viernes, 31 de julio de 2009

Thomas Merton por Francisco Arias Solís

THOMAS MERTON
(1915-1968)

“Por eso, Padre, te pido que me conserves en este silencio
para que aprenda de él la palabra de tu paz
y la palabra de tu misericordia
y la palabra de tu gentileza
dicha al mundo,
y que a través de mí quizá tu palabra de paz se deje oír
donde durante mucho tiempo no ha sido posible que nadie la oyera.”
Thomas Merton.

LA VOZ DEL MONJE TRAPENSE

El poeta, pensador norteamericano y maestro espiritual de Ernesto Cardenal, ha creado una poesía que rebasa los límites de la versificación piadosa. Merton, con una fuerte influencia de San Juan de la Cruz, ha intentado escribir un inglés libre de esteticismo doctoral, que llega al hombre sencillo e intenta acercarle a Dios. Está considerado uno de los más grandes escritores espirituales del siglo XX. Destacado militante de los movimientos pacifistas y anti-racistas y con un claro compromiso con los derechos humanos y la justicia social, criticó la política de Estados Unidos, en Vietnan, y el armamento nuclear. Fue un precursor del dialogo católico-marxista. De su encuentro con Thomas Merton, nos cuenta Ernesto Cardenal: “Lo cual me había llenado de gozo doblemente: primero al saber que mi maestro de novicios será Thomas Merton, a quien yo le había leído prácticamente todos sus libros, e incluso traducido; y segundo porque eso yo no lo había sabido antes de pedir mi admisión, y era una garantía de que yo no había escogido ese monasterio buscándolo a él sino a Dios”. Cuando en 1968,Thomas Merton se encontró con el Dalai-Lama, en el Tibet, éste lo calificó como un “buda natural”.

Thomas James Merton nació en Prades, Francia, el 31 de enero de 1915. Hijo de padre neozelandés y madre estadounidense, que perdió a temprana edad. Su niñez la pasa en la costa mediterránea francesa y en Inglaterra. Inicia sus estudios en un liceo francés. Una vez en Inglaterra continuó sus estudios en Cambridge. Sus ideas subversivas le hacen emigrar a Estados Unidos, estudiando en la Universidad de Columbia (Nueva York), en la que se doctoró con la tesis “La naturaleza y el arte en Wiliam Blake”. Enseña en las universidades de Columbia y de St. Bonaventure. En 1938 se convierte al catolicismo e ingresa en la Trapa el 10 de diciembre de 1941, residiendo en el monasterio trapense Nuestra Señora de Gethsemaní de Kentucky, desde dicho año hasta su muerte. Fue ordenado sacerdote en 1949, adoptando el nombre de padre Luis. Adquiere la nacionalidad estadounidense en 1950. Soñaba y buscaba la unidad de las religiones y precisamente falleció el 10 de diciembre de 1968, debido a una electrocución, cuando al salir del baño pisó un cable con deficiente aislamiento, accidente sufrido en Bangkok cuando asistía a un Congreso ecuménico de monjes católicos y budistas.

Su primera obra, La montaña de los siete círculos (1948), supone una autobiografía de amplia repercusión en el mundo cultural de Estados Unidos, siendo posteriormente traducida a múltiples idiomas. A partir de entonces publica diversas obras de carácter religioso, como Las aguas de Siloé (1949), Semillas de contemplación (1949), Ascenso a la verdad (1951), El signo de Jonás (1953), El hombre nuevo (1954), Ningún hombre es una isla (1956) y La vida silenciosa (1957). En ellas se enfrenta con el problema del hombre de su tiempo. En Fe y violencia (1968), aborda el problema racial. Con posterioridad se produce una aproximación a la religión oriental en sus obras Místicos y Maestros Zen (1967) y El Zen y los pájaros del deseo (1968). Entre sus libros de poesía citaremos Figuras para un Apocalipsis (1947), Las lágrimas de los leones ciegos (1949) y Las islas extranjeras (1957). Y como dijo el monje trapense: “Un hombre veraz no puede permanecer mucho tiempo siendo violento. En el curso de su búsqueda, advertirá que no necesita ser violento, y descubrirá además que, mientras existe en él la menor traza de violencia, fracasará en hallar la verdad que está buscando”.

Francisco Arias Solís

Paz y Libertad.

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miércoles, 29 de julio de 2009

Alberto Lista por Francisco Arias Solís

ALBERTO LISTA
(1775-1848)

“...ven; contigo la paz, la tolerancia,
y la amistad hermosa
embellezcan la tierra ya dichosa.”
Alberto Lista

LA VOZ DEL MAESTRO DE POETAS

Lista fue algo más que un escritor notable y un pedagogo de positiva influencia: fue también un hombre de acción que desarrolló hasta poco antes de su muerte una actividad incesante, con el propósito de influir en las circunstancias político-social de su tiempo.

Alberto Lista y Aragón nació en Sevilla el 15 de octubre de 1775. Sacerdote, en su juventud vivió y escribió en Sevilla, al lado de otros miembros de la llamada “segunda escuela poética” sevillana, de la que puede considerarse el autor más representativo y prestigioso. En 1793 fundó la “Academia de Letras Humanas”, con Manuel María de Arjona y José Felix Reinoso. Como poeta es un notorio representante de los gustos neoclásicos y del culto a los autores españoles del Siglo de Oro, en especial los sevillanos Herrera y Rioja. Su creación literaria está concebida según un lema que él mismo se impuso: “pensar como Rioja, escribir como Calderón”, aunque también hay huellas de otras influencias. Su obra, en la que coexisten los temas religiosos con los amorosos y los asuntos civiles propios del ideal ilustrado fue editada en 1822 y 1837: Poesías de Don Alberto Lista. Escribió también numerosos discursos critico-literarios: Lecciones de literatura española explicadas en el Ateneo de Madrid (1836), Lecciones de literatura dramática española (1839) y Ensayos literarios y críticos (1844). Fue también autor de una comedia, La Rufina, estrenada en 1811.

El himno Al sueño de este poeta sevillano figura entre “Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana”, escogidas por Menéndez Pelayo, entre lo mejor de la literatura española.

Lista hace su aparición a .la escena literaria y política en la época prerromántica. En la misma época de Cadalso, Meléndez Valdés, de Cienfuegos. Teóricamente, Lista fue más bien un antirromántico. Formó como se sabe, a muchos jóvenes, primero en Sevilla y luego en Madrid y Cádiz, que más tarde brillaron en la política y en las letras entre ellos, Espronceda, Patricio de la Escosura , Ventura de la Vega y Bécquer.

Emigra en 1813 a Francia, y después de un corto exilio, debido a sus simpatías por la causa de José I, volvió a España. En 1823 le vemos ya en Madrid, dirigiendo el colegio de San Mateo. Pero el éxito de su sistema de enseñanza suscitó envidias, y el colegio fue cerrado oficialmente.

Igual que sirvió activamente a los franceses en 1810, sirvió desde 1828 a Fernando VII como periodista oficial de La Gaceta de Bayona y en 1836 se dejó comprar por el ministro Mendizábal para que apoyase en la prensa su política anticlerical. ¿Cómo es posible, se pregunta su biógrafo Juretschke, que un hombre de espíritu tan voluble, llegara a ejercer una influencia tan importante en la juventud? La frase de Larra, comentando unas conferencias de Lista en el Ateneo, en 1836, parece demostrarlo: “Discípula suya es casi toda la juventud del día”.

En 1838, llegado a la cima de su carrera social y literaria –tenía sesenta y tres años-, Lista abandona la Cortes y llega a Cádiz, para dirigir el Colegio de San Felipe Neri. Esta vez la retirada parece sincera y se refugia definitivamente en la enseñanza, primero en Cádiz, luego en Sevilla, hasta su muerte, ocurrida el 5 de octubre de 1848, no sin antes haber sido nombrado –premio a su vuelta al redil- canónigo de la catedral sevillana y profesor de la Universidad hispalense. Y como dijo nuestro poeta en el poema “El triunfo de la tolerancia”: “¡Ay! ¿cuándo brillarás, felice día, / en que estreche el humano / con el humano la amorosa diestra? / ¿cuándo será el momento que destierre / a la olvidada historia / el grito funeral de guerra y gloria?”.

Francisco Arias Solis

Paz, queramos paz.

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Gracias.

Enrique Gil y Carrasco por Francisco Arias Solís

ENRIQUE GIL Y CARRASCO
(1815-1846)

“Mañana ¿qué será de tus encantos
de tus bellos matices, pobre flor?
No habrá pesares para ti, ni llantos,
ni más recuerdos que mi triste amor.”
Enrique Gil y Carrasco.

