jueves, 21 de mayo de 2009

Delmira Agustini por Francisco Arias Solis

DELMIRA AGUSTINI
(1886-1914)

“Yo muero extrañamente... No me mata la vida,
no me mata la muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne y no alcanza a dar flor?”
Delmira Agustini.


LA VOZ DE UN PROFUNDO Y ANHELANTE SOÑAR

¿Presagiaba Delmira en estos versos su trágico fin? Lo cierto es que se casó con un hombre vulgar y corriente, que sin duda la quería, pero que no llegó a comprenderla. Realmente debía ser muy difícil comprender a un alma tan compleja como la de Delmira Agustini. Se separaron a los pocos días, pero aún siguieron reuniéndose a hurtadillas, como amantes ilegítimos. Un día él la citó para una entrevista; la mató y acto seguido se suicidó.

Delmira Agustini nació en Montevideo el 24 de octubre de 1886 y murió en la misma ciudad asesinada por su ex marido el 6 de julio de 1914. Compuso versos desde su niñez y estudió francés, música y pintura. Vivió admirada y agasajada. “La Nena”, como se conocía familiarmente a la poetisa uruguaya, era hija de familia rica, se había educado en el mejor ambiente para el cultivo de la poesía y de la música, sus dos aficiones dominantes. Por sus venas corría sangre de razas diversas: uno de sus abuelos era francés; otro alemán; sus dos abuelas, uruguayas. Ella era rubia y hermosa. Con un temperamento ardiente y una inteligencia precoz, soñó con exprimir de la vida los mejores zumos. Su vida terminó trágicamente a manos de su ex marido Enrique J. Reyes, negociante de ganado caballar, con quien había contraído matrimonio el 14 de agosto de 1913, y de quien ella se había divorciado el 5 de junio de 1914.

Todavía adolescente, casi una niña asombró y escandalizó a la burguesa sociedad rioplatense con unos cuantos libros de versos El libro blanco (1907), Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913); en los que cantaba al amor. Completan su producción El rosario de Eros y Los astros del abismo, que fueron publicados póstumamente en 1924. En 1969 apareció su Correspondencia íntima. Por vez primera una mujer joven y bella, abría su corazón, y con un lenguaje tan audaz como poético y sugestivo sacaba a la luz sus más íntimos sentires. En El rosario de Eros, exclama la poetisa: “¡Mi vida toda canta, besa, ríe! / ¡Mi vida toda es una boca en flor!” En la carta que le escribió Don Miguel de Unamuno, el 15 de abril de 1910, en la que analiza algunos de los versos de su obra Cantos de la mañana, al referirse al verso “Fuerte como en los brazos de Dios”, Unamuno comenta: “Qué poético, es decir, ¡qué intensamente verdadero es esto! Y los brazos de Dios son la soledad”.

Agustini colaboró en las revistas La Alborada y Apolo. Formó parte de la generación de 1900, a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Rubén Darío, y fue una de las pocas mujeres que perteneció al grupo poético del Río de la Plata (1910-1920). Su poesía, marcadamente erótica y enraizada por completo en la estética modernista, se caracterizó por la abundancia en imágenes y metáforas y por una temática centrada en la consumación espiritual y amorosa. Poesía de un profundo y anhelante soñar: con lenguaje audaz, tempestuoso y sugestivo expone sus sentimientos más íntimos. Los cálices vacíos es una obra de erotismo dramático y sensualidad, ansias de goce y anhelos sexuales hasta entonces velados tras metáforas en la poesía femenina, pero que en ella se hacen palpables. Por otro lado, en su poesía se observa la lucha entre la realidad y sueños, entre cuerpo y alma, yendo la autora de uno a otro en la búsqueda de sí misma. Agustini está considerada una de las iniciadoras de la poesía femenina hispanoamericana.

La aparición de Delmira Agustini, junto a otras inolvidables poetisas en las letras del Continente americano a principios del siglo pasado constituye uno de los hechos más notables de toda la historia de la cultura hispánica. En el coro muy nutrido, de poetisas uruguayas destacan dos voces de calidad: la de Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou. Un signo trágico, parecido al de Delmira, presidió también la vida de Alfonsina Storni

Hay en la poesía de Agustini, que se beneficia de todas las conquistas formales del modernismo, evidentes influencias de Rubén Darío, y aún más evidentes de D’Annunzio. Pero hay también en ella un estilo personal que se caracteriza por el lenguaje tempestuoso y lleno de fuego. Sin embargo, ese torrente abrasador no ha pasado directo del corazón al poema. Antes de plasmarse en éste, ha sido filtrado por el cerebro, de modo que toda esa poesía, amasada con el barro humano más grosero, queda en virtud del arte, ennoblecida, casi purificada y transformada en materia estética de la más alta calidad. Poemas como Plegaria, Lo inefable, Mis amores, El intruso, Las alas, Desde lejos, Nocturno, La sed y el citado El rosario de Eros, merecen figurar al lado de los mejores de la lengua castellana. Y como dijo la poetisa uruguaya: “... nos velará llorando, llorando hasta morirse / nuestro hijo: el recuerdo”.

Francisco Arias Solis
e-mail: aarias@arrakis.es


Paz y libertad.

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Gracias.

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