le hizo figurar entre los mejores y más conocidos dramaturgos de su momento.

Pérez de Ayala, el más cualificado valedor del realismo crítico en aquellas fechas, ha dejado sobre Doña Mesalina algunas pertinentes y significativas apreciaciones: “Doña Mesalina es una obra que, dentro de su género, anda muy cerca de la perfección (...). Doña Mesalina es una novela verista. Y con esto dicho está que su estirpe es castellana y que en su abolengo suenan los nombres de Rojas, Cervantes, Mateo Alemán, Mendoza, Liñán y Verdugo, Salas Barbadillo, Gracián, Somoza y otros tantos.” Por su parte, Azorín no fue menos parco en elogios ni en buscar filiaciones clásicas a Parmeno: “La novela de López Pinillos hace pensar desde las primeras páginas en la novela netamente picaresca española (...). El libro de López Pinillos -y en esto estriba todo su valor, toda su significación literaria- marca una evolución en la novela picaresca. Al fondo castizo, nacional, de la antigua novela, López Pinillos une la observación más justa, más exacta, más objetiva de la realidad”.

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Por la convivencia frente a la crispación.
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jueves, 28 de febrero de 2008

FERNANDO DE HERRERA POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

FERNANDO DE HERRERA
(1534-1597).

“Los pasos por do voy a mi alegría
tan desusados son y tan extraños
que al fin van a acabar en mis engaños,
y dellos vuelvo a comenzar la vía.”
Fernando de Herrera.

LA VOZ DEL PETRARCA ANDALUZ

El eje de la lírica herreriana es doble: en el aspecto temático nacionaliza los poemas patrióticos y religiosos, mientras sigue las huellas petrarquistas y pastoriles en los amorosos; en lo formal Herrera busca la estética de la belleza y para ello emplea varios recursos: supresión de vocablos vulgares, uso creciente de cultismos, metáforas osadas, adjetivaciones cromáticas y sonoras, modalidades sintácticas desconocidas hasta entonces, hipérbatos, etc. Si en Garcilaso se insinúa la senda culta, es Herrera quien primero marcha por ella sin reparos.

Fernando de Herrera nace en Sevilla hacia 1534. Pese a ser hijo de familia humilde, recibe una buena formación humanística. Se ordena de menores y es beneficiado de la parroquia de San Andrés, con cuyos “frutos se sustentó toda su vida, sin apetecer mayor renta”. A partir de 1559 se relaciona con los condes de Gelves, visitándolos cada vez más asiduamente en la quinta que éstos tenían junto al doble cerro del Balcón y el Pintado, en la vega del Guadalquivir. Dedicó a la condesa Leonor toda su poesía amorosa, de sufrimiento exquisito. Por el año 1569 -el poeta tenía sólo 35- sus admiradores le distinguen con el título de “Divino”. Hacia 1581 mueren, casi al mismo tiempo, sus protectores los condes don Alvaro y doña Leonor, tal vez de la peste; en 1597, a los 63 años fallece Fernando de Herrera.

A su muerte, Herrera había publicado unos pocos poemas, pese a lo cual se le conocía por el Divino; de su puño y letra preparó un manuscrito que fue robado a poco. El pintor Pacheco recogió originales y copias y editó en 1619 los Versos de Fernando de Herrera, con 365 composiciones a las que se han añadido posteriormente algo más de medio centenar. Constituyen una parte importante de su obra las poesías amorosas constituidas principalmente por sonetos, pero su gloria está fundamentada en sus canciones, y entre ellas las siguientes: Relación de la guerra de Chipre (1572), sobre la batalla de Lepanto, A la muerte del rey don Sebastián de Portugal (1578), San Fernando y Canción a Don Juan de Austria, con motivo de la rebelión de las Alpujarras. Escribió una de las obras más polémica del siglo XVI: Anotaciones a Garcilaso de la Vega (Sevilla, 1580), en las que refleja su concepción del arte poético.

Temperamento poco dotado para la ternura, algunos se extrañaban de que le llamaran el Divino, no llegando a ser “humano”. Imposible encontrar en sus obras rasgos entrañables de amor por el humilde, el ignorante o el marginado. Altivo frente a los vulgares. Le duele haber nacido “en tiempo de necios”. Estas notas de carácter, que entonces como ahora hacían de Herrera un hombre más admirado que querido, nos impiden que en su contradictoria personalidad aparezcan rasgos muy positivos. Había en su alma un gran sentido de la amistad, y hasta del afecto. No desprecia el éxito multitudinario, sino que renuncia a él. No ignora al vulgo, ni a los discrepantes; más bien desconfía de ellos y los teme.

Es un hombre del Renacimiento que ha llevado a sus últimas consecuencias el individualismo de la época. De ahí su ansia de información personal. De su ansia de autorrealización personal saca la tenacidad que necesita para llevar adelante sus trabajos de humanista y de poeta.

Más que un simple petrarquista al uso, nuestro poeta parece aspirar a ser “el petrarquista andaluz”. Es sin duda, uno de los representantes más ilustres de la corriente europea que en la segunda mitad del siglo XV y en todo el siglo XVI intenta educarse en petrarquismo.

En su afán para alcanzar la talla de los humanistas italianos de más prestigio, Herrera dedica horas y horas a la lectura de poetas clásicos y modernos. Ningún esfuerzo le parece excesivo para pertrecharse de saberes -poéticos, históricos, de filosofía natural- que le llevan a la gran salvación, entendida como una gran conquista.

Poeta de elevada entonación, comenzó cantando las hazañas de la España imperial, pero su enamoramiento de la Condesa Gelves le llevó a convertirse en poeta lírico. El petrarquista Herrera no dedica a su protectora una pasión, sino unos versos apasionados, poesía amorosa de la mejor estirpe literaria, nacida de un corazón que la amaba, sí, pero con respetuosa afección de súbdito y amigo.

La poesía de Herrera trasluce una lectura agónica entre las aspiraciones ideales y soñadas y la patética realidad. Por ello, aunque tenga momentos de expresión gozosa, está transida de una permanente actitud de frustrada ilusión y desengaño amargo. En todo caso se inscribe en el ámbito superior del ejercicio intelectual que dio en Herrera otros frutos, como sus obras históricas y la magistral teoría poética contenida en las Anotaciones a Garcilaso.

Herrera como un ave fénix renace de su propia desesperanza. “Descubro en el principio otra esperanza / si no mayor, igual a la pasada, / y en el mesmo deseo perverso”.

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JUAN BAUTISTA MUÑOZ POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JUAN BAUTISTA MUÑOZ
(1745-1799)

“¡El mar, el mar! del universo puente
que la unidad del globo tuvo rota;
campo que nunca limitó la mente,
y que hoy el brazo de Colón acota.”
Ramón de Campoamor.

LA VOZ DEL HISTORIADOR DEL NUEVO MUNDO

La investigación histórica, aplicada concretamente a la de América, tiene un representante de primerísimo orden en un valenciano muy influido por Mayáns, Juan Bautista Muñoz.

Durante varios años, prevalido de diversas órdenes reales que mandaron a poner a su disposición, allí donde estuvieran, todos los tesoros documentales y bibliográficos, examinó y estudió Muñoz los más diversos archivos y bibliotecas del reino; Colegios Mayores de Salamanca, conventos del País Vasco, bibliotecas de Córdoba, Casa de Contratación de Sevilla, Biblioteca Colombina, Universidad de Granada, Archivo del Consulado de Cádiz, Archivo de Lisboa, sin contar innumerables bibliotecas y archivos particulares de las ciudades dichas y de otras muchas del país. Su tarea condujo a la creación del Archivo de Indias, depósito general donde había de agruparse todo lo concerniente a la historia americana. La Carta Magna de la creación del Archivo de Indias, fue el Memorial del 13 de marzo de 1784, que fue redactado por Muñoz.

Juan Bautista Muñoz y Ferrandis nació en Museros, cerca de Valencia, el 12 de junio de 1745. Estudió filosofía, teología y matemáticas en la Universidad de Valencia, donde recibió el influjo del jesuita Antonio Eximeno y de su famoso rector Vicente Blasco, que le inculcaron su peculiar aversión al escolasticismo. Graduado de Doctor, opositó en 1765 a una cátedra de Filosofía. En sus cursos de filosofía desarrolló los principios de un eclecticismo metódico, sosteniendo que ni en los antiguos ni en los modernos estaba exclusivamente la verdad.

En 1770 fue inesperadamente nombrado por Carlos III Cosmógrafo Mayor de Indias. En Madrid publicó Muñoz varios trabajos filosóficos que acrecentaron su renombre, y en 1779 el rey le confió el encargo, igualmente inesperado, de escribir la Historia de América. Casi a fines de 1791 concluyó Muñoz su primer volumen, que fue presentado y sometido a la censura de la Academia. En 1793 aparece el primer volumen, que se extiende desde la génesis del Descubrimiento hasta 1500. “El libro del cosmógrafo -afirma Ballesteros- puede conceptuarse como la primera obra de carácter científico moderno sobre la historia de las Indias”.

El segundo volumen preparado por Muñoz ya no fue publicado; los acontecimientos políticos demoraron su impresión, y con la invasión francesa quedó olvidada. Pero la magna tarea investigadora del valenciano no resultó inútil. La ingente mole de documentos, copias y extractos que había reunido, componen la fabulosa Colección Muñoz, que a la muerte del historiador americanista pasó en un primer momento a la Biblioteca Real, permaneciendo allí hasta 1817, trasladándose a la Real Academia Española de la Historia, donde sigue siendo cantera tan inagotable como imprescindible para los estudiosos de la historia americana.

Muñoz asistía regularmente a la tertulia valenciana de Mayáns, y después de su marcha a Madrid mantuvieron ambos frecuentemente correspondencia. De Mayáns adquirió Muñoz su espíritu crítico, que aplicó en sus trabajos históricos. Una vez que Muñoz fue encargado de escribir La Historia de América, pidió frecuente ayuda y orientación a Mayáns.