LA VOZ DE LA MELANCOLIA

La definición del Romanticismo no se absorbe por señalar algunas de sus características significativas. El Romanticismo es algo más que “el liberalismo en la literatura”, como la definió Víctor Hugo. Como también excede el Romanticismo a la difundida opinión que lo asimila a la melancolía y al sentimiento de la nostalgia, pues si eso conviene a una obra como la de Enrique Gil y Carrasco, en absoluto se aproxima a otros autores románticos, basados en un sentimiento de energía, como el Duque de Rivas, Patricio de la Escosura o Quintana.

Gil y Carrasco, el poeta de la melancolía, de la sensibilidad lírica, casi enfermiza, es autor de poco más de una treintena de composiciones, que, no obstante, son suficientes para situarle en un lugar no despreciable entre nuestros poetas del romanticismo.

Enrique Gil y Carrasco nace en Villafranca del Bierzo, el 15 de julio de 1815. Su padre era el administrador de las fincas de la Marquesa de Villafranca. Los primeros años de Enrique pasan en su ciudad natal, hasta que su padre es sustituido en el cargo, y marcha a Ponferrada. Allí estudió en el Colegio de los Padres Agustinos.

En 1829 Enrique Gil ingresa como estudiante en el Seminario de Astorga. Allí permanece hasta 1831. Al año siguiente, acude a la Universidad de Valladolid y se matricula en Leyes.

En septiembre de 1836 el poeta se encuentra ya en Madrid, donde frecuenta las reuniones de “El Parnasillo” en compañía de lo más granado de la literatura del momento: Mesonero Romanos, Ventura de la Vega, Bretón de los Herreros y Larra, entre otros muchos.

Con la apertura del Liceo (1837) Enrique Gil empieza a ser conocido como poeta. Espronceda, lee públicamente en diciembre de ese año la composición “Una gota de rocío” de Enrique Gil, que inmediatamente se publicará en El Español.

Enrique Gil comienza en el año 1838 su colaboración en El Correo Nacional y ese mismo año uno de sus poemas, “La niebla”, es seleccionado para el album de sus composiciones poéticas que El Liceo regala a doña María Cristina de Borbón.

Sus colaboraciones y su obra poética no dejan de crecer durante el año 1839, hasta que sintiéndose enfermo emprende viaje a Ponferrada para reparar su salud al lado de su familia. Durante su retiro escribe su primera novela, El lago de Carucedo (1840).

De regreso a Madrid, Espronceda le obtiene el puesto de ayudante de la Biblioteca Nacional. Funda con su amigo Miguel de los Santos Alvarez la revista El Pensamiento.

La muerte de Espronceda, le hace escribir en 1842 su último poema “A Espronceda”, que leerá ante la tumba del poeta, en el cementerio de San Nicolás. Ya no volverá a componer más obra lírica, pero en ese mismo año redacta El señor de Bembibre, considerada la novela histórica española más importante de la época romántica y que tiene como telón de fondo la disolución de los templarios en España.

En 1844 Enrique Gil llega a Berlín para desempeñar su cargo de representante de España en Prusia. La suerte le sonríe, pues el sabio barón Humboldt lee con interés su novela El señor de Bembibre y se convierte en entusiasta de ella. Por su mediación el propio rey de Prusia lee El señor de Bembibre . “En las páginas de este libro nace –decía Azorin-, por primera vez en España, el paisaje en al arte literario”. Y añade: “El Bierzo lo ha pintado Enrique Gil”.

Estos éxitos no pueden sin embargo detener el curso de su enfermedad. Afectado por la dureza del invierno, Enrique Gil pide permiso para retirarse a Niza, a descansar en clima más benigno. Prepara el viaje, pero antes de realizarlo recae gravísimamente enfermo y ya no puede levantarse de la cama. Fallece el 22 de febrero de 1846, a los treinta y un años de edad.

Su poema “La violeta” figura en las cien poesías líricas escogidas por Menéndez Pelayo entre lo mejor de la literatura española antigua y moderna. A dicho poema pertenecen estos versos: “Irá a cortar la humilde violeta / y la pondría en su seno con dolor, / y llorando dirá: “¡Pobre poeta! / ¡Ya está callada el arpa del amor!”.


Francisco Arias Solís

Será vano el intento de humanizar las guerras. Lo humano es evitarlas.

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lunes, 27 de julio de 2009

Ángel Guimerá por Francisco Arias Solís

ÁNGEL GUIMERÁ
(1845-1924)

“El Vendrell, voltat de vinyes que el pagès amb el seu art
exquisit treballa, carregades a l'estiu del fruit saborós
d'on regala a doll fet el vi ardentíssim per a encendre
la sang de les venes.”
Ángel Guimerá.


LA VOZ PROFUNDAMENTE HUMANA

En realidad y al margen de determinados intentos esporádicos, los inicios teatrales de Cataluña los hallamos a principios del siglo XIX, periodo en el que hace su aparición José Robreño, autor-actor de excepcional dinamismo y síntesis de la más pura vocación teatral.

La aparición de Guimerá coincidió con una de las crisis más agudas del teatro catalán. La escena catalana había perdido toda su relación con el público, el cual desertaba de las salas de espectáculos cansado de no hallar contenidas, en el teatro, ninguna de sus aspiraciones, anhelos o inquietudes.

En estas circunstancias aparece Guimerá, que viene a dar una inyección de vida a un teatro que moría de decrepitud, de vejez prematura, de inercia. Fue preciso que el ingenio constructivo de Guimerá dotase a la escena catalana de un valor indiscutible de originalidad y de universalidad, para que el teatro catalán recobre su perdido prestigio. Su Gala Placidia, estrenada en el teatro Novedades el día 8 de mayo de 1879, señala los comienzos de un teatro mayor. Poeta de una gran fuerza interna, profundamente humano, Guimerá exalta las pasiones del pueblo y canta el amor como fuente fecunda de vida, por cuya razón su teatro se convierte en un poderoso elemento de reconstrucción y orientación social, cumpliendo, de esta manera, la altísima misión que tiene reservada el teatro.

Ángel Guimerá nace en Santa Cruz de Tenerife el 6 de mayo de 1845. Hijo de catalanes residentes en Canarias. De niño se trasladó a Barcelona. Vivió desde entonces entre la capital catalana y la pequeña población tarraconense de El Vendrell. Comienza escribiendo en castellano, sin olvidar la lengua catalana. Al obtener un premio en los juegos florales de Barcelona en 1875 se consagra como escritor catalán. Como poeta fue proclamado “mestre en gai saber” en 1877. Su obra lírica está impregnada de un acento hondo, delicado y de gran poder descriptivo. Con Gala Placidia inicia una época histórica del teatro catalán. Entre otras obras notables de este poeta dramático vigoroso y vibrante, citemos. Judit de Welp (1883), El fill del rei (1186) Mar i cel (1888), María Rosa (1894), Terra baixa (1897), La reina jove (1911), etc. Ninguna de sus obras tuvo, sin embargo, la universal resonancia de Terra baixa, tragedia poética bien construida, traducida a casi todos los idiomas y que sirvió de argumento a la ópera alemana Tiefland, del maestro D’Albert, que también puso música a su drama La filla del mar (1900). Angel Guimerá muere en Barcelona el 18 de julio de 1924.

El impulso dado al teatro por Ángel Guimerá era obligado que ejerciera una lógica influencia en los medios literarios de Cataluña. Este fue el motivo por el cual se incorporaron al teatro catalán otros escritores de indudable mérito que, desde ángulos distintos, vitalizaron nuevamente la escena catalana. Entre estos autores deben destacarse los nombres de Alberto Llanas, Emilio Vilanova, José Pin y Soler, etc., los cuales afirmaron la personalidad indiscutible de un teatro esencialmente catalán y profundamente universal. En 1892 estrena por primera vez en un teatro público –el “Calvo-Vico” – Ignacio Iglesias. L’angel de fang obtuvo un gran éxito. Algo más tarde, entra en el campo escénico catalán la obra mordaz e irónica de Santiago Rusiñol, dramaturgo sensible a todas las inquietudes, que cierra el periodo de plenitud del teatro catalán. Un teatro con voces profundamente humanas, en el que destaca Guimerá, a quien por tragedias como Gala Placidia, y especialmente por el drama rural Terra baixa, se considera el gran dramaturgo catalán.

Francisco Arias Solís

Tolerancia cero contra la corrupción.

