viernes, 8 de mayo de 2009

Manuel del Palacio por Francisco Arias Solis

MANUEL DEL PALACIO
(1831-1906)

“El amigo verdadero
debe ser como la sangre,
que acude siempre a la herida
sin esperar que la llamen.”
Manuel del Palacio.


LA VOZ DEL POETA SATIRICO

El soneto “Amor oculto” de Manuel del Palacio figura entre Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana , escogidas por Menéndez Pelayo, entre lo mejor de la literatura española antigua y moderna, pero son muy pocos los que se interesan por los versos del poeta catalán. Y, sin embargo, sus sonetos deben figurar entre los más destacados de su época.

Manuel del Palacio nace en Lérida en 1831. Pasa luego a Soria, Valladolid y La Coruña, donde hace sus primeros estudios. A los quince años va a Madrid y es protegido por el poeta Eulogio Florentino Sanz. Poco después lo encontramos en Granada donde perteneció a la famosa tertulia “La Cuerda”. Vuelto a Madrid, se dedica a la política a y al periodismo. Funda con Luis Rivera el Gil Blas (1864), una de las publicaciones satíricas de mayor éxito en España. Por un soneto satírico, en el que hacía referencia a la vida amorosa de Isabel II, fue encarcelado y desterrado a Puerto Rico. Eduardo de Lustonó escribiría más tarde: “Allí purgó noche y día / pecados de su soneto / por revelar un secreto / que todo el mundo sabía”. De regreso a la Península, ocupó diversos cargos oficiales: secretario de la Legación de España en Florencia, jefe de Archivo y Biblioteca del Ministerio de Estado, etc. También fue académico de la Española. Con Clarín mantuvo una de las más célebres polémicas. Sabido es que el gran crítico asturiano había dicho que en España sólo había entonces “dos poetas y medio”. Los dos poetas eran Campoamor y Núñez de Arce; el “medio” era Palacio. Manuel de Palacio murió en Madrid en 1906.

Las especiales corrientes ideológicas de la segunda mitad del siglo XIX, tan cargadas de sustancia positivista, encontraron su cauce adecuado en una poesía de tono moralizador y lenguaje fácil, transparente y directo. Sus cultivadores rara vez persiguen una finalidad estética; atienden más el contenido que a la expresión; de aquí que ésta sea casi siempre descuidada, llana y hasta deliberadamente vulgar. Quieren decir cosas y que esas cosas lleguen al mayor número posible de lectores. Un innegable ingenio, junto con cierto tono de displicente ironía, da mayor interés a esas producciones que alcanzaron extraordinaria boga en su tiempo. Los poetas que mejor representan estas tendencias son: Campoamor, Manuel del Palacio, José María Bartrina, Salvador Bermúdez de Castro y Eusebio Blasco.

La nota irónica, con cierto fondo de filosofía casera, es una de las más acusadas en la extensa producción de Manuel del Palacio, y ello nos lleva incluirle en este grupo de poetas. Pero lo mismo podía ser incluido entre los discípulos de Zorrilla, por las leyendas que forman sus Veladas de otoño; o entre los cultivadores de la sátira política, a la manera de Zeda, por las mordaces caricaturas de sus Cabezas y calabazas (1864); o, en fin, ser emparejado con los poetas sentimentales, tipo Balart, por sus excelentes sonetos amorosos. Lo mejor de su obra, muy abundante, son los Cien sonetos políticos, biográficos, amorosos, tristes y alegres, Las melodías íntimas y las Chispas (1894), colección de versos publicados en El Imparcial.

Picante y burlón como Campoamor, sus epigramas rivalizan en intención y agudeza con los de éste; siente, al igual que él, la comezón filosófica y no disimula su anhelo de parecer en todo momento intensamente humano, aspirante a reflejar en sus versos las grandezas y debilidades de nuestra pobre naturaleza. En tal sentido acertó plenamente Alonso Cortés al calificar a Palacio como el poeta más hombre del siglo XIX.

Con los versos de Palacio podrían formarse no menos de veinte volúmenes. Esta pasmosa fecundidad no le impidió ser correctísimo casi siempre en la forma. Manejó con especial fortuna el soneto, y los tiene muy buenos: “Mi lira”, “Stella matutina”, ”Hasta el fin “, “Al despertar”, “El néctar de los dioses”, y el que lleva por título “Amor oculto”, el más conocido del poeta: “Ya de mi amor la confesión sincera / oyeron las calladas celosías, / y fue testigo de las ansias mías / la luna, de los tristes compañera...”

Francisco Arias Solis
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