AZORIN
(1873-1967)
“Si lo pensamos, veremos que muchos de los disgustos
que nos sobrevienen lo son por palabras innecesarias.”
Azorín.
LA VOZ DEL MAESTRO INCONFUNDIBLE
Desde el 98 hasta hoy no ha habido literato en España que haya practicado y examinado tanto los géneros literarios como Azorín. El ha “hecho” poesía, aunque no haya escrito versos; novela, teatro y también periodismo. Por otra parte, el idioma como materia artística tuvo siempre en Azorín un obrero maravilloso.
Azorín pasa del joven, soñador, disconforme y moderadamente rebelde –buen hijo de buena familia en el fondo-, anulado por el peso del ambiente social, al señor opaco, gris, cortés, y afable, extremadamente civil, que sabe guardar para todos sus coetáneos una correcta postura de caballero español. El supo ser en muchas ocasiones el nexo entre los elementos de una generación a la que separaban casi tantas cosas como las que la unían. Su aristocratismo, su preocupación por España –su presente hecho pasado más que el porvenir-, su interpretación y compenetración con el paisaje de Castilla, son los rasgos que lo definen. Escéptico y agnóstico en su obra, de formación eminentemente gala, aunque también Nietzsche y Schopenhauer dejaron huellas en él, y no ignora a Rilke. Su estilo acogotó la retórica, la descompuso en oraciones cortas. El punto y seguido fue casi su único signo ortográfico.
José Martínez Ruiz, nace en Monóvar, “ en la serena y clara tierra levantina”, el 8 de julio de 1873, a los tres días de ser elegido presidente de la I República Pi y Margall, que según Azorín fue “uno de los intelectos más límpidos, coherentes y lógicos que nos ofrece la España contemporánea”.
Desde los ocho a los dieciséis años estudió, como alumno interno, en el colegio que los Escolapios regentan en Yecla. En 1888 inicia sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia, examinándose en otros centros universitarios como Granada, Salamanca o Madrid.
En Valencia conecta con las corrientes vanguardistas del pensamiento y el arte (krausimo, anarquismo, etc.) y se siente muy interesado por las nuevas ideas sociales. Surge en él la actitud rebelde, ácrata, que caracteriza sus años de juventud. Sus primeros pasos en la vida literaria, en los que popularizó su paraguas rojo y el monóculo, fueron difíciles.
El 13 de febrero de 1901 unos jóvenes enlutados, en el cementerio de San Nicolás, rinden homenaje a la memoria de Larra. Ese es el acto de la proclamación del 98, Martínez Ruiz corre con el discurso, y dice: “Maestro de la presente generación literaria...”.
El peso de Azorín como ensayista ha hecho subestimar su aportación a la novela. No obstante, la narrativa azoriniana poseyó entidad propia y sus características le otorgaron una personalidad muy definida. En su primera novela, La voluntad (1902), todavía firmada por José Martínez Ruiz, el personaje principal, el protagonista, es Azorín, trasunto biográfico en gran parte del autor. Esta primera novela, con todas sus limitaciones, no deja de ser una de las mejores y más elocuentes de la generación del 98. Su temática será continuada en otras dos que pueden considerarse como parte de una trilogía, Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904).
El 28 de enero de 1904 y en el periódico España, firma por primera vez con este seudónimo: Azorín, El largo bache que se produce en la narrativa de Azorin –desde 1904 a 1922- no significa esterilidad, ya que es el más productivo en el género del ensayo. Son los años en los que publica Los pueblos (1905, La ruta de Don Quijote (1905), Castilla (1912), Lecturas españolas (1912), Clásicos y modernos (1913), Los valores literarios (1914), Al margen de los clásicos (1915), El licenciado Vidriera (1915), Rivas y Larra (1916), Parlamentarismo español (1916), Un pueblecito (1916), El paisaje de España visto por los españoles (1917)… y tantos otros como forman la copiosa obra literaria del gran maestro español. En 1924 fue elegido miembro de la Real Academia Española.
Azorín al final de esta etapa abandona la lucha literaria se muestra vacilante y comienza a adentrarse en el estudio del pasado histórico y cultural de España. Se pierde por archivos y bibliotecas en una especie de huida de la realidad cotidiana. Conseguido el triunfo, su pragmatismo opta por la soledad y el conformismo.
De las posteriores novelas de Azorín es digna de destacar Félix Vargas (1928), cuyo título trocó más tarde por el de El caballero inactual. Después de Pueblo (1930), “novela de los que trabajan y sufren”, tenemos que esperar el final de la guerra civil –con el regreso del Azorín voluntariamente exiliado en París- para encontrar nuevas manifestaciones de su narrativa. De todas ellas, incluidas las narraciones cortas, las más importantes son Capricho (1942) y La isla sin aurora (1944). José Martínez Ruiz muere en Madrid el 2 de marzo de 1967.
Azorín, con otros maestros mayores de su generación literaria, la llamada del 98, fueron los descubridores del mito estético de Castilla: mito poético y literario del castellanismo en España. Azorín reunió en un librito maravilloso con ese breve título: Castilla, integrando en él su visión estética de España, las mejores páginas de su primera madurez.
El anarquista de paraguas rojo que escribió Las confesiones de un pequeño filósofo nos ha dejado en páginas que todos debiéramos leer y releer, trozos admirables en que la emoción lírica que nos comunican se impregna de aquella espiritualidad, vivamente sentida y evocada siempre por el autor de tantos breviarios de española poesía, evocador mágico de poetas y paisajes de nuestra España.
Las obras de Azorín están, deben estar en todas las manos de quienes de verdad aman nuestras letras españolas: aman a España. “Pensemos en esta enorme tristeza de nuestra España. Y nosotros que la amamos con todo nuestro amor....”, nos dice Azorín. Su lectura nos es familiar: su maestría inconfundible.
Francisco Arias Solis
e-mail: aarias@arrakis.es
Paz y libertad.
Foro Libre e Internautas por la Paz y la Libertad figuran en la dirección: http://www.internautasporlapaz.org.
Gracias.
viernes, 15 de mayo de 2009
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