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domingo, 26 de julio de 2009

Emilio García Gómez por Francisco Arias Solís

EMILIO GARCÍA GÓMEZ
(1905-1995)

“Sin ti mis días se tornaron negros
y contigo mis noches eran blancas.”
Emilio García Gómez. Quasidas andaluzas.

LA VOZ SABIA DE UN POETA

Emilio García Gómez es una de las grandes figuras intelectuales del siglo XX. Arabista, catedrático, historiador y articulista. Reunía a la vez su condición de sabio y su condición de poeta, algo que no se da con demasiada facilidad. Fue sobre todo un gran humanista por debajo de su arabismo y en torno a él. Sus maestros fueron Miguel Asín Palacios, Julián Ribera y Gómez Moreno.

Emilio García Gómez nace en Madrid el 4 de junio de 1905. Cursa estudios de Filosofía y Letras, especializándose en árabe. Posteriormente se doctora en la Universidad de Granada y pronto se convierte en una reconocida autoridad en su disciplina. En 1932 funda con la ayuda de Fernando de los Ríos la Escuela de Estudios Árabes de Granada y también la correspondiente de Madrid y ligado a ella y a sus enseñanzas universitarias sacó la prestigiosa revista Al-Andalus. En la ciudad de Alhambra cuenta con la amistad de Falla y Lorca. Los poemas del Diván del Tamarit, de Federico García Lorca, están planteados a la manera de los poemas arábigos-andaluces que García Gómez pone en circulación en 1930. Emilio García Gómez contrae matrimonio con María Luisa Fuertes Grasa, que fue directora de la Biblioteca del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Junto a su erudita labor como arabista, García Gómez ocupó diversos cargos diplomáticos. Fue embajador de España en Bagdad, Beirut y Ankara entre 1958 y 1969. Académico de la Lengua y de la Historia., de la que fue director de 1988 hasta su muerte. Único miembro español de la Academia de Marruecos. Fue investido doctor honoris causa por varias universidades europeas y árabes. Entre su muchísimas distinciones figuraban el premio Fastenrath (1930), Premio Mariano de Cavia (1983), el Internacional Bagdad (1985), el Nacional de la Historia (1989) y el Príncipe de Asturias de Comunicaciones y Humanidades (1992). Hijo Predilecto de Andalucía (1988), Hijo adoptivo de Córdoba y Medalla de Oro de la Ciudad de Granada. Toda su vida se confesó monárquico. El Rey poco meses antes de su muerte le concedió el título de conde de los Ahxares.

El más insigne arabista de nuestras letras y miembro ilustre de la generación del 27 murió en Madrid el 31 de mayo de 1995. El académico recibió sepultura en Granada, al ser ese su expreso deseo.

Para la Alhambra ha sido una persona fundamental, fue el que volvió a leer y traducir las poesías epigrafiadas en los muros de palacio de Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra. Su verdadera vocación de poeta quedó plasmada en uno de sus primeros libros, Poemas arábigoandaluces, en el que captó la belleza de la poesía árabe de forma verdaderamente sorprendente. “Cuando en 1930 apareció la primera edición de este libro –escribía García Gómez-, logró de la crítica y del público una acogida para mí inesperada. Sorprendió, sin duda, esta nueva cala en el alma de nuestra divina Andalucía. Por aquel entonces; además muy próxima la conmemoración del III Centenario de don Luis de Góngora, por primera vez entendido, después de su época, por un grupo de eruditos y de artistas”. En su libro La silla del moro nos demuestra que es también un gran prosista.

En su labor de traductor, fue el primer español que vertió al castellano El collar de la paloma –al que pertenece la conocida y bella estrofa: “Nuestros lechos sirvieron para nuestro vino, y / para cubrirnos, la tiniebla rasgó sábanas de su piel. / De corazón a corazón se acercaba el amor; de labio a labio / volaba el beso.”-, un tratado sobre el amor del formidable polígrafo cordobés Ibn Hazm, que unas veces nos recuerda a Sthendal y otras a Proust y que Emilio García Gómez tradujo y publicó tan limpiamente como las Memorias de Abd Allah, subtituladas por él El siglo XI en primera persona. Abd Allah, es un triste rey que reinó en el siglo XI en Granada y murió pobre, exiliado y nostálgico en el Norte de Africa.

Emilio García Gómez amó muchísimo a Granada. “Cuando me llaman granadino –decía el arabista- no los contradigo sino que los dejo hacer”. Este granadino con “el alma de nardo del árabe español” trasminaba Andalucía.

Francisco Arias Solís

Por esa libertad bella como la vida.

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Louis Pasteur por Francisco Arias Solís

LOUIS PASTEUR
(1822-1895)

“Desafortunados los científicos que sólo
tengan en la cabeza ideas claras”.
Louis Pasteur.

LA VOZ DEL PADRE DE LA BIOLOGÍA MODERNA

Después de más de cien años de aquel 28 de septiembre de 1895, en que tuviera lugar su muerte, en Villeneuve-l’Etang, todavía permanece sin duda, la leyenda Pasteur. Louis Pasteur un sabio, un héroe, una especie de santo laico cuyos descubrimientos han aliviado los sufrimientos de la humanidad, una figura merecedora del reconocimiento sempiterno de todo el género humano. La obra de Pasteur continúa salvando vidas muchos años después de su fallecimiento.

Sin miedo a exagerar, se puede afirmar que Louis Pasteur abrió el camino de la biología moderna y muy especialmente de la microbiología y de la inmunología, con lo que revolucionó el mundo de la medicina. Curiosamente el genio de la medicina no era médico, sino químico. Su mente ordenada y analítica superó dos obstáculos importantes: las dificultades que conllevaba una disciplina científica nueva como era el estudio de los microbios y el rechazo y las dudas que desencadenó entre médicos y veterinarios su intromisión.

Louis Pasteur nació el 27 de diciembre de 1822 y cursó estudios superiores hasta ser profesor de Química en la Universidad de Estraburgo. Allí se casó con Marie Laurent, hija del rector de la Universidad de Alsacia. El matrimonio tuvo cuatro hijas y un único hijo varón. Los Pasteur sufrieron el azote que por aquel entonces flagelaba a todas las familias: de sus cinco hijos sólo sobrevivieron dos. Las enfermedades infecciosas infantiles, a las que tanto contribuiría a vencer con sus estudios, se cobraron un durísimo tributo en la familia del profesor de química.

En el mismo año que Darwin publica la primera edición de su obra El origen de las especies, en 1859, Louis Pasteur comienza los experimentos que le llevarán a concluir sin lugar a dudas que no puede darse la generación espontánea de los organismos vivos, inaugurando uno de los descubrimientos que conforman la revolución pasteuriana, una de las más importantes en la historia de la biología. Y el descubrimiento de la estructura de la materia orgánica tiene en su obra un lugar clave, que le califica como pionero en la historia de las ciencias de la vida, que aplicará en su última etapa a la búsqueda de vacunas.

En su discurso ante la Sociedad Central de Medicina Veterinaria en 1889, declaró: “Mi carrera científica comprende tres periodos que aparecen bien diferenciados desde un principio. De 1847 a 1857 me ocupé especialmente de cristalografía; de 1857 a 1877 estudié las fermentaciones y los fermentos; desde 1877 me dedico sobre todo a las enfermedades infecciosas”. ¿Cómo pudo pasar de un campo a otro, siendo en apariencia tan dispares? Pasteur conocía la respuesta. Se trata, en efecto, de una única cuestión: la estructura íntima de la materia viva, su terreno preferido y básico de su acción, el de sus grandes descubrimientos.

El requisito indispensable para acercarse a lo viviente con garantías de éxito era poder ver la vida. Ciertamente para estudiarla, debía ser posible, al menos en cierta medida verla. Pasteurr popularizó el término microbio (vida diminuta) para todas aquellas formas de vida microscópica, vegetal, animal y bacteriana. Pero, pronto, el vocablo se aplicó a la bacteria, que por entonces empezaba a adquirir notoriedad.

Louis Pasteur fue el primero en establecer una conexión definitiva entre microorganismos y la enfermedad fundando la moderna ciencia de la microbiología. Los gérmenes tenían influencia en la vida diaria, en las actividades de industria humana, que padecía sus indeseadas consecuencias.

En 1861, Louis Pasteur logró demostrar para desesperación de sus enemigos, que un germen no puede tener como origen más que otro germen, que la vida procede de vida preexistente.