El trabajo sobre Nebrija, que completa su personalidad literaria, le fue encargada a Muñoz por la Academia de la Historia. Muñoz lo leyó bajo el título de Elogio de Antonio Nebrija, en sesión pública el 11 de julio de 1796. Esta monografía ha sido calificada de “lo más selecto que brotó de la pluma del filósofo americanista”. Sólo un gran humanista como era Muñoz podía escribir con dignidad y hondura el gran humanista que había sido Nebrija.

Muñoz, como se ha dicho anteriormente, no publicó otro volumen de su Historia, pues murió -el 19 de julio de 1799 en Valencia- cuando tenía preparado el segundo para la imprenta. A pesar de todo, hoy no puede escribirse de asuntos colombinos sin consultar previamente los macizos capítulos de la Historia de este humanista valenciano.

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La paz no se reduce a la ausencia de guerrasAviso: Se ruega a los internautas que pongan en sus páginas el logotipo o banner de Internautas por la Paz y la Libertad que figura en la URL:http://www.arrakis.es/~aarias/internau.htm

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FORO LIBRE: HOMENAJE A CARMEN LAFORET

FORO LIBREASOCIACION CULTURAL, ARTISTICA Y LITERARIA
Francisco Arias Solís - Presidente ~ Plaza San Severiano, 2 ~ 11007 - CADIZ
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“Aquellas noches que corrían como un río negro
bajo los puentes de los días”.
Carmen Laforet.


HOMENAJE DE FORO LIBRE A CARMEN LAFORET

El próximo lunes, día 3, a las 20.00 horas, en la cafetería-restaurante El Cantábrico (Avda. Cayetano del Toro, 21 - Cádiz), la Asociación Cultural, Artística y Literaria FORO LIBRE celebrará un encuentro literario sobre la vida y la obra de la novelista Carmen Laforet (1921-2004), con motivo del IV aniversario de su muerte.

A una edad muy temprana inicia Carmen Laforet su tarea novelística con Nada (1945), auténtico éxito literario desde su publicación, siendo su mejor novela y que hay que recordar como uno de los títulos importantes de la posguerra. Utilizando una técnica tradicional y una estructura y lenguaje de gran sencillez, Nada inaugura un tono nuevo en la novela reciente, sin retoricismos ni ampulosidades. Por otra parte, el tema, el ambiente sórdido y la miseria económica y moral en algunas familias de los años cuarenta, plantearon un posible camino para la novelación de la España contemporánea. La novela destaca por su sinceridad y creo que la significación de esta primera novela de Carmen Laforet no ha sido igualada por ninguna de sus novelas posteriores. Nada, la novela que inaugura, en 1945, la gran serie del Premio Nadal, figura entre las obras clave del “tremendismo” literario y del realismo existencial que dominó el panorama narrativo europeo de los años cuarenta. Esta obra se considera además como uno de los más fieles testimonios del desmoronamiento de la pequeña burguesía durante los primeros años de la posguerra española. En el mismo año de su publicación se vendieron tres ediciones de Nada, es más, ganó también Premio Fastenrath de la Real Academia Española en 1948. Con esta obra, Laforet revitalizó la creación narrativa dentro del país, tras el trágico paréntesis de la guerra civil. En 1995, fue otorgado a Carmen Laforet el Premio Nacional de Literatura.

Entre las publicaciones posteriores a Nada destacan las novelas La isla y los demonios (1952), en la que la autora recuerda los años de infancia y adolescencia que vivió en Las Palmas, La mujer nueva (1955), sobre su reconversión al catolicismo, La insolación (1963) y Paralelo 35 (1967); la antología de cuentos La niña y otros relatos (1970).

Cuando ocurrió su muerte, 28 de febrero de 2004, llevaba alejada de la vida pública literaria más de treinta años, desde que en 1970 publicó La niña y otros relatos, año en que se separó de su marido. En los últimos años se ha intentado llamar la atención sobre su obra con la edición de su correspondencia con Ramón J. Sender y la reedición de su novela La mujer nueva.

No hagamos las paces con la guerra, ni tampoco levantemos guerras con la paz.
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miércoles, 27 de febrero de 2008

JOSE FRANCISCO DE ISLA POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JOSE FRANCISCO DE ISLA
(1708-1781)

“¡Ay, dulce y cara España,
madrastra de tus hijos verdaderos!”
Lope de Vega.

LA VOZ DE UN DESTERRADO

La figura de Isla tiene indudables atractivos; es conocida su profunda vocación religiosa, la abnegación con que gravemente enfermo, siguió a sus hermanos de Orden al destierro, cuando la Compañía de Jesús fue expulsada de España en 1767; la paciencia con que soportó, tras veinte días de navegación en el San Juan Nepomuceno, ver que en Civatavecchia no eran aceptados por las autoridades romanas y tenían que permanecer en los barcos, durante meses, costeando Italia y Córcega, hasta ser al fin desembarcados en los presidios corsos -el P. Isla en el de Calvi-; la generosidad con que emprende la tarea de traducir el Gil Blas, de Lesage, para socorrer con sus beneficios a un caballero necesitado que le pide ayuda ya que él no tiene ningún dinero. Tal era el hombre. Ni la dolorosa salida le hizo menguar en su profundo amor a España.

José Francisco de Isla nace en Vidanes, provincia de León, el 24 de abril de 1903. Ingresa en la Compañía de Jesús y estudia en Salamanca. Ordenado sacerdote, enseña Filosofía en Segovia, Santiago y Pamplona. Se ve envuelto en varios procesos y equivocadas acusaciones, con intervención del Tribunal de la Inquisición. El benemérito Padre Isla muere en Bolonia el 2 de noviembre de 1781.

El éxito de su obra Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, magnífica sátira literaria contra los predicadores enfáticos y cultistas de la época, publicada en 1758, fue aún mayor que lo esperado: desde la venta de los primeros 1.500 ejemplares en tres días hasta el desenfreno de comentarios, cartas, elogios y denuestos. Poco a poco, sin embargo, se fue nublando el cielo, y la tormenta no se hizo esperar: la Inquisición prohibió la reimpresión del tomo I (después haría lo mismo con el II), y en mayo de 1760 prohibió la obra. “Dios tenga en descanso al pobre Fray Gerundio -escribe su autor a su hermana-. Condenóle el tribunal, y se publica la sentencia el día 10 del corriente. Ella le declara reo de todos los delitos que puede cometer un libro, salvo los que tocan inmediata y directamente a la fe y a la religión”. La ignorancia y la pedantería de muchos predicadores, cuyo estilo era una degeneración acusada de barroco, es fustigada mordazmente por el escritor jesuita. En el libro se mezclan desordenadamente la narración novelesca –sobre la vida del ridículo fraile- y el tratado didáctico sobre lo que debe ser la buena oratoria sagrada; esta última domina sobremanera a lo largo de la obra.

El resto de su producción literaria es copioso, aunque no alcanza el interés de la novela anterior. Tradujo varias obras foráneas: El héroe español. Historia del emperador Teodosio, de Fléchier, Compendio de historia de España, de Dúchesne, Cartas, de Constantini, Arte de encomendarse a Dios, de Bellati, y la obra de Lesage Gil Blas de Santillana con el título Aventuras de Gil Blas de Santillana, robadas a España y adoptadas por Monsieur Lesage , restituidas a su patria y a su lengua nativa por un español zeloso que no sufre se burlen de su nación (1787-1788) –publicada con el pseudónimo Joaquín Federico Issalpas-. En colaboración con el padre Losada y con motivo de la canonización de Luis Gonzaga y de Estanislao de Kotska escribió La juventud triunfante (1727). De carácter satírico son las Cartas de Juan de la Encina (1732) y Triunfo del amor y la lealtad. Día grande de Navarra (1746). Tienen gran interés sus Sermones (1792), que acreditan que, si era capaz de censurar a los malos educadores, se hallaba en condiciones de darles ejemplo. En las Cartas de Juan del Encina aspiró a hacer con los malos médicos lo que en Fray Gerundio había llevado a cabo contra los predicadores vacíos, pero no logró el mismo éxito.

La simpatía de Leandro Fernández de Moratín por el P. Isla es muy viva y recuerda que el tribunal de la Inquisición “haciéndose del partido de los necios, de los pedantes, de los desatinados oradores que tenían convertido el púlpito en un tablado de arlequines, prohibió la Historia de Fray Gerundio, porque en ella se censuraban escandalosos disparates”.

En el contexto de la época, la oratoria sagrada está viciada de afrancesamiento y excesivo culteranismo, rayano en bufonada y ridículos juegos de palabras. Fray Gerundio, pleno de un fino humor y donaire, no excepto de picaresca con toda esa oratoria, como otrora Cervantes y su Quijote hicieron con la novela de caballerías.

“Pero el tribunal que había prohibido la Historia de Fray Gerundio -continúa Moratín-, no sólo era sabio, era infalible; y toda corporación o individuo que logra esta inestimable preeminencia jamás revoca lo que una vez decidió. Se leían, se celebraban en silencio los instructivos disparates del predicador de Campazas; pero existía el implacable anatema que los calificó de malsonantes y sólo en España no era lícito imprimir una obra que tanto honraba a la española literatura”.


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Gracias.

FELIPE II POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

FELIPE II
(1527-1598)

“Aquí, en breve tierra, yace
(si es tierra quien alma fue)
un rey en quien no se ve
lo que la tierra deshace.

Fue tan alto su vivir,
que sola el alma vivía,
pues aun cuerpo no tenía
cuando acabó de morir.”
Epitafio de Filipo II, el Prudente. Lope de Vega.