Pronto comenzó a asesorar a diversos hospitales acerca de las técnicas estériles –hervir el instrumental quirúrgico y esterilizar los vendajes- para impedir la infección y, con frecuencia, una muerte que era así evitable. En el decenio, de los setenta, Pasteur profundizó en su concepción de la unidad bioquímica fundamental de los procesos de vida, insistiendo en la analogía o semejanza entre la fermentación, la putrefacción y la infección.

El 28 de abril de 1881 realizó la prueba de su vacuna con unas cepas de virulencia atenuada del bacilo del carbunco. Pasteur siguió desarrollando vacunas contra otras enfermedades (cólera de las gallinas, erisipela de los cerdos). Pasteur dedicó el último periodo de la rabia que culminó con el descubrimiento de una vacuna que cambiaría el pronóstico de esta mortal enfermedad extendida por todo el mundo.

Pasteur era independiente y consecuente, una fuerza tranquila que no tenía inconveniente en poner cada cosa en su sitio. Los descubrimientos de Pasteur han salvado millones de vidas y han ahorrado a la humanidad inmensos, incalculables dolores. Sus atrevimientos, su osadía, su tesón, la riqueza de sus instituciones nos revelan que Pasteur fue sin ambages un verdadero genio en el universo de la ciencia. Y como dijo este gran observador de la vida: “En el campo de la observación, el azar solamente favorece a los espíritus preparados”.

Francisco Arias Solís

Paz y Libertad.

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sábado, 25 de julio de 2009

José Manuel Pabón por Francisco Arias Solís

JOSÉ MANUEL PABÓN
(1892-1978)

“Serrana de la alegría,
esquiva como tu sierra,
casta como la peonía,
que llaman en esta tierra
rosal de Santa María.”
José Manuel Pabón.


LA VOZ DEL PROFESOR POETA

En los poemas de Pabón hay lozanía y maestría, finalidad y fluidez, desenvoltura e inspiración: características todas ellas de una determinadas maneras andaluzas en las que hay que insertar a José Manuel Pabón. Una Andalucía distinta a la del tópico pero más auténtica. En los poemas de Pabón, la tierra tiene un valor esencial como acontecía en Virgilio o en Horacio: la tierra o el agua, que viene a ser lo mismo, es el elemento esencial en la literatura grecolatina.

José Manuel Pabón y Suárez de Urbina, hermano del eminente historiador, Jesús Pabón, nace en Sevilla en 1892. Bachiller con los jesuitas del Puerto de Santa María. Estudiante en Deusto, Sevilla y en Granada, comienza como tantos otros la carrera de Derecho para dedicarse exclusivamente a la de Filosofía y Letras. Catedrático de Latín en los Institutos de Zaragoza y Baeza. Posteriormente gana la cátedra de Lengua y Literatura latinas de la Universidad de Salamanca y, finalmente, la de Lengua griega de la Universidad de Madrid. En colaboración con Eustaquio Echauri da la a la estampa un Diccionario de griego-español que manejan los jóvenes estudiantes que se acercan a los estudios clásicos. Diccionario que es conocido como Diccionario griego VOX, debido a la editorial que lo editó durante cierto tiempo, si bien, después ha sido editado por otras muchas editoriales.

Pabón ha sido en nuestra época, traductor de Homero al español; también de Platón, de Salustio, de Cicerón o de Tucídedes. Y publica en Barcelona, en 1940, un libro de poemas bajo el título de Poemas de la ribera. En este libro Pabón canta al pueblo sevillano de Villanueva del Río en el que pasó su juventud. En Pabón conviven muchas cosas y el poeta recuerda a sus mayores “todos de la ciudad, de la aldea, / Marqueses y pastores, / que daban al consejo a sus menores / en alto solio o en sillón de nea”. El decir popular de un San Matías que iguala las noches y los días, haciendo entrar el sol por las umbrías, le sugiere un poema ágil y vivo: “Vas de santo delantero / por el año; / alegra al ovejero y al rebaño. / Entra el sol por las umbrías, / San Matías!”.

Su pluma tocó todos los registros de la publicística normal de un profesor español: manuales, enciclopedias, diccionarios, libros, artículos en revistas de alta divulgación y en especializadas, alguna que otra esporádica aparición en la prensa diaria.

Sus dotes de gran poeta le ayudaron grandemente en su percepción de los valores literarios del pasado grecolatino. Amó a su suelo natal. Las tierras, los paisajes tan humanizados en Andalucía fueron cantados por él en versos de tersura formal y hondo contenido. Vivió en continua saudade de su Sevilla, de su Granada, de su Villanueva del Río, de su Baeza; deseó lo mejor para sus gentes. A su muerte, acaecida en el 28 de abril de 1978, y como sucede siempre aquí, estas le pagaron con impenetrable silencio y hosquedad. Cerca de la Villa y Corte reposan sus cenizas. Y en el silencio del olvido quedan versos como estos: “Oh tierra que mis abuelos con su sangre regaron, / oh tierra que mis padres con sus manos labraron, / -oh tierra que los unos ganaron al moro- / y los otros vistieron con el manto real de las espigas de oro”.

Francisco Arias Solís

Ningún hombre considera que su situación es libre si no es al mismo tiempo justa, ni justa si no es libre.

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viernes, 24 de julio de 2009

Antonio Fernández Grilo por Francisco Arias Solís

ANTONIO FERNÁNDEZ GRILO
(1845-1906)

“Hay en mi alegre sierra
sobre las lomas,
unas casitas blancas
como palomas.
Le dan dulces esencias
los limoneros,
los verdes naranjales
y los romeros.”
Antonio Fernández Grilo.


LA VOZ DEL POETA DE LAS ERMITAS

La robusta personalidad literaria de Fernández Grilo no ha sido todavía objeto del detenido estudio que, sin embargo, merece. En este sentido podría afirmarse que ha de llegar la hora de que se repare la enorme injusticia que entraña el olvido de su obra.

“Ingenio cordobés en toda la extensión de la frase –escribía Francisco P. Blanco-, poeta por temperamento, por educación, por hábito o segunda naturaleza, que remonta el vuelo de su numen a alturas inaccesibles y se somete con docilidad a todos sus caprichos”.

Sus composiciones casi siempre retóricas le valieron el sobrenombre de “Castelar de la poesía”. Vicente Aleixandre evoca en el balneario de Mondariz al “poeta cortesano, Grilo, delicia de los salones, cuya mano siempre amable mostraba ya una cierta fatiga, la justamente elegante, de firmar, de “repentizar” sobre la páginas crema de tantos y tantos aristocráticos álbumes”.

El poeta de las Ermitas tuvo una aureola de atracción extraordinaria, misteriosa, verdaderamente mágica, en vida, cautivando a las muchedumbres con la recitación de sus poesías –hecha por el autor de un modo tan magistral que sólo Zorrilla le igualó- y consiguiendo a la vez, lo que parecería más difícil, el fervor de los aristócratas, y hasta Isabel II, que le publicó un libro, Ideales, y de Alfonso XII, que sabía de memoria muchas de las estrofas de Grilo.

Antonio Fernández Grilo nació en Córdoba en 1845. Fue periodista, dirigiendo en su ciudad natal El Andaluz. Y allí publicó su primer libro Poesías (1869). De Córdoba se trasladó a la Villa y Corte y pensó ganarse la vida, consagrándose al ejercicio de su profesión: el periodismo. Ingresó en la redacción de El Contemporáneo. Después perteneció a las de La Libertad, El Tiempo, El Debate, El Arco Iris... Otro poeta, José Selgas, decía a Grilo, que su libro era algo extemporáneo, un producto mental que estaba en “desuso”.

“Se escribe, se imprime y se lee más rápidamente cualquier periódico –escribía Selgas el 10 de julio de 1869-, cosa bien natural si advierte que el carácter distintivo de nuestra época es estar de prisa”.

Grilo es un poeta que si no hubiera compuesto más que Las Ermitas de Córdoba, tendría suficiente bagaje para traspasar los umbrales de la inmortalidad. Conocidísima es esta bella composición suya, de estrofas inspiradas y ágiles, henchida de ternura, cuajada de elegantes imágenes, que se adhiere a la memoria en virtud de su espontaneidad y maravillosa sencillez, y no se olvida jamás. En buena lid ha ganado la popularidad de que goza.

La vena mística de Grilo fluye copiosa, caudalosa, en otras hermosísimas composiciones: La Virgen de la Fuensanta, María al pie de la Cruz, La muerte de Jesús y El adiós al Convento. Canta también el poeta al amor: ¡Ella es así!, ¡Ha muerto! Canta el dolor humano: El día de difuntos, En el cementerio. Canta a la naturaleza: El águila, La primavera.

Transcurrido más de un siglo desde la muerte de Grilo (falleció en Madrid el 9 de julio de 1906, sin tomar posesión del sillón de la Academia de la Lengua, que se le había otorgado meses antes), con más dilatada perspectiva para contemplar su personalidad literaria y su obra poética, podemos decir que Grilo es todavía un poeta actual que ha prestado un indiscutible servicio a la cultura española y a las letras en particular. Y como dijo El poeta de las Ermitas: “¡¡Contemplad tu magnífica grandeza, / alza tu frente, de laurel ceñida, / y verás que has nacido cuando empieza / sobre la tierra a palpitar la vida!!”.

Francisco Arias Solís

Donde mora la libertad, allí está mi patria.

XIII Festival Poético por la Paz y la Libertad

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jueves, 23 de julio de 2009

Gabriel Celaya por Francisco Arias Solís

GABRIEL CELAYA
(1911-1991)

“Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.”
Gabriel Celaya.

LAVOZ DE LA PAZ Y LA ESPERANZA

Gabriel Celaya es el verso que no cesa. Es una tenaz y larga tentativa de transformar el mundo por la poesía. Su lenguaje es deliberadamente de carácter conversacional. “Lo importante –decía Celaya- no es hablar del pueblo sino hablar con el pueblo”. Y añadía: “Démonos a los demás para ser quienes de verdad somos. Demos, al darnos, la paz y la esperanza”. Celaya asume la conciencia de las gentes anónimas que se hallan a su alrededor y habla por ella con una actitud de solidaridad y esperanzada alegría en el futuro.

Gabriel Celaya y Juan de Leceta son dos seudónimos literarios de Rafael Múgica Celaya. El poeta nace en Hernani (Gipuzkoa), el 18 de marzo de 1911. Cursa el bachillerato en San Sebastián y la carrera de Ingeniero Industrial en Madrid. Sus años de permanencia en la Residencia de Estudiantes fueron decisivos para su formación. Allí se encontró con Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Emilio Prados, Moreno Villa, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Gerardo Diego... Por aquellos años a Celaya le preocupaba la pintura y la literatura. Viaja a Cuba en noviembre de 1967 y participa en el Congreso de la Cultura que tuvo lugar en La Habana en enero de 1968.. En este mismo año viaja a Brasil para tomar parte en el acto de inauguración de momento erigido a García Lorca en la ciudad de San Pablo. Gabriel Celaya muere en Madrid el 18 de junio de 1991, sus cenizas fueron aventadas en Hernani y San Sebastián, según sus deseos.

En 1935 y 1936 escribe sus dos primeros libros. Marea del silencio y La soledad cerrada, por este último obtiene el premio del Centenario Bécquer, otorgado por el Lyceum Club Femenino de Madrid. En los años de la inmediata posguerra el poeta, según su propia confesión, “1940-1945. Sigue escribiendo tercamente, pero ya no sabe para qué, pues ha renunciado a publicar en tanto no cambien las circunstancias. Sus mejores amigos están en el exilio, y la poesía camina en una dirección contraria a la que él cree justa”. Es a partir de 1947 cuando Celaya va a comenzar una intensa actividad poética, una de las obras más fecundas –si no la que más- de nuestra poesía contemporánea. En la Colección Norte, de San Sebastián, fundada por él y por Amparitxu Gastón –unidos en la poesía como en la vida- aparecen los libros Movimientos elementales y Tranquilamente hablando, los dos en 1947, el segundo bajo el nombre de Juan Leceta y en el que se adelanta una poética de la sencillez, un verso narrativo, casi prosaico a veces, que canta el goce sensorial, el universo cotidiano de las cosas, su verdad inmediata. En Las cosas como son, breve libro unitario, largo poema, publicado en 1948, en donde una y otra vez se exalta la vida, el hecho de vivir, su suficiencia “-Comprendan, es fácil -me basta la vida-”, su victoria sobre la muerte. El mismo poeta dijo posteriormente de este periodo 1947-1949: “Son los años de alegría, de combate y de fe”. Su estilo directo y la temática vital evolucionó hacia la denuncia social: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que lavándose las manos se desentienden y evaden”. Aparecen nuevos libros poéticos: Las cartas boca arriba (1951), Cantos íberos (1955), una de las obras más comprometidas, De claro en claro (1956), premio de la Crítica en 1957, Poesía urgente (1960), Baladas y decires vascos (1965), Campos semánticos (1971), Trilogía vasca (1984) y El mundo abierto (1986). Escribió también novelas como Lázaro calla (1949) y Lo uno y lo otro (1965); ensayos, como Exploración de la poesía (1964), Los espacios de Chillida (1974) y Memorias inmemoriales (1981). Fue traductor de Rilke, Rimbaud y Paul Eluard.

En 1963, se le concede en Italia, el Premio Internacional Libera Stampa y en 1968, el Premio Internacional de Poesía Etna-Taormina. En 1986 se le concedió el Premio de las Letras Españolas y en 1987 el Premio Nacional de Literatura.

Hay un libro en prosa, escasamente citado, de Gabriel Celaya, un hermosísimo libro, titulado Tentativas que fue impreso en los primeros días de julio de 1936. Volviendo a leer este libro, y teniendo presente toda la obra posterior de Celaya, no hay más remedio que pensar que toda esta inundación de versos, que gritan o que claman, que quieren poner “las cartas boca arriba”, que tratan de producir una agitación moral para el entendimiento del sufrir y el esperar humano, no son sino un intento de salvar el humanismo, la realidad pura del arte, la unamuniana tragedia hambre de inmortalidad.

La poesía de Celaya tiene el sortilegio de lo que ha sido creado entre cosas naturales. Esta poesía del pueblo tiene ese sello de lo que debe vivir a la intemperie soportando la lluvia, el sol, la nieve, el viento. Es poesía que debe pasar de mano en mano. Poesía que ha sido golpeada, que no tiene la simetría griega de los rostros perfectos. Tiene cicatrices en su rostro alegre y amargo. Poesía verdadera y sin más. Poesía que es como un grito que permanece en el aire. “Son gritos en el cielo”, nos dice el poeta.

La evolución de Celaya hacia la estética del compromiso es muy clara y auténtica. Celaya pasa a la participación , impulsando la corriente de lo que se ha dado en llamar poesía social, poesía al servicio de algo, concebida –en sus propias palabras- como una “herramienta para transformar el mundo”.

Francisco Arias Solís

Jamás hubo una guerra buena o una paz mala.

XIII Festival Poético por la Paz y la Libertad

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miércoles, 22 de julio de 2009

Foro Libre: Homenaje a Manuel Altolaguirre

FORO LIBRE
ASOCIACION CULTURAL, ARTISTICA Y LITERARIA (Fundada en 1992)

Francisco Arias Solís - Presidente ~ Plaza San Severiano, 2 ~ 11007 - CADIZ
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“¡Mi vida está enamorada
su prometida es la muerte!”
Manuel Altolaguirre.

HOMENAJE DE FORO LIBRE A MANUEL ALTOLAGUIRRE

El próximo lunes, día 27 de julio, a las 20.30 horas, en la cafetería-restaurante El Cantábrico (Avda. Cayetano del Toro, 21 - Cádiz), la Asociación Cultural, Artística y Literaria FORO LIBRE celebrará un encuentro literario sobre la vida y la obra del poeta malagueño Manuel Altolaguirre (1905-1959), con motivo del 50º aniversario de su muerte.

“Manuel Altolaguirre nos ha dejado -decía Luis Cernuda-, en esa breve obra que escribió, versos y poemas inolvidables que anidan en nuestra memoria, en la que han de perdurar como lo que son: grandes poemas hermosos y vivos, al par de lo mejor que sus contemporáneos escribieron”.
Altolaguirre, poeta malagueño al igual que Emilio Prados, José María Hinojosa y Moreno Villa, pertenece como ellos a la llamada generación del 27, generación que se dio a conocer a través de las revistas poéticas fundadas por Altolaguirre y Prados. En la imprenta Sur, se editó la revista Litoral, universalmente conocida.

1926 fue el año de publicación del primer número de Litoral y del primer libro de Altolaguirre que apareció con el título de Las islas invitadas y otros poemas. Al año siguiente salió el segundo con el nombre de Ejemplo y en 1930 el tercero con el de Poesía. Este libro fue al mismo tiempo revista poética. Parte de la revista la siguió publicando en París (fueron un total de cinco números), donde se trasladó ese mismo año, “dispuesto a continuar una maravillosa y única labor, que dificultades económicas por una parte, y el general desinterés de la gente por otra, le impidieron realizar en España”, según nos contó Rafael Alberti.