LA VOZ DEL REY PRUDENTE

La figura privada y política de Felipe II ha suscitado una larga controversia, en la que apreciaciones más o menos objetivas se mezclan a una malévola leyenda, que no se detuvo ante la calumnia. Visto en perspectiva, el aspecto más impresionante de su reinado es la inmensa carga depositada en los hombros del gobernante con la monarquía más grande que el mundo haya visto nunca, “más de veinte veces mayor que lo fue el imperio romano”, según un escritor de los años 1580, tenía no sólo que tomar decisiones que, a veces resultaban ser equivocadas sino que también tenía que cargar con la responsabilidad de ellas. Creía que una represión rápida de la rebelión en los Países Bajos bajo el mando del duque de Alba sería lo más efectivo; quedó probado que fue un error, y provocó una guerra que había de durar 80 años. Creía que la libertad de acción para los colonizadores españoles en América evitaría una rebelión como la de Pizarro, pero esa libertad de acción también costó la vida de decenas de miles de indios, como Las Casas afirmó. Creía que una invasión de Inglaterra en 1588 traería la paz; y trajo más guerra, y provocó rebeliones entre los contribuyentes de Castilla.

Felipe II nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527, primogénito de Carlos I y de Isabel de Portugal. La preparación para el gobierno la debió en gran medida a las enseñanzas de su padre y a la práctica de los asuntos políticos. Regente de España desde 1543, cuando tenía sólo dieciséis años, Felipe se convirtió en el gobernante más experimentado de su época. Viajó y abrió su mente al Renacimiento, al arte, a la caballería, vivió entre protestantes en Inglaterra y Alemania y coexistió con ellos. Gran parte de nuestro fracaso para entender a Felipe II viene de estos años de los que ningún historiador hasta ahora ha tratado. El joven caballero de Bruselas, de Munich, de Westminster, el amigo de Guillermo de Orange y de Mauricio de Nassau, cazando en los bosques del Palatinado y de Milán, discutiendo de arte con Tiziano en Augsburgo y de teología con los obispos de Trento, éste es el joven Felipe que no aparece en ninguno de los estudios clásicos y el que nos ofrece un mayor conocimiento de su propia persona.

Este carácter europeo de Felipe viene confirmado por el hecho de que fue el monarca más viajero de sus tiempos. Su único solaz, después de la religión, fue su familia. Se casó cuatro veces. Primero con la infanta portuguesa María Manuela. De este matrimonio nace el príncipe Don Carlos. Después de nueve años de viudedad, se casa con María Tudor, reina de Inglaterra. La tercera esposa es Isabel de Valois. Pero su gran amor fue su última esposa que era veinte años más joven que él y era su sobrina, Ana de Austria, de cabellos de oro y ojos azules. El 14 de abril de 1578 Ana da al rey su ansiado heredero que sería Felipe III.

A una cierta irresolución responde el calificativo de Rey Prudente, con que se le conoce. En el aspecto interno, organiza un enorme imperio sobre los principios básicos que su padre había establecido. Se trataba de un mosaico de Estados y territorios heterogéneos: reinos de España, plazas del Norte de África, islas Canarias, territorios italianos, países de la casa de Borgoña, América y Filipinas.

Fue muy partidario del Santo Oficio. Es suficiente citar su afirmación en 1569 al Papa: “Yo no puedo ni debo dejar de favorecer a la Inquisición, como lo haré siempre, todo el tiempo de mi vida”. Sin embargo, murió menos gente en la España de Felipe II por persecución religiosa que en cualquier otro de los principales países occidentales de la misma época.

En cuanto la política exterior, aunque no dispone de título de emperador, sigue las directrices políticas de su padre: la búsqueda de la unidad cristiana y el apoyo de los intereses de la Iglesia. La política de Felipe II es siempre conservadora, defensiva. Cuantas veces interviene es forzado por las circunstancias. Dogma esencial de Felipe II era la conservación de su vasto imperio y el mantenimiento del orden interno.

El espíritu de Felipe II se simboliza en el monasterio de El Escorial, que mandó construir. Desde él y desde Madrid (a donde traslada la Corte en 1561) gobierna España, con una idea centralizadora. Desde 1580 es también rey de Portugal.

A pesar de unos errores críticos, como el rechazo de la colaboración del Greco en el Escorial, Felipe II fue un protector de las arte y se interesó especialmente por las aportaciones del Renacimiento italiano.

Murió Felipe II en El Escorial el 13 de septiembre de 1598, tras una prolongada, dolorosa y torturante agonía. Día y noche, varios sacerdotes oraban en su aposento en el que había mandado a colocar numerosas reliquias de santos. Finalmente expiró, besando el crucifijo que su padre sostuvo al morir. Y como dijo Góngora: “Religiosa grandeza del Monarca / cuya diestra real al Nuevo Mundo / abrevia, y el Oriente se le humilla. / Perdone el tiempo, lisonjee la Parca / la beldad desta Octava Maravilla, / los años de este Salomón Segundo”.

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martes, 26 de febrero de 2008

ERNESTO GIMENEZ CABALLERO POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

ERNESTO GIMENEZ CABALLERO
(1899-1988)

“Y bajo el gris
y bajo el fondo negro
una abstracta oblicua rosa.”
Ernesto Giménez Caballero.

LA VOZ DE UN VANGUARDISTA

Ernesto Jiménez Caballero ha sido quizá el más importante exaltador lírico del fascismo, con sus libros: La nueva catolicidad (1932) y el inefable Genio de España (1932); aunque es autor muy prolífico, quizá estos dos libros merecen destacarse por reflejar –sobre todo el segundo- lo que fue la emoción fascista en un determinado momento histórico.

El escritor madrileño que se autodenomina “nieto del 98” sobresale por su talento de narrador, por su labor de publicista de vanguardias a través de La Gaceta Literaria, y por la de ideólogo fascista (el primero que hubo en España), cuya capacidad de acumular contradicciones en una sola página permanece imbatida en lo que va de siglo.

Ernesto Giménez Caballero, escritor, historiador de nuestra literatura y uno de nuestros primeros vanguardistas, nace en Madrid el 2 de agosto de 1899. Terminados los estudios en letras y derecho en la Central, va en 1921 de soldado a Marruecos. Fruto de estas experiencias, es su primer libro, Notas marruecas de un soldado, de 1923, reseñado muy elogiosamente por Unamuno en la revista España. Notas marruecas de un soldado es uno de los pocos libros escritos por aquellos años sobre el tema de la guerra de Marruecos que todavía puede resistir una comparación con el mejor de ellos, El blocao, de José Díaz Fernández.

Tras una estancia como lector de español en Estrasburgo, vuelve Giménez Caballero a Madrid para dedicarse de forma sistemática a la literatura, colaborando desde 1925 en El Sol. Trabajos que son recogidos en un volumen titulado Carteles (1927), que es un claro indicio de los contactos que ha tenido el autor con el vanguardismo artístico y literario. El talante novedoso y el dinamismo alegre e irracionalista que imprimió Giménez Caballero al vanguardismo son, asimismo características fundamentales de la revista fundada y dirigida por él, la Gaceta Literaria, que nació el 1 de enero de 1927, con una clara predilección por cualquier muestra de dinamismo cultural que diera la juventud. La presencia de Giménez Caballero se adivinaba siempre veloz en la revista, tal como describiera a su fundador Juan Ramón Jiménez en Españoles de tres mundos: “Escurridizo, tirante, ubicuo este madrileño futurero, fotografiado siempre desde sitio atrevido”.

Cuando en 1928 llega a Roma experimenta una conversión política y psicológica. La sensación de integridad anímica que le da su estancia en Roma ira perfilándose hasta el momento en que el advenimiento de la República le obliga a tomar la postura inequívoca que le convertirá en el precursor por excelencia de la nueva reacción española. El resultado fue que las personas que habían colaborado en su Gaceta Literaria abandonaron casi por completo a Giménez Caballero en 1931. Antonio Espina fue el primer colaborador que abandonó la revista por incompatibilidades de pensamiento. En el número 15 de abril 1929 se insertó la siguiente nota: “Nuestro compañero Antonio Espina deja de colaborar en nuestro periódico porque desea ser político y alejarse -no sabemos si temporalmente- de la literatura y el arte”.

Entre sus obras destacan sus libros vanguardistas: Carteles, Los toros, las castañuelas y la Virgen (1927), Yo, inspector de alcantarillas (1928), Julepe de menta (1929). Su Carta a un compañero de la joven España (1929) fue el manifiesto del que surgiría el nacional-sindicalismo y toda la ideología fascista a través de los libros como Circuito imperial (1929), La nueva catolicidad, Genio de España, Manuel Azaña (1932), Roma madre (1939), España nuestra (1943). Escribió también La Europa de Estrasburgo (1949), Norteamérica sonríe a España (1952), Lengua y Literatura de la Hispanidad, así como Revelación del Paraguay (1958), donde estuvo varios años de embajador. Sus últimas obras fueron: Cabra la cordobesa, balcón poético de España (1973), por la que obtuvo el premio Juan Valera, Bolívar ante un español, Literatura hispanoamericana, Memorias de un dictador y Retratos españoles (bastante parecidos), Premio Espejo de España 1985, compartido con Emilio Romero. Giménez Caballero obtuvo dos veces el Premio Nacional de Literatura.

¿Dónde y cómo se inserta en esta trayectoria artística e ideológica la obra más importante de Giménez Caballero, Yo, inspector de alcantarillas? La respuesta no resulta nada fácil dado que la prosa vanguardista de los años 20 está prácticamente sin estudiar. Por otra parte, en Yo, inspector de alcantarillas hay una gran variedad de estilos, enfoques y tendencias que refleja las corrientes y contracorrientes literarias (ramonianos, cubistas, surrealistas, etc.) del momento. Empieza evocando a André Breton y el autor nombra a otros “amigos que buscaban sus naufragios como los míos”. Son Joyce, Eluard, Unamuno, Gracián, Joan Miró y Freud.

Ernesto Giménez Caballero murió en Madrid el 14 de mayo de 1988. “Un día -decía el escritor madrileño-, cuando yo haya desaparecido, las Academias -hasta la Española- me rendirán la justicia que creo haberme ganado”.


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Será vano el intento de humanizar las guerras. Lo humano es evitarlas.
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HERNAN CORTES POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

HERNAN CORTES
(1485-1547)

“Al llegar a México el Capitán
fue a recibirlo Motecuhzoma.
Apenas Cortés ha bajado del caballo
cuando el emperador lo colma de joyas de oro
y lo adora y abraza.”
Anónimo nahuatl.


LA VOZ DEL FUNDADOR DE MEXICO

“Aunque este gran personaje no era historiador -escribía Méndez Bejarano-, son un monumento de interés histórico y literario sus cinco extensas cartas dirigidas a doña Juana y a su hijo, el emperador. Sobrio y modesto al hablar de su persona, da a cuanto relata un color de verdad que presta irresistible encanto a su lectura”.

Hernán Cortés nació en Medellín, provincia de Badajoz, en 1485. Era de familia hidalga, hijo de Martín Cortés y de Catalina de Pizarro. Fue enviado a estudiar Leyes a Salamanca. Abandona los estudios y marcha a las Indias (1504). En La Española es colono y escribano público del Ayuntamiento de Azúa. Parte con Diego de Velázquez a la conquista de Cuba, llegando a ser secretario de Velázquez y tesorero de Cuba (1511). Debido a un incidente amoroso, se enemista con Velázquez. Acaba casándose con Catalina Xuárez, y se reconcilia con Velázquez.

En 1518 es nombrado jefe de una expedición a México, dirigida y pensada por Velázquez. Cortés toma rumbo a Trinidad, siguiendo luego hacia Cuba y más tarde hacia México. El Jueves Santo de 1519 arriba al islote de San Juan Ulúa. Erige la ciudad de Villa Rica de la Vera Cruz, en contra de los partidarios de Velázquez. Es nombrado por sus tropas capitán general y justicia mayor de la zona, desligándose totalmente de Velázquez. Entonces sucede el famoso incidente de quemar las naves para que nadie intentase volver a Cuba. Se interna hacia la meseta de Anáhuac y llegó el 8 de noviembre de 1519 a la capital del imperio Azteca. Moctezuma le recibió en su palacio, pero Cortés, tomando como pretexto el asesinato de algunos españoles en Veracruz, hizo apresar al emperador. Entretanto desembarcó en México una expedición mandada contra Cortés por Velázquez y dirigida por Pánfilo de Narváez. Cortés salió al encuentro la atacó por sorpresa en Cempoala y la sometió. Al mismo tiempo los aztecas se habían sublevado en la capital, donde Pedro de Alvarado ejercía el mando de las fuerzas como lugarteniente de Cortés. Este corrió, pues, en su auxilio e intentó valerse de la autoridad de Moctezuma para apaciguar a los indígenas. Herido el emperador, Cortés decidió abandonar la ciudad. La retirada fue de tan desastrosas consecuencias, que históricamente había de conocerse por la Noche triste, 30 de junio de 1520. Reorganizada la tropa, se dirige nuevamente sobre la ciudad de México, reconquistándola el 13 de agosto, siendo apresado el emperador Cuauhtémoc. En 1521 es reconocido gobernador y capitán general de Nueva España por Carlos I, con quien se entrevista en 1528. Después de haber contraído matrimonio con Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, y de ser nombrado marqués del Valle de Oaxaca y capitán general del mar del Sur, regresa a México, en 1530. Desde allí organizó, algunas expediciones al golfo de California. En 1540 regresa a España para deshacer maquinaciones fraguadas contra él. Es recibido fríamente por Carlos I. Participa en la expedición de Argel. Hernán Cortés, muere en Castilleja de la Cuesta, provincia de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547.

No hubo “masas” en la empresa de América quiero decir soldados anónimos sin personalidad propia, meros instrumentos. Los españoles que la llevan a cabo son muy pocos, dato que no se puede olvidar; y, por otra parte, todas las crónicas están llenas de nombres propios. Baste recordar las Cartas de relación de Hernán Cortés, o la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de su fiel y maravilloso cronista Bernal Díaz del Castillo. En ese marco hay que considerar la figura de Hernán Cortés, descubridor, explorador, conquistador, creador de un gran país.

Bernal Díaz del Castillo en la primera página de su historia, dice que “hemos servido a Su Majestad así en descubrir y conquistar y pacificar y poblar todas las provincias de la Nueva España, que es una de las buenas partes descubiertas del Nuevo Mundo, lo cual descubrimos a costa nuestra sin ser sabedor de ello Su Majestad”.

La mayor grandeza de Hernán Cortés reside en que concibió y hasta cierto punto realizó durante su vida un gran país, de fuerza y originalidad extraordinarias, mestizo biológica y socialmente, con personalidad e historia ininterrumpidas, a pesar de la tentación de mutilarlas extirpándoles tres siglos a lo largo de los cuales se constituyó, sin los cuales sería absolutamente incomprensible y, por supuesto, hoy no sería viable.

El conquistador de México fue, ante todo, el fundador de México, y en eso consiste la verdadera magnitud de Hernán Cortés, que lo coloca a un nivel que muy pocos han alcanzado. Y como dijo el poeta: “A aquellos soldados un día / los llamó el mar ignorado”.


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lunes, 25 de febrero de 2008

JUAN MELENDEZ VALDES POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JUAN MELENDEZ VALDES
(1754-1817)

“Miro contemplo los trabajos duros
del triste labrador, su suerte esquiva,
su miseria, sus lástimas; y aprendo
entre los infelices a ser hombre.”
Juan Meléndez Valdés.

LA VOZ DEL POETA NUEVO

Meléndez es sin duda, la personalidad poética más relevante de todo el XVIII español, tanto por la calidad e inspiración de sus versos como por la variedad de sus registros temáticos y estilísticos. Representa la madurez de la Ilustración poética y ejemplifica perfectamente con su variada obra esa confluencia de corrientes que es nota distintiva de nuestra lírica setecentista. En ella confluyen y conocen sus calidades más altas el gusto rococó, con sus ondas anacreónticas y su lírica amorosa, la poesía de factura neoclásica y la veta prerromántica de sus composiciones filosóficas y religiosas. No en vano fue considerado por algunos contemporáneos como la encarnación del poeta nuevo, acorde con el espíritu de los tiempos. Es el más notable precursor del movimiento romántico español. Para Azorín, fervoroso entusiasta del poeta extremeño, todo el romanticismo se halla ya en Meléndez: su subjetivismo, “la melodía, el énfasis solemne, el desequilibrio entre la idea y la expresión, el gusto por los aspectos hórridos y terroríficos, la ternura, el llanto, la desesperanza infinita”.

Juan Meléndez Valdés nace en Ribera del Fresno, provincia de Badajoz, el 11 de marzo de 1754. Estudia humanidades en Madrid, y, más tarde, la carrera de leyes en la Universidad de Salamanca. Allí conoce a Cadalso que influyó notablemente en su concepción de la poesía, al igual que Jovellanos, al que conoció por medio de otro poeta de la escuela salmantina.

Antes de acabar la carrera, recibe la vacante de una cátedra de humanidades como sustituto, y tres años más tarde, en 1781, se convierte en titular de una de gramática. Sus años de catedrático son probablemente los más felices.

En 1780 gana un importante premio de la Real Academia de la Lengua con su égloga Batilo, de cuyo título tomará su seudónimo. En 1783, vuelve a ganar un premio, éste de la Academia de San Fernando, con la comedia Las bodas de Camacho. En ese mismo año se casa en secreto con Andrea de Coca, que era bastante mayor que el poeta.

Tras esos años salmantinos, ejerció la carrera judicial en Zaragoza y Valladolid, llegando a ser Fiscal de Distrito en la capital de España. Amigo y protegido de Jovellanos, a la caída de éste sufrió destierro en Medina del Campo y más tarde en Zamora (1800). En Zamora recibe la rehabilitación parcial y la libertad de elegir residencia, lo que le lleva de nuevo a Salamanca.

En 1808, y a raíz del motín de Aranjuez, sus protectores son rehabilitados y vuelve a Madrid. Las tropas napoleónicas invaden el país. Su afrancesamiento le llevó a colaborar más tarde con el rey José I, con el que fue ministro de Instrucción Pública, de ahí su obligada emigración tras la Guerra de la Independencia, y su muerte en el exilio. Juan Menéndez Valdés muere en Montpellier el 24 de mayo de 1817. Desde 1900, sus restos reposan en el Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de San Justo, junto a Goya y Moratín, ambos muertos también en Francia.

Meléndez cultivó la poesía lírica y pastoril, las composiciones de tipo moral, social y filosófico y en su última etapa acusó una marcada influencia de los poetas ingleses, particularmente de Young y de Pope. El poeta extremeño brilla en las descripciones, encuentra siempre la imagen precisa y compone con armonía y ligereza, aunque a veces incurra en el rebuscamiento y la afectación. La primera edición de sus poesías apareció en 1785; a ésta siguió otra, muy aumentada (compuesta por tres volúmenes), en 1797. Hay finalmente otras póstuma de 1820, hecha por Quintana sobre las notas de Meléndez. Más tarde se dieron a conocer otras composiciones no incluidas en la edición de Quintana, y en 1894 Fouché-Delbosc dio a conocer Los besos de amor, colección de poemas amorosas algo obscenos. El sentimentalismo propio de la época, unido a la vena moralizadora, aparece en El cariño paternal, El niño dormido, etc.; en su última época se atisba un cierto romanticismo en los tres romances fronterizos (uno de ellos perdido hoy) que forman Doña Elvira. En las letrillas sobresalen A más lindos ojos, El lunarcito, etc. Teócrito le inspira los idilios Los inocentes, La ausencia, A la amistad, etc. La mayor parte de su obra está constituida por odas, algunas donde lo bucólico-sensual se combina con notas sentimentales, otras de carácter moral (Siendo la vida tan breve y tan incierta etc.) o filosófico (A la muerte de Cadalso, De la verdadera paz, etc.)