En 1931 se establece en Madrid, donde publica Soledades juntas. Al año siguiente, casado con la poetisa Concha Méndez, que será su inseparable compañera en su labor impresora, publica su nueva revista con el nombre de Héroe.

En 1934 marcha a Londres con objeto de estudiar las imprentas. Allí funda una nueva revista 1616 (en recuerdo del año de la muerte de Cervantes y Shakespeare). A su vuelta a España publica dos libros nuevos: La lenta libertad y Las islas invitadas, imprime otra de sus revistas con el sugestivo titulo de Caballo verde para la poesía, que dirige el poeta chileno Pablo Neruda. “Manolito hacía honor a la poesía -decía Neruda-, con la suya y con sus manos de arcángel trabajador”.

Durante la guerra civil, la poesía de Altolaguirre, se compone de poemas, en los que domina como idea principal la muerte. De esta época datan sus elegías A Federico García Lorca y Antonio Machado.

En 1943, Altolaguirre se establece con su familia en México definitivamente. Allí publica Poemas de las islas invitadas, Nuevos poemas de las islas invitadas, Aires de mi España y Fin de un amor. En 1955, aparece en Málaga su último libro publicado con el nombre de Poemas de América.
En su última época, el cine alejó a Altolaguirre en un principio de su quehacer poético aunque no literario. Dentro de su producción cinematográfica su obra maestra fue la adaptación y dirección de El Cantar de los Cantares, según la versión de fray Luis de León, película que presentó, fuera de concurso, al Festival Cinematográfico de San Sebastián. De regreso a Madrid sufre un accidente de tráfico mortal, y el día 26 de julio de 1959, en un hospital de Burgos, muere Manuel Altolaguirre.


Francisco Arias Solís

No hagamos las paces con la guerra, ni tampoco levantemos guerras con la paz.

XIII Festival Poético por la Paz y la Libertad en memoria de Mario Benedetti.

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martes, 21 de julio de 2009

María Isidra de Guzmán y de la Cerda

MARIA ISIDRA DE GUZMAN
(1768-1803)

“Yo, indulgente más que justo,
en sus obras quiero hallar
algo que pueda alabar;
pero no logro ese gusto.”
R. J. de Crespo.

LA VOZ DE LA PRIMERA ACADEMICA

Entre las mujeres españolas del siglo XVIII de sólida cultura se acostumbra a citar antes que a ninguna a “la doctora de Alcalá”, sin duda porque este título le dio una fama de las que otras carecieron.

Mas esta preferencia es a todas luces arbitraria, ya que María Isidra de Guzmán no sólo no ha dejado ninguna obra que merezca la admiración de la posteridad (no pueden considerarse como tales sus Oraciones a la Academia Española, a la Real Sociedad de Amigos del País, y menos aún las décimas con que agradeció al Rey una cruz concedida a su marido), sino que se haya cumplidamente demostrado que sus traducciones de los clásicos griegos fueron hechas de una versión francesa.

María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, hija de Diego de Guzmán, conde de Oñate, y de María Isidra de la Cerda, condesa de Paredes, nació en Madrid el 31 de octubre de 1768. El 9 de septiembre de 1789 se casó con Rafael Alfonso de Sousa, marqués de Guadalcázar e Hinojares, con quien se trasladó a Córdoba, donde murió el 5 de marzo de 1803, siendo enterrada en la iglesia de Santa Marina de Aguas Santas.

Por su rango, María Isidra vivía muy cerca de Carlos III, quien le había cobrado, desde niña, singular cariño; quizá no le desagradase tampoco, a este monarca, por aquello de que nunca amarga un dulce, y de que las lisonjas raras veces molestan, encumbrar oficial y académicamente a una muchacha, cuyo vivo ingenio le deparaba las flores de los más rendidos ditirambos. El hecho es que Carlos III quiso ver a María Isidra doctora, para ello, por orden expresa del Rey (cual consta en una esquela de mano de Floridablanca, y en una reales cédulas) el Claustro de la Universidad de Alcalá examinó a la joven, para ver “si la consideraba acreedora a la investidura de los grados de doctora en Filosofía y Letras Humanas”.Tras examinarse es nombrada doctora, el 6 de junio de 1885, en un acto en el que se suprimió el abrazo que el rector y los doctores debían darle en señal de fraternidad, se supone que por motivos de “decencia”.

¿Cómo no iba a declararla el Claustro acreedora a éstos y a cuantos títulos quisiese el Rey? He aquí, pues, a María Isidra, doctora, a los diecisiete años, por la Universidad de Alcalá -investidura que se celebró con inusitada pompa, el claustro acuñó incluso una moneda de plata-, académica de la Española y miembro de la Sociedad Económica matritense. Todo lo cual cabe suponer que con gran satisfacción por parte de Carlos III, a quien, en su discurso de ingreso en la Económica, mostró su gratitud en estos términos: “El gran Carlos III, que excediendo a Camilo en el amor a la patria, a Torcuato en la igualdad de la justicia, y en el desvelo a Temistocles...”

Los que no recibieron de “la doctora de Alcalá” semejantes alabanzas, no pudieron por menos de considerar cuán caprichosa puede resultar la fama que aureola a una erudita, aunque no dejemos de reconocer sus méritos y las múltiples dificultades que tuvo que vencer en su época por su condición de mujer.

Francisco Arias Solís

Paz, queramos paz.

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lunes, 20 de julio de 2009

José Celestino Mutis por Francisco Arias Solís

JOSE CELESTINO MUTIS
(1732-1808)

“Ojalá volvieras salvo a Europa que por tus cartas
veo que regresarás, con plantas y las observaciones
que sobre ellas has hecho, más rico que el mismo Creso
con su tesoros. Ojalá en esta vida me fuera dado verte
personalmente siquiera una vez, ahora cuando tornas como del paraíso.”
De la última carta de Linneo a Mutis.

LA VOZ DE UN GADITANO JUSTO Y SABIO

Mutis nos dejó una obra de una gran dimensión científica como se ha puesto de manifiesto al publicarse en 1954 su obra Flora de la real expedición botánica del nuevo Reino de Granada. También cataloga un herbario de más de 6.000 plantas que describe minuciosamente, con láminas dibujadas en colores que se conservan en el Jardín Botánico de Madrid. Internacionalmente gozó del respeto de los más importantes científicos de su época, con muchos de los cuales mantuvo correspondencia, especialmente con Linneo, la que les permitió conocer sus respectivas investigaciones y entablar una conmovedora amistad sin haberse conocido personalmente. Para el naturalista sueco, Mutis era como su emisario en el paraíso americano.

José Celestino Bruno Mutis y Bosio nace en Cádiz el 6 de abril de 1732, en el seno de una familia burguesa dedicada al comercio del libro. Sus primeros años transcurren en el barrio del Pópulo. Realiza sus primeros estudios bajo al tutela de los jesuitas. En el año 1748 se matricula en la Universidad de Sevilla, donde estudia Filosofía y Medicina, y simultáneamente solicita el ingreso en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz.

En marzo de 1753 toma el grado de Bachiller en Filosofía y Letras y el grado de Bachiller en Medicina en mayo del mismo año. En el Real Colegio de Cirugía amplia estudios de Teología y Botánica. En 1757 se traslada a Madrid, donde continúa sus estudios de Botánica, en el recién creado Jardín Botánico, donde contó con la ayuda del afamado botánico Miguel Barnades. También amplia sus conocimientos en Astronomía y Matemáticas.

Mutis regentó interinamente la cátedra de Anatomía del Hospital General de Madrid, durante tres años. El 28 de julio de 1760 emprende su viaje de regreso a Cádiz y comienza a escribir su Diario, documento insustituible para el conocimiento del naturalista. Inicia su fructífera correspondencia con Linneo. En septiembre de ese año, decidió partir para América como médico particular del virrey de Nueva Granada, Pedro Messía de la Cerda. El 29 de octubre de 1760 arribaron al puerto de Cartagena de Indias. Desde su llegada a América quedó fascinado por la flora y fauna colombiana, tomando apuntes de cuanto veía, descubriendo algunas plantas y propiedades curativas de muchas de ellas. Investiga las plantas para su aplicación farmacológica, de la que se puede considerar como uno de sus iniciadores. Desde Cartagena emprendieron viaje a Santa Fe. El 10 de diciembre de 1760, cerca de Cartagena, encontró la primera planta que le pareció nueva y la consagró a la memoria de Barnades con el nombre de Barnadesia.