En sus Epístolas (Epístola a Godoy, Semanario de agricultura, Al sol, A un lucero, etc.) se exponen la mayoría de sus ideas progresistas. En sus Discursos Forenses, lo más importante conservado de su obra en prosa, Meléndez insiste en temas ya tratados en sus epístolas u otras composiciones de tipo social, destacando el de apertura de la recién creada Audiencia de Extremadura por los conceptos que se vierten sobre el estado de la justicia española, verdadera obsesión de Meléndez, y su posición netamente ilustrada de reforma de la misma.

Meléndez Valdés, hombre de su tiempo, encierra como todos los grandes escritores, aspectos que son siempre modernos, que tienen plena actualidad, como puede observarse en estos versos: “Todos tus hijos somos / el tártaro, el lapón el indio rudo / el tostado africano; / es un hombre, es tu imagen y es mi hermano”.


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Por la convivencia frente a la crispación.
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Gracias.

domingo, 24 de febrero de 2008

JUAN BAUTISTA ARRIAZA POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JUAN BAUTISTA ARRIAZA
(1770-1837)


“Pero no espere el traidor
un vasallo en esta orilla;
que mi bien es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.”
Juan Bautista Arriaza.

LA VOZ ENTRE DOS SIGLOS

Un hecho histórico característico de la transición entre los siglos XVIII y XIX fue que los poetas ( los escritores en general) aspirasen a ocupar un puesto con la organización política de la sociedad. Esa importancia social de los poetas y de la poesía sólo es explicable si unos y otra responden a los intereses y gustos de la clase dominante. Es decir, en una época de dominio burgués, el que los poetas ocupen puestos destacados en la Administración pública, por el hecho de ser escritores de renombre, significa que su escritura no contradice las opiniones del poder.

Juan Bautista Arriaza y Superviela nació en Madrid el 27 de febrero de 1770. Cursó su estudios en el Real Seminario de Nobles, de donde pasó a la escuela militar de Zaragoza. Ingresó en la marina real y en ella sirvió hasta que una grave afección de la vista le obligó en 1798, a dejar este servicio. Desde este año que publicó en Madrid Las Primicias, hasta 1829 que se publican las Poesías líricas de D. Juan Bautista Arriaza nuevamente aumentadas con sus últimas composiciones, son varias las estampadas. Su inspiración se encaminó especialmente a la elaboración de himnos y poemas patrióticos, entre los que es famosa su composición “Al Dos de Mayo”, incluida en Poesías patrióticas, publicadas en Londres en 1810.

Juan Bautista Arriaza entró en la carrera diplomática y como agregado pasó a la legación española en Londres. Allí estaba en 1802 cuando concluyó su poema “Emilia”. En 1805 se trasladó en París y, por último, a Madrid. Opuesto a los franceses y constitucionales, recibió el favor de Fernando VII, quien le distinguió con la Orden de Carlos III, nombrándole consejero y secretario de decretos, y mayordomo de semana, y fue, prácticamente, el poeta oficial de aquella corte. Al caer la Constitución escribe un himno en el que decía: “Libertad se llama la arpía / que el averno lanzó contra España”. Perteneció a la Academia Española y a la de San Fernando. Juan Bautista Arriaza falleció en Madrid el 22 de enero de 1837.

Sus poemas, escritos ya muy avanzado el XIX, recogen todavía los gustos de la transición entre los dos siglos. Si la transición del clasicismo al romanticismo era evidente en lo que concernía a los temas y al concepto general del mundo, no puede decirse lo mismo a las formas poéticas. En 1814, Nicolás Bölh de Faber inició en El Mercurio Gaditano artículos sobre el teatro clásico español. Don Nicolás reforzó la tendencia restauradora del pensamiento de Schelegel, ampliándolo con entusiasmo a la literatura española. La polémica se entabló como es de sobra conocido, con José Joaquín de Mora que tomó la postura de la Ilustración. Cabría, pues interpretar que el romanticismo se presenta inicialmente en España con la postura de Bölh de Faber coincidente en muchos aspectos con la de Arriaza, a la que los liberales no podían hacer otra cosa que oponerse. Y como dijo el poeta partidario de la política absolutista de Fernando VII: “Al error que me engañaba / concede, Silvia, el perdón; / ya siento más tu aflicción / que antes sentí tu desdén”.


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Sus palabras son bellas... pero luego no cumplen sus promesas.
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Gracias.

LOS HOMBRES DEL 98 POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

LOS HOMBRES DEL 98


“Y así la bola de la historia rueda...
¡generación de las generaciones1
¡viva, pues la, definitiva! ... y todo
¡generación!”
Miguel de Unamuno.
UNA GENERACIÓN EXCEPCIONALMENTE CREADORA

La época presente comienza en España con la generación que se llama de 1898. Los autores del 98 no son solo glorias oficiales, sino figuras vivas que forman parte de nuestro mundo, que apasionan o que irritan, con quienes se discute, de quienes se recibe estímulo, cuyas críticas se temen: más viva que muchos vivientes.

No es menester insistir en que la fecha de 1898 no determina la significación de la generación así llamada, sino que fue el revelador de esa actitud, iniciada ya algunos años antes (en los primeros libros de Unamuno, como En torno al casticismo, de 1895, o Paz en la guerra, de 1897; en la obra entera de Angel Ganivet, muerto en 1898). La “entrada en la historia” de esa generación, como un personaje del drama histórico, correspondería a 1901, que es cuando empieza a perfilarse su figura. Este nuevo grupo aparece asociado a lo que se llamaba, de manera bastante vaga, modernismo, y los escritores y artistas de la generación del 98 fueron llamados casi siempre “modernistas”, con un matiz normalmente desdeñoso y hasta agresivo. Lo que ocurre es que el término “modernismo” no designa un periodo, menos aún una generación, sino una tendencia o escuela, y de hecho algunos hombres del 98 fueron modernistas y otros no.

Si se piensa en escritores y políticos, hombres definidos por la palabra, ya que la oratoria fue esencial a la política hasta hace pocos decenios; en la generación del 98 se encuentran Unamuno, Ganivet, Costa, Baroja, Azorín, Maeztu, Valle-Inclán, Blasco Ibañez,, Antonio y Manuel Machado, Beravente, Rubén Darío, Menéndez Pidal, Besteiro, Alcalá Zamora; sin olvidar los músicos Albéniz, Falla y Granados, que completan la imagen de la generación.

La autenticidad, la inevitabilidad del ejercicio intelectual, literario o artístico, el no tener más remedio que hacer lo que se hace, es lo que define a los autores del 98. Tienen conciencia del elemento de falsedad del mundo vigente -por lo pronto, casi solamente de eso-, el “desastre” de 1898 actúa como revelador que descubre la dimensión de insinceridad, inercia y aplazamiento de las verdaderas cuestiones que había caracterizado el tiempo de la Restauración. De esa impresión de naufragio nace la musa de la época.

Entran en cuentas consigo mismo y en su situación, aceptan la realidad, reconocen que es tal como es, pero como la encuentran inaceptable, su actitud es inconformista y polémica. Sin embargo, hay que entender esto bien; más que discutir -lo cual supondría entrar en el juego, aceptar los supuestos de la época anterior- van a otra cosa. Por eso se trata de una generación excepcionalmente creadora.

El contacto con la realidad, la forma de posición de ella -desde el paisaje a la historia y la literatura y los problemas vivos-, es de una intensidad desconocida. Al lado de la obra de los hombres del 98, todo lo precedente parece “convencional”. Ese cambio de óptica, esa desnudez del ojo que mira inquisitivamente, reprimiendo la realidad, viéndola en estado naciente, es lo que caracteriza la obra de esa generación, lo que la mantiene viva, con una increíble frescura, todavía hoy. Y como dijo don Miguel de Unamuno. “Cántame aquella canción / que me fraguó el corazón”.

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Gracias.

sábado, 23 de febrero de 2008

MANUEL MANTERO POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

MANUEL MANTERO

“El pobre
esperó
a que pasaran otros siete años
según la ley.”
Manuel Mantero

LA VOZ CON NERVIO EXPRESIVO

La actitud de este poeta no puede ser más voluntariosa. Intenta romper el clisé de la poesía colorista y romántica con incursiones coloquiales y espontáneas. Busca, ya se comprende, una integración de tradición y modernidad, de emoción antigua y lenguaje vivo, de concepto trascendente y forma desarticulada y automática.

No le gusta a Mantero que se le encasille en generaciones ni en corrientes. Ha protestado cuando se le puesto al lado de los poetas sociales, por el objetivismo que se advierte en sus poemas o por la denuncia de situaciones; Mantero, si comparte algunos datos externos con otros poetas de los años cincuenta, se distancia por el rasgo más personal de su acento: el de romper las fronteras del “aquí y el ahora”. ”Pero si el poeta social -decía Mantero- es intentar poesía también por un camino que se ofrece cercano, entrañado y tremendo al hombre de hoy, sí me considero poeta social”.

Manuel Mantero nace en Sevilla en 1930. Doctor en Derecho. Crítico de poesía. Profesor de la Universidad de Madrid y Premio Nacional de Poesía 1960 y Fastenrath de la Real Academia en 1967 En 1969 se marcha a Estados Unidos como Profesor de Literatura española en Michigan y más tarde impartió clases en la Universidad de Georgia, como Profesor Distinguido, hasta el año 2000, año de su jubilación. En la actualidad es “Emeritus Research Profesor”, de dicha Universidad. Ha obtenido el Premio Andalucía de la Crítica y es miembro de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras.

Poeta andaluz con traje campesino y con temas de la poesía de todos los tiempos. la mujer, la muerte, la noche, la soledad, el tiempo. Realista, esencial a la vez, al arrancar sus versos de hoy, con todo el peso de nuestros problemas, en el momento en que éstos inciden en la posibilidad o en la amenaza de que el hombre o el mundo sigan existiendo. Poeta también imaginativo, creador de nuevas realidades a partir de la materialidad de lo existente; de ahí arranca el dato inexplicable o nostálgico en su poesía que hace referencia al misterio humano o que intuye, en otros casos, su esencia.

Su primer libro data de 1954, La carne antigua, cuando Mantero tenía veinticuatro años. Se da a conocer en 1958 con Mínimas del ciprés y los labios; este libro contiene poemas breves y tristes; los temas son los de la muerte y la mujer, expresados desde una geografía andaluza y una sensibilidad sureña. Manuel Mantero deja Sevilla por Madrid en 1960, con la intención de dedicarse a la enseñanza de la Filosofía del Derecho. Las aficiones literarias y la vida en la gran ciudad le cambian el rumbo.

Tiempo de hombre (1960) es obra de un poeta preocupado por los temas de nuestro tiempo vistos desde el ambiente concreto de una jornada cualquiera vivida en la ciudad. Lámpara común (1962) expresa la solidaridad con sus contemporáneos: “Me sentí hombre entre los hombres y no pude evitar la voz coral”, ha escrito Mantero en este libro. Misa solemne (1966) y Ya quiere amanecer (1975) son sus obras más ambiciosas.

Otros libros poéticos son: Poemas exclusivos (1972), Memorias de Deucalión (1982), Fiesta (1995), Primavera del ser (2003), Equipaje (2005). Entre los títulos más relevantes de sus libros en prosa citaremos: Crates de Tebas (1980), Poetas españoles de posguerra (1986), Antes muerto que mudado (1990) y Había unas ventana de colores. Memorias y desmemorias (2004). En Poetas españoles de posguerra, nos dice: “Para una Iglesia que declaró “Cruzada” a la guerra civil y que aumentó sus privilegios a raíz del Concordato de 1953, imponiendo la enseñanza religiosa a todos los niveles, la justicia social no fue problema hasta después del Concilio Vaticano”.

Mantero posee entonación épica, nervio expresivo, y, por supuesto, audacia. Y la voz poética de Mantero aporta comparaciones y analogías originales y válidas. Sólo una subjetividad plena puede establecer el correlato entre la idea y su representación. Y como dijo el poeta sevillano. “Nadie deje su hambre en cualquier parte: / Lo que quedasteis sin comer un día / esperando esta fiesta, esta alegría, / seréis saciados, no claméis aparte”.

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JOSE IGLESIAS DE LA CASA POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JOSE IGLESIAS DE LA CASA
(1748-1791)

“Anda, mi zagal, anda;
tráeme de Miranda flores
y un ramillo de amor de amores.”
José Iglesias de la Casa.

LA VOZ MELANCOLICA DEL POETA

Este hombre triste, de humor muy desigual, poeta perteneciente a la escuela salmantina que adoptó el pseudónimo de Arcadio, debió su popularidad a sus poesías festivas y burlescas a las que pertenecen en especial sus Letrillas satíricas y su abundante colección de Epigramas. En aquellas es bien visible la huella de Góngora y Quevedo; muchos de los temas de Iglesias son un reflejo literario de dichos maestros, pero hay también muchos que la sagacidad humorística del poeta toma del mundo circundante, hasta el punto de que el conjunto de estas composiciones puede mostrarnos un divertido panorama de la sociedad de su tiempo. En los Epigramas se acentúa su desenfado, sarcástico a veces y con alguna frecuencia desgarrado.

José Iglesias de la Casa nació en Salamanca el 31 de octubre 1748. Hijo de familia aristocrática venida a menos. En la Universidad de su ciudad natal estudió Humanidades y Teología. Desde edad muy temprana se dedicó a la poesía, a la música y a la pintura, y es muy probable que hasta sus treinta y cinco años en que se ordenó de sacerdote, viviera de su trabajo como artífice de platero, profesión que fue la de su padre. Después de su ordenación ejerció como párroco en varias pequeñas aldeas salmantinas, hasta su muerte prematura, ocurrida en Carbajosa de la Sagrada (Salamanca) el 26 de agosto de 1791. Sus Poesías fueron publicadas después de su muerte, en 1795. Algunas de sus líricas satíricas eran ofensivas contra las autoridades y la edición de 1798 fue incluida por la Inquisición en el Index Expurgatorius.

Tradicionalmente viene caracterizándose a Iglesias como poeta festivo y epigramático, pero no son éstas las únicas facetas de su compleja personalidad, aunque sean las más notadas y las que más popularidad le dieron en su tiempo. Los modernos comentaristas tienden, por el contrario, a anteponer a su obra festiva sus composiciones pastoriles, que le sitúan muy típicamente dentro del estilo eglógico de la época. En este género deben destacarse las treinta y cinco letrillas que se agrupan bajo el título de La esposa aldeana, breves composiciones de gran sensibilidad y ternura, con gotas de ínfima malicia como en una letrilla, que dice así: “El mi pastorcillo / bien yo sé que suele / por mí preguntaros, / si estoy de él ausente...”

Notables son también sus romance bucólicos y un grupo de dieciséis anacreónticas. En todas estas composiciones Iglesias se muestra poeta graciosamente delicado, que maneja con gran primor la amable y traviesa levedad peculiar de este género poético. Interesantes son sus treinta romances reunidos en La lira de Medellín, en donde trata el tema de los maridos consentidos. En tono elegíaco escribió Llanto de Zaragoza (1779), donde habla del incendio del Coliseo de Zaragoza.

Distinto tono tienen ya sus Idilios en los que puede ya advertirse el influjo de Gessner y también de Young; el gracioso juego artificioso de la bucólica neoclásica adquiere un tono de más sincero sentimentalismo, que se refleja en las tonalidades del paisaje -nocturnos, inviernos helados, tierras estériles- y en la voz melancólica del poeta, que oscila entre la resignada nostalgia y la amarga desesperación. Es frecuente señalar en estas composiciones de Iglesias los rasgos de la llamada lírica prerromántica, comunes a toda la poesía europea del momento, aunque no pueden desconocerse en estos Idilios acentos de íntima sinceridad personal. en el poeta salmantino había una veta de tristeza provocada por su delicada salud y la seguridad de una muerte temprana, y también por íntimas insatisfacciones vitales.

Hay en Iglesias un lírico de calidades muy estimables e incluso sobresalientes sobre todo cuando maneja la cuerda epigramática y más aún, quizá, en sus composiciones pastoriles de ritmos cortos. Y como dijo el poeta salmantino: “En vano a la puerta llama / quien no llama al corazón...”

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Será vano el intento de humanizar las guerras. Lo humano es evitarlas.
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viernes, 22 de febrero de 2008

FORO LIBRE: HOMENAJE A LAS MUJERES ESCRITORAS

FORO LIBREASOCIACION CULTURAL, ARTISTICA Y LITERARIA
Francisco Arias Solís - Presidente ~ Plaza San Severiano, 2 ~ 11007 - CADIZ
e-mail: pazylibertad@arrakis.es
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“No quiero
amar en secreto,
llorar en secreto,
cantar en secreto.
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO.”
Ángela Figuera Aymerich.



HOMENAJE DE FORO LIBRE A LAS MUJERES ESCRITORAS

El próximo lunes, día 25, a las 20.00 horas, en la cafetería-restaurante El Cantábrico (Avda. Cayetano del Toro, 21 - Cádiz), la Asociación Cultural, Artística y Literaria FORO LIBRE celebrará un encuentro literario sobre las mujeres escritoras.

La primera generación de mujeres españolas que tuvo conciencia de sí misma como “mujeres escritoras” apareció hacia 1841, justo en el momento de apogeo del movimiento romántico español y de una primera oleada de reformas liberales. Ese año fue testigo de un pequeño aunque notable auge de la publicación de obras escritas por mujeres (Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Fernán Caballero...), que a lo largo de las siguientes décadas se consolidaría dando lugar a un caudal firme y creciente (Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro...).

A pesar del dominio constante de las ideología de la subordinación de la mujer y la ceguera de la cultura oficial ante los orígenes de una literatura de la conciencia femenina -cuando no explícitamente feminista- esa tradición ha sobrevivido en la corriente de la cultura misma, estallando con pleno vigor en la generación de mujeres rebeldes y vanguardistas, literatas y políticas, que nacieron en el amanecer del pasado siglo (Rosa Chacel, María Zambrano, Josefina de la Torre, Concha Méndez, María Teresa León, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcín, Clara Campoamor, Victoria Kent, María Lejárraga, Margarita Nelken, Nuria Parés, María Enciso, Zenobia Camprubí, Carmen Conde, Angela Figuera Aymerich..).



No hagamos las paces con la guerra, ni tampoco levantemos guerras con la paz.
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jueves, 21 de febrero de 2008

ALBERTO JIMENEZ FRAUD POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

ALBERTO JIMÉNEZ FRAUD
(1883-1964)

“No puede afirmarse que uno de los dos sistemas
de educación, el humanista o el científico, sea más
o menos apto que el otro para lograr la formación
de una comunidad civilizada.”
Alberto Jiménez Fraud.


LA VOZ DEL DIRECTOR DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

La obra de Jiménez Fraud fue la Residencia de Estudiantes, denominación sencilla y modesta bajo la cual se ocultaban múltiples y complejas actividades. Los estudiantes no recibían en la Residencia ninguna enseñanza regular, pero estaban sometidos, expuestos diríamos, a incitaciones ejemplares de muy variada índole. Desde su fundación fue el primer centro cultural de España y una de las experiencias más vivas y fecundas de creación e intercambio científico y artístico de la Europa de entreguerras.