Por el año 1761, Mutis comienza a interesarse por la potencial riqueza económica de los árboles de la quina, que como es sabido pertenecen al género Chinchona, dedicado precisamente a la condesa de Chinchón, esposa de un virrey del Perú. Mutis consideraba a la quina, como una panacea para el tratamiento de toda clase de enfermedades. Tal fue su interés, que su única obra completa conocida fue el Arcano de la Quina, una de las obras más completas que hizo en las Américas; asimismo se dedicó al análisis de los árboles de la canela.

Mutis es nombrado profesor de Matemáticas de la Real Universidad de Santa Fe de Bogota. Más tarde impartiría clases de Astronomía desde la cátedra del Colegio de San Bartolomé. Durante este periodo se declaraba seguidor de la teoría heliocéntrica de Copérnico, lo que le que le conlleva la acusación de la Inquisición, al no aceptar la Iglesia que el centro del universo no fuera la tierra, pero posteriormente Mutis fue absuelto. En 1770, Mutis ocupa la cátedra de Medicina en la capital bogotana. En 1772 fue ordenado sacerdote. Descubre una planta medicinal, a la que Linneo denominó Mutisia clematis, en honor al sabio gaditano.

En 1783, Carlos III firmó a favor de José Celestino Mutis el título y nombramiento de primer botánico y astrónomo de la Expedición Botánica de la América Septentrional. En 1784 fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias de Estocolmo y miembro de la Real Academia de Medicina.

En 1801 recibe la visita de Humboldt. El sabio alemán definió a Mutis como “Patriarca de los Botánicos” y le dedicó su libro Plantas equinocciales. Mutis auspicia la creación de la Sociedad Patriótica del Nuevo Reino de Granada para impulsar la agricultura y la mineralogía. Al año siguiente inicia las obras del observatorio de Santa Fe de Bogotá. José Celestino Mutis fallece en dicha ciudad, el 11 de septiembre de 1808.

Su obra, sin terminar era su única herencia. Una sobria tumba en la capilla del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario sirve hoy día de reposo para los restos de este gaditano que dejó renombre inmortal como intérprete de la naturaleza.

La obra mutisiana, más allá de los logros científicos, constituyó un magisterio intelectual que abrió el mundo de la cultura y, por tanto, de las posibilidades de liberación a numerosos discípulos. Por todo ello, consideramos que tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un gaditano tan sabio y tan justo.

Francisco Arias Solís

Si quieres la paz, trabaja por la justicia.

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domingo, 19 de julio de 2009

Adelardo López de Ayala por Francisco Arias Solís

ADELARDO LOPEZ DE AYALA
(1828-1879)

“Ya no codicio fama dilatada,
ni el aplauso que sigue a la victoria,
ni la gloria de tantos codiciada...”
Adelardo López de Ayala.

LA VOZ DEL POETA DE LA GLORIOSA

La Epístola a Emilio Arrieta de este poeta sevillano figura entre “Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana”, escogidas por Menéndez Pelayo, entre lo mejor de la literatura española antigua y moderna, pero son muy pocos los que se interesan por los versos de López de Ayala.

El nombre de Adelardo López de Ayala figura entre los importantes nombres de autores que se hicieron famosos en el teatro durante la segunda mitad del siglo XIX, imprimiendo a aquél una tendencia en que el recuerdo del moribundo teatro romántico se mezcla con una especie de realismo y con otros influjos de toda clase. Ayala fue aplaudidísimo en su obra Consuelo (1878) que se hizo popular, durando esa popularidad largos años, por lo sentimental de la obra, por su bella forma, por sus cualidades de fina observación que el público sentía realmente. La protagonista abandona un amor sincero, pero pobre, a cambio de otro capaz de satisfacer sus ansias de lujo: dejada por su marido y despreciada por su antiguo amador, la vida sentimental de Consuelo concluye: “cercada de ostentación, / alma muerta, vida loca, / con la sonrisa en la boca / y el hielo en el corazón”.

El manifiesto de Cádiz, 19 de septiembre de 1868, (que terminaba con la famosa frase “Viva España con honra”) presentando al país los acontecimientos de aquella revolución llamada Gloriosa, lo escribe Adelardo López de Ayala. Para agradecerle sus servicios la septembrina hace a López de Ayala ministro de Ultramar.

Adelardo López de Ayala y Herrera nace en Guadalcanal, provincia de Sevilla, el 1 de mayo de 1828. Siete años antes que Bécquer. Hasta los veinte años pasa su vida en Guadalcanal, en Sevilla y Villagarcía (Badajoz). A los catorce años comienza en Sevilla sus estudios en Leyes, pero los abandona. Se traslada a Madrid en 1849 con la idea de estrenar su primera obra dramática Un hombre de Estado, acerca de la figura de Rodrigo Calderón, favorito de Felipe III, que una vez corregida se estrena en el Teatro Español en 1851.

Alternó su vocación literaria con la política y fue elegido diputado por Mérida (1858), por Castuera (1863), por Madrid (1863) y por Badajoz (1871). Fue ministro de Ultramar con los gobiernos revolucionarios, con Amadeo de Saboya y con Alfonso XII (en la órbita del conservador Canovas), Presidente del Congreso en 1878, y antes de su muerte se le ofreció ser Primer Ministro. Adelardo López de Ayala muere en Madrid el 30 de enero de 1879.

En su tiempo estuvo considerado como un gran orador, y fue, sin duda, uno de los más importantes autores teatrales de su época. Con él alcanzó su más alto rango la llamada alta comedia, típica del teatro realista, que no estuvo exento de algunos caracteres románticos, entre ellos el efectismo y tono pasional.

El propio López de Ayala empezó haciendo teatro romántico más o menos adulterado, Un hombre de Estado (1851), Los dos Guzmanes (1851) y Rioja (1854); pero mayor importancia tiene su teatro realista, El tejado de vidrio (1856), El tanto por ciento (1861), El nuevo don Juan (1863) y Consuelo (1878), tal vez, su mejor obra. Ayala refleja la sociedad de la época, centrándose sobre todo en la burguesía, de la que toma argumentos y personajes; su carácter escasamente romántico y el cuidado en la construcción de sus obras supone un avance hacia el teatro moderno. Su novela Gustavo fue prohibida por la censura en 1852.

Los poetas realistas, al renunciar en gran modo a la fantasía y a la evocación no sólo se apartan de los motivos medievales y caballerescos o no retornan al mundo mitológico sino que también se apartan de lo sobrenatural cristiano que alentaba en la poesía romántica. Durante el periodo realista, la amargura y el desengaño romántico no llevan a la desesperación o al suicidio: se resuelven en una irónica y filosófica sonrisa. Para los poetas realistas, el mundo es tal como se muestra y así hay que aceptarlo.

Todavía guardo en mi memoria unos versos de López de Ayala que aprendí en la adolescencia: “Brote la clara luz del desengaño / iluminando mi razón dormida. / Para vivir me basta un año”.

Francisco Arias Solís

Detrás de un patriota hay siempre un comerciante.

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Gabriel García Tassara por Francisco Arias Solís

GABRIEL GARCIA TASSARA
(1817-1875)

“¿Por qué llega en la vida un fiero instante
que, aun del amor que verdadero ha sido,
sólo queda un recuerdo agonizante
cual la luz de la tumba del olvido?”
Gabriel García Tassara.

LA VOZ DE UN EMBAJADOR DEL ROMANTICISMO

El romanticismo es algo más que “el liberalismo en literatura” como lo definió Victor Hugo. Porque esa visión, meramente política, no explicaría la existencia de un romanticismo reaccionario que va desde Bölh de Faber a García Tassara, pasando por Nicomedes Pastor Díaz y Zorrilla.

De un modo general -y contra la extendida opinión, que los tiene por pobres desamparados y bohemios- los románticos pertenecieron a las clases más privilegiadas del país, sobre todo si somos conscientes de que apenas un seis por ciento de los españoles era capaz de leer y escribir hasta 1840.

A la burguesía española más asentada y rápidamente ennoblecida, sobre todo a partir de la desamortización de Mendizábal pertenecen personas como Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano, Juan Nicolás Bölh de Faber, Patricio de la Escosura, Gabriel García Tassara y varios más de menor relieve literario.