“Fue entonces –nos cuenta el poeta malagueño Moreno Villa- cuando uno de los hombres más buenos e inteligentes que yo he tropezado, me dijo: “Vente a la Residencia de Estudiantes. Yo necesito en ella unos cuantos hombres jóvenes que, por su rectitud moral, su afición al trabajo y su entusiasmo por las cosas nobles, influyan sin reglamento ni cargos determinados en el ambiente de la casa...”

“No son muchos quienes ahora tienen presentes –decía Américo Castro- el nombre y la obra frágil y exquisita” de Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, desde su creación en 1910, por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, hasta 1936.

Alberto Jiménez Fraud nace en Málaga el 4 de febrero de 1883. Discípulo del maestro de Ronda, Francisco Giner de los Ríos, viajó varias veces a Inglaterra para conocer de cerca el espíritu y la administración de sus modélicos colleges Fue invitado a dirigir en 1910 el embrión de la Residencia de Estudiantes, que fue la gran obra de su vida, y que tanta importancia había de tener en la española. Su matrimonio con Natalia Cossío selló su relación con la Institución Libre de Enseñanza e hizo inseparable para los residentes los nombres de doña Natalia y don Alberto.

Licenciado en Derecho. Ensayista, editor y traductor. Contenido en su ademán, suave en su voz y maneras, su actitud de tolerancia, elegancia espiritual y natural modestia, correspondía a la mejor tradición liberal. Liberal en la línea de Juan Valera, a quién dedicó unos preciosos ensayos (Juan Valera y la Generación de 1868), empeñó su vida en una gran obra educativa. En 1936, Jiménez Fraud marchó a Francia y posteriormente a Inglaterra donde ejerció la docencia en Cambridge y Oxford. La Historia de la Universidad española, recoge unas conferencias pronunciadas en la Universidad de Cambridge; expone en ellas los avatares de las universidades de España, dejando constancia del importante papel desempeñado por la Institución Libre de Enseñanza. “Jiménez Fraud más que historiador que no quiso ser –escribía Alberto Adell-, es ensayista que, con suma lucidez, glosa textos y sucesos”. En 1963, ya jubilado, vuelve a Madrid por poco tiempo para ir después a Ginebra como traductor de la ONU; y allí muere el 23 de abril de 1964.

Había en la Residencia de Estudiantes una buena biblioteca, clase de idiomas y algunos laboratorios de ciencia experimental, en los cuales trabajaban hombres como Severo Ochoa, Negrín, Blas Cabrera, Antonio Medinaveitia, Calandre, Sacristán y otros.

Por el salón de conferencias pasaron las más altas personalidades de la cultura española y extranjera. Alberto Jiménez logró que Bergson hablara a los residentes. Posteriormente pasaron por la Residencia, Einstein, Howard Carter, Chesterton, Paul Valery, Marie Curie, Stravinsky, Paul Claudel, De Broglie, Wells, Max Jacob, Le Corbusier, Keynes... A la Residencia fueron el Rey, Julián Besteiro, Ramón y Cajal, Manuel de Falla, Unamuno, Ors, Federico de Onís, Valle-Inclán, Manuel Machado, León Felipe, Zulueta y tantos y tantos otros.

Ha de reconocerse asimismo la labor editorial de la Residencia, pues allí aparecieron las Meditaciones del Quijote, de Ortega y Gasset en 1914, poco después los Ensayos, de Miguel de Unamuno. Y de allí salieron notables obras de Azorín, Cambó, González Hontoria, Machado, Ors, Onís, Pardo Bazán y Zulueta.

En la residencia vivieron Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael Alberti, José Moreno Villa, Emilio Prados, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Pepín Bello y otros tal vez menos notorios.

La Residencia de Estudiantes de Alberto Jiménez es un símbolo de la libertad, y su espíritu ha permanecido siempre vivo. Nadie puede negar el esfuerzo en pro de la mesura y amplitud de mente, llevado a cabo, sin descanso ni pesadumbre, por este malagueño de bien, durante veinte y seis largos años al frente de la Residencia de Estudiantes. Y como nos dijo su director: “Sólo en una atmósfera de amplia formación puede florecer la dignidad humana”.

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miércoles, 20 de febrero de 2008

BENITO PEREZ GALDOS POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

BENITO PEREZ GALDOS
(1843-1920).

“Pude ver de cerca la pobreza honrada
y los más desolados episodios del dolor
y la abnegación en las capitales populosas.”
Benito Pérez Galdós.

LA VOZ DEL ARTE DE NOVELAR.

Galdós, sin duda el mejor novelista español del XIX, lleva a su término más perfecto, a su más extraordinaria realización poética, la concepción histórica de la gran novela ochocentista que culmina en el naturalismo romántico. La trayectoria de esta concepción novelística tal vez pueda decirse que parte, como de su raíz y fundamento, de Stendhal. Stendhaliano, más que homérico, es Galdós en sus descripciones panorámicas, descoyuntadas, desarticuladas, de las grandes batallas y sitios de la guerra napoleónica.

Hay una filosofía implícita y a veces explícita, en sus epopeyas novelescas -Episodios nacionales-, cuya procedencia profunda ya no es stendhaliana, sino profundamente tradicional española.

Benito Pérez Galdós nace en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843. En 1852 ingresó en el Colegio de San Agustín. A los diecinueve años se traslada a Madrid, donde cursó la carrera de derecho, licenciándose en 1869. Colaboró en La Nación (1865), El Debate (1868), Revista de España (1871) y La Ilustración de Madrid (1872). Partidario de la revolución de 1861 que derrocó a Isabel II, resultó elegido diputado liberal aunque no sentía atracción por la política. En 1889 fue elegido académico, aunque por presiones políticas (era notoria su ideología liberal y republicana), no ingresó en la Real Academia Española hasta 1897. Su liberalismo evolucionó más tarde hacia el socialismo y mantuvo cordiales relaciones con Pablo Iglesias. Los grupos conservadores obstaculizaron su candidatura al premio Nobel de Literatura (1905 y 1912). Su labor literaria asombra por su volumen, la riqueza de su contenido y las cualidades de tenacidad y construcción sólida y acabada que pone de manifiesto. Sus últimos años fueron difíciles: ciego, con apuros económicos, enfrentado a importantes figuras de la política y la literatura. Benito Pérez Galdós muere en Madrid el 4 de enero de 1920.

Decía Tolstoi que sus maestros eran Homero y Goethe. Galdós hubiera podido decir que la novela picaresca y Cervantes. Goethe, como Manzoni y Victor Hugo, había dado a la novela romántica -histórica y psicológica- su característica teatralidad. También Cervantes teatralizaba la novela clásica, que el mismo inventó. -Al no poder competir con Lope en el teatro, Cervantes teatralizó la novela, el arte maravilloso suyo de novelar. Como Lope, recíprocamente, había novelizado el teatro-. En la honda raíz española, literaria y popular, de Galdós, hay todo eso: teatralización de la novela y novelización del teatro. Recuérdese que sus mejores novelas y dramas, se “casan” como él decía, en esa forma tragicómica de tan gloriosos antecedentes españoles (de La Celestina, de La Dorotea). Recuérdese Fortunata y Jacinta (1886-1187), Realidad (1892), El abuelo(1897), Misericordia (1897), Casandra (1910), cinco obras maestras incomparables.

Galdós, “visionario”, como Balzac; pero mucho más complejo, vario, rico, extenso e intenso, (recuérdense los Torquemada, Nazarín, El amigo Manso, Miau, La desheredada, El doctor Centeno, Ángel Guerra...), junta, diríamos, por esa riqueza y variedad singularísimas de su creación novelesca, aspectos comparables, si con Balzac, digo, por la poderosa visualidad, plasticidad, color, de sus páginas, también con Dickens, y, sobre todo, con Dostoievski. Que de todos ellos, o mejor digo, con todos ellos, sostiene la comparación; y casi siempre para superarla.

Un gran político español -gran español, gran liberal, como Galdós, que también fue liberal- y de una vivísima sensibilidad literaria, don Antonio Maura- muy lector de Galdós como de Lope-, decía que no se pondría comprender nuestro siglo XIX sin la lectura de Galdós. Y no comprender nuestro siglo XIX español, no sentirlo en su examen de conciencia vivo, que el espejo tragicómico de Galdós, en los Episodios y en las demás Novelas contemporáneas suyas, nos pone ante los ojos, es no sentir ni entender de verdad España, no tener conciencia clara, si dolorosa, de ella. Querer saltarse este siglo XIX español, para volver a los de oro -aunque también de sangre- XVII y XVI, como hacen o intentan algunos españoles, es dar o querer dar un salto atrás histórico, verdaderamente mortal para la conciencia española. El examen de esta conciencia, el que en su portentosa obra novelística nos ofrece Galdós es, como examen de conciencia, que diría el santo de Loyola, un “ejercicio espiritual”. Parece que hay muchos españoles -sobre todo, jóvenes, que han nacido ya con cansancio o pereza constitutiva, genotípica- que rechazan este ejercicio. Leer a Galdós les parece un esfuerzo descomunal. Prefieren ver la televisión. Se trata de no hacer ejercicio espiritual. Duele mucho tener conciencia. Pero ese dolor, ese esfuerzo, ese ejercicio espiritual, examen de conciencia trágico, si enciende en el alma los más atroces, horrorosos espantos, también le abre humanos horizontes de piedad. Estos dos sentimientos, la piedad y el horror, que, como es sabido, sirvieron al filósofo griego para justificar la irracionalidad atroz de la tragedia, son aquellos en los que fundamentalmente coinciden Dostoievski y Tolstoi, como novelistas, con nuestro Galdós. Por ellos una conciencia nacional puede vencer y superar, transformándola, la fatalidad de un destino histórico. “No soy yo –dijo Galdós el día en que “lo hicieron académico”, y aceptó como diputado, por compromiso-; no soy yo, es mi público el que escribe mis novelas”.

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
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lunes, 18 de febrero de 2008

JOSE FERNANDEZ MONTESINOS POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

JOSE FERNANDEZ MONTESINOS
(1897-1972).

“No puedo menos de aducir en mi defensa el humilde
y orgulloso mote del viejo blasón castellano:
Yo he hecho lo que he podido,
Fortuna lo que ha querido.”
osé F. Montesinos.

LA VOZ OLVIDADA DE UN GRANADINO UNIVERSAL.

La cuestión que siempre preocupó a Montesinos es “la de los límites respectivos de poesía y realidad, de la confluencia de la literatura y la vida, de cómo la vida puede dar pábulo a una literatura y ésta, informar aquélla”.

La aportación de Montesinos al descubrimiento de la literatura española es de primera importancia. Con el gran crítico literario granadino, la historia de la literatura española empieza a ser de verdad Historia. Montesinos, el impecable erudito, el maravilloso crítico, es también el gran maestro de la literatura española.

José Fernández Montesinos nace en Granada en 1897 y allí cursa los estudios de bachillerato y los universitarios. Se licenció en 1916 en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada. Entre 1917-1920 trabaja en la sección de Lexicografía del Centro de Estudios Históricos bajo la dirección de Américo Castro, “su segundo padre”, quien, reconociendo muy pronto la vocación literaria de Montesinos, le encarga la publicación de El cuerdo loco de Lope de Vega para la prestigiosa colección Teatro Antiguo Español. A partir de 1920 es Lector en la Universidad de Hamburgo, donde realizó una magnífica labor docente.

A fines de 1932 regresa a Madrid para incorporarse a la Universidad Central como Encargado de Curso. En los veranos de 1933-1935 da una serie de cursos y conferencias con gran éxito en la Universidad Internacional de Verano de Santander. Hasta 1936, Montesinos es uno de los más asiduos colaboradores y redactores de la Revista de Filología Hispánica, posteriormente sería redactor y colaborador de la Nueva Revista de Filología Hispánica. Durante los años 1937-1938 es el agregado cultural de España en Washington, D.C. En el verano de 1938 regresa a Europa y vive en París con grandes apuros hasta 1940. “Pero yo, que por mi desgracia -dirá Montesinos-, he sufrido en mi carne y en mi sangre más que otros, yo, que me he encontrado por eso mismo en las circunstancias menos propicias ...”

En el año 1940 es nombrado Lector en la Universidad de Poitiers. En esa Universidad pasa los duros años de la Segunda Guerra Mundial. En 1946, invitado por la Universidad de California en Berkeley, se traslada a ella para ocupar la cátedra del distinguido cervantista Rudolph Schevill.

Montesinos editó numerosas comedias de Lope de Vega, recogiendo sus trabajos en la obra Estudios sobre Lope (1951). Igualmente editó críticamente El Diálogo de la lengua de Juan Valdés. Durante su exilio destacan sus trabajos sobre la novela española del siglo XIX, de la que publicó estudios sobre Alarcón (1955), Valera (1957), el costumbrismo (1960), Fernán Caballero (1961), Pereda (1961) y Galdós (1968-1969).

En 1966 recibe un doctorado honoris causa de la Universidad de Poitiers y otro de la Universidad de California en Berkeley, en 1967. José F. Montesinos muere en Berkeley en 1972.

Es un privilegio inmensurable dejarse llevar por la corriente de su sabiduría, de su pasión, hasta el recinto de los secretos más íntimos del modo de vivir y hacer literatura hispánicamente. Mirador por largo tiempo en comarcas como Aquitania y California, su amor a Andalucía estaba acendrado por un espíritu cosmopolita y universal.

Formó siempre parte de aquella “España peregrina”, sin embargo, su neutralidad política e insobornable independencia ha dificultado la recuperación histórica de su figura. En nuestra época, tal tarea parece imponerse, al menos para los hombres de pensamiento andaluces.

“En mis años mozos -nos dice nuestro primer conocedor de Lope de Vega- fui muy dado a las críticas negativas y estridentes, vicio del que el tiempo me ha ido curando. Creo ahora que lo mejor que puede hacerse con un libro malo, o que a uno se lo parece, es ignorarlo”.

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
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MANUEL DE LA ROCHA POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

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domingo, 17 de febrero de 2008

BERNARD SHAW POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

GEORGE BERNARD SHAW
(1856-1950)

“Dos tragedias hay en la vida una,
no lograr lo que ansía el corazón;
la otra es lograrlo”.
Bernard Shaw.

LA VOZ DEL SOCIALISTA INSOCIABLE

Bernard Shaw es una de las más interesantes y complejas figuras contemporáneas, el genio de la paradoja, el “socialista insociable”, por utilizar el título de uno de sus dramas, que fustigó la hipocresía, la estupidez y los tabúes con ingenio chispeante, anticonformismo y enorme fe en las posibilidades de la humanidad. Con sus obras devolvió interés al drama, despertó la conciencia social de su época y renovó la escena británica. Recién acabada la Segunda Guerra Mundial nos dijo: “¿Cómo puede haber gente que se regocija en medio de la devastación y destrucción en que se halla sumida Europa?, añadiendo luego: “Hay millones de personas hambrientas, entre las que figuran muchos niños. Hay grandes ciudades en ruinas, enormes extensiones de tierras inundadas y millones de muertos y de inválidos. ¿Cómo podemos proclamar que el incendio de Berlín es una victoria?”

Bernard Shaw es una compleja, rara y enigmática personalidad, de indudable y excepcional talento, pero personalidad que, realmente, puede descomponerse en tres: la de un dramaturgo que conoce su oficio y sabe practicarlo como un maestro; la de un irlandés traviesamente ingenioso e irónico, que goza en mostrarse cínico, descarado, escéptico; la de un socialista militante, que agrega a este calificativo el de individualista, bastante cercano a Nietzsche, que critica profundamente a la sociedad en que vive, y especialmente a la inglesa, lo que no es obstáculo para que, cuando sea conveniente, proclame ante Europa la admiración y cariño que siente por Inglaterra. Shaw está considerado el autor teatral más significativo de la literatura británica posterior a Shakespeare.

George Bernard Shaw nació en Dublín el 26 de julio de 1856. Tuvo una niñez dura, con una familia dividida y con muchas dificultades económicas. Su padre era un bebedor, su madre era mujer de carácter y de cultura poco comunes; entendía bastante de música, poseía una magnífica voz de mezzosoprano. Shaw se educó en Wesley Colege en Dublín. En 1871 se trasladó a Londres para aprender canto y allí, en 1884, se unió al movimiento socialista denominado Sociedad Fabiana, que buscaba la transformación de la sociedad por métodos no revolucionarios. La doctrina marxista se convirtió a partir de entonces en su principal referente de la brillante crítica social lo mismo de sus artículos que de sus obras literarias. Fruto de esta actividad son sus numerosos ensayos políticos, entre los que destacan El sentido común y la guerra (1914) y Guía de la mujer inteligente para el conocimiento del socialismo y el capitalismo (1928). En 1898 se casó con Charlotte Payne-Townshend, dama irlandesa de acaudalada familia. En 1925 se le concedió el Premio Nobel de Literatura. y el Oscar al mejor guión, por Pigmalión, en 1938. Bernard Shaw perteneció, al igual que los escritores españoles Ramón del Valle-Inclán, José Bergamín y Ricardo Baeza, a la junta directiva de la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Bernard Shaw muere en su casa de campo del poblado de Ayot Saint Lawrence, Hertfordshire, el 2 de noviembre de 1950

Bernard Shaw fue periodista, crítico musical y teatral, polemista agudo y brillante orador; en 1892 comenzó su carrera como dramaturgo que duró casi sesenta años, dedicándose a ella casi en exclusividad desde 1898, aunque también escribió durante su vida no pocas novelas y libros de temática social. Shaw, procede de Ibsen, objeto constante de su admiración cuando ejercía la crítica teatral en el Saturday Review. La primera obra dramática de Bernard Shaw es Casas de viudos (Widower’ Houses, 1892), en la que se refleja el influjo de Ibsen y se manifiesta ya su profunda preocupación social, en este caso motivada por la especulación de la vivienda en los barrios suburbiales. Entre sus mejores piezas hay que destacar: La profesión de la señora Warren (1894), que trata del tema de la prostitución y que fue prohibida por la censura, Cándida (comedia sentimental, de 1895), César y Cleopatra (1899), en la que recoge la herencia shakesperiana, Hombre y superhombre (1903), sobre el mito de Don Juan y considerada su obra más ambiciosa, La otra isla de John Bull (1904), Pigmalión (1914), que ha sido representada innumerables veces en todos los países del mundo, Casa del dolor (1920), Regreso a Matusalén (1921-1922), donde manifiesta su pensamiento sobre la vida humana, Santa Juana (1923), sobre la vida de Juana de Arco, que algunos tienen por su mejor obra teatral, El carro de las manzanas (1929), Demasiado bueno para ser cierto (1932) y Ginebra (1938).
El rasgo más sobresaliente de la producción dramática de Shaw es la viveza del diálogo, que va unido a un gran sentido de humor. El juego de la sátira irónica y de la reflexión profunda constituyó una fórmula acertada que acabó triunfando entre el público de la media y alta burguesía. A ello se une un extraordinario sentido de la construcción teatral. Y como nos dejó dicho el gran Berrnard Shaw: “Soy tan partidario de la disciplina del silencio que podría hablar horas enteras sobre ella”.
Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
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