Gabriel García Tassara nace en Sevilla el 19 de julio de 1817. Su padre era contador Principal de los Reales Ejércitos y su madre pertenecía a una ilustre familia andaluza. Hizo humanidades en el Colegio de Santo Tomás de Sevilla. Conocido como poeta, pues había publicado en El Artista, se traslada a Madrid en 1839, sin terminar su carrera de Leyes que había iniciado en Sevilla. Fue muy bien recibido, desde un principio, por el círculo de Donoso Cortés. No es extraño, por tanto que colaborara con Pastor Díaz y Ríos Rosas en todos los proyectos periodísticos del moderantismo. En principio en El Correo Nacional, luego en El Heraldo y en El Conservador y, finalmente, en El Sol, del que fue socio fundador. Inmerso en una teoría firmemente católica de justicia humana, fustigó los vicios y las corrupciones morales, lo que no impidió que sostuviera escandalosas relaciones. Como buen Tenorio sevillano no se casó nunca. Gertrudis Gómez de Avellaneda, nacida en Puerto Príncipe y llegada clamorosamente a Madrid como poetisa le dio una hija. Él le correspondió con una inconstancia perfecta.

La notoriedad de Tassara como periodista y hombre de letras le sirvió, en el seno de su partido, para ser nominado y conseguir la elección de diputado en 1846. Traduce a Camoens, en los momentos que le deja libre la política y participa en las contiendas literarias del ya decaído romanticismo, siendo uno de los poetas que inician la separación estética y el cambio hacia los temas de preocupación del realismo.

Cuando su gran amigo Nicomedes Pastor Díaz llegó a Ministro de Estado, con el Gabinete O’Donnell, García Tassara fue nombrado embajador en los Estados Unidos. Estuvo diez años en el cargo, pero una queja norteamericana sirvió para que se relevara a Tassara por otro embajador más comprensivo hacia los intereses yanquis.

En 1869 Tassara fue reintegrado a sus funciones diplomáticas como Embajador de Londres, pero lo es por poco tiempo. A su regreso recopiló sus Poesías, y las dio a la imprenta en 1872, precedidas de un interesante prólogo que tiene implicaciones literarias y políticas a la par. El poeta sevillano escribe una poesía grandilocuente influida en la forma por Herrera y en el tono por Espronceda, en la que predominan los temas religiosos y los socio-políticos. En las primeras (“La Noche”, “Dios”, “Himno al Mesías”) expresa su ferviente cristianismo; en las segundas (“Epístolas a Donoso”, “El nuevo Atila”), su pesimismo y visión apocalíptica ante los hechos desencadenados por la Revolución de 1848.

Desilusionado y enfermo, viendo la trayectoria política que seguían los acontecimientos de la I República, fue a recluirse a Sevilla. Peregrinó luego por Castilla y se detuvo en Ávila, donde escribió sobre la mística ciudad una de sus composiciones más célebres

Restaurada la Monarquía volvió a Madrid, pero sus dolencias se agravaron y murió el 14 de febrero de 1875.

Tassara vidente de la Historia y de la Naturaleza, es de aquellos románticos que entrevén, tras de las ruinas, las transformaciones radicales que conformarán el mundo en un nuevo y profético respeto de la Ley de Dios. Ya lo dijo nuestro poeta: “Estos versos no son, Dios me es testigo, / los que hoy pone una musa sin aliento: / Hijos son del ilustre pensamiento / que aún en mi frente y en mi pecho abrigo”.

Francisco Arias Solís

La libertad no la tienen los que no tienen su sed.

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Ventura de la Vega por Francisco Arias Solís

VENTURA DE LA VEGA
(1807-1865)

“Pon en olvido profundo
esa experiencia fatal;
que no basta pensar mal
para ser hombre de mundo.”
Ventura de la Vega.

LA VOZ DE LA ALTA COMEDIA

Iniciador de la llamada “alta comedia”. Liberal en su juventud, formado en el colegio de San Mateo, que regentaba Lista y Hermosilla, participó en las luchas contra los absolutistas. Ventura de la Vega está considerado como el iniciador del drama “realista” y señala más que una oposición al romanticismo, la evolución y término de éste.

Buenaventura José María de la Vega y Cárdenas, más conocido por Ventura de la Vega, nace en Buenos Aires el 4 de julio de 1807. Aunque argentino de nacimiento, siempre se preció del doble título americano-español, fundiendo en uno sólo sus dos grandes amores: el de la patria nativa y el de la patria de sus progenitores: “La madre España en su seno / me dio acogida amorosa: / suyo fui; más siempre yo / recordé con noble orgullo / que allá mi cuna, al arrullo / de las auras, se meció”. Al quedar huérfano de padre a los cinco años, su madre, para darle educación esmerada, lo envía a España bajo el cuidado de un tío suyo. Asiste en Madrid al colegio de la calle de San Mateo, y, al ser clausurado éste por orden de Calomarde, continúa recibiendo lecciones en casa de don Alberto Lista. Es uno de los fundadores de la Academia del Mirto, que preside el mismo Lista. Tiene por condiscípulo en esta época a Espronceda, con quien le uniría siempre entrañable amistad. Forma parte de la sociedad secreta Los Numantinos, lo que le ocasiona un arresto de tres meses que cumple en el convento de los Trinitarios. Se abre camino en el mundo literario con traducciones y arreglos de piezas del teatro francés. Obtiene pronto un empleo como auxiliar del ministerio de la Gobernación. En 1836 se le nombra secretario del Conservatorio, y allí conoce a la cantante doña Manuela de Lema, con la que contrae matrimonio, y que había de influir notablemente en el cambio de sus ideas, según testimonio de Valera. Profesor de literatura luego de Isabel II y más tarde su secretario particular. Agregado a la Embajada Española de París y, sucesivamente, director del Teatro Español, del Conservatorio y subsecretario de Estado. Fue también desde 1842 académico de la Española y Gran Cruz de Isabel la Católica. Murió en Madrid el 28 de noviembre de 1865. Hijo suyo fue Ricardo de la Vega, autor de numerosas obras del llamado “género chico”, entre ellas la famosísima La verbena de la Paloma.

Aunque Ventura de la Vega cultivó la lírica con notable fortuna su fuerte estriba es el teatro. Escribe libretos de zarzuela, alguno tan conocido como Jugar con fuego (1853). Menos fama alcanzaron El marqués de Caravaca y La cisterna encantada. Compone una feliz imitación de los autos sacramentales: La tumba salvada; y una Crítica de El sí de las niñas. Procura imitar el teatro de Moratín, si bien acomodándolo a su época, en El hombre de mundo (1845). En esta obra se introduce la alta clase media como tal –terratenientes que viven en Madrid de sus rentas y sin trabajar-, clase pudiente que no tiene que ocuparse en nada y habla de celos, de amor, de matrimonio; habla de eso filosóficamente como el título indica. Su tono y estilo son naturales; su relación con los criados también. Los señoritos aluden al “demi monde” con modales que le convienen y que son si no más auténticos por lo menos tanto como los de salón. Pese a la intención del autor, penetramos en ese mezquino mundillo socio-moral. En cambio, la intención del comediógrafo es evidente por lo que se refiere a la renovación espacial y al manejar una acción sencilla con personajes de sus días. Con El hombre de mundo alcanza Ventura de la Vega su mayor éxito y uno de los triunfos mayores de la época. El hombre de mundo preludia la “alta comedia” y es el paso obligado para llegar desde Bretón a López de Ayala o a Tamayo y Baus.

El hombre de mundo, juntamente con Don Fernando de Antequera (1847) y La muerte de César (1865), son los tres dramas que otorgan a Ventura de la Vega un puesto avanzado en nuestro teatro del siglo XIX. Es autor asimismo del libreto de la zarzuela Jugar con fuego.

Lo mejor de su obra lírica hay que buscarlo en algunos poemas de su juventud: Orillas del Pusa, Imitación de los salmos, El canto de la Esposa y su oda A mis amigos.

Ventura de la Vega es uno de los buenos dramaturgos de su siglo, y en muchos aspectos superior a cualquiera de aquellos a quienes hizo la honra de traducir. “Ventura de la Vega -escribe Menéndez Pelayo- ha pasado ya a la categoría de los clásicos modernos”. Y añade: “El más correcto, atildado y pulcro, y el más académico, en suma, de todos los artistas literarios de la generación a que perteneció”. Y como dijo el poeta americano-español: “Hoy, que a coyuntura tirana / suceden fraternos lazos, / y España tiende los brazos / a la América, su hermana: / bañado en júbilo santo, / yo, americano-español, / a la clara luz del sol / la unión venturosa canto”

Francisco Arias Solís

Se ama la libertad como se ama y se necesita el aire, el pan y el amor.

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sábado, 18 de julio de 2009

Gregorio Romero Larrañaga por Francisco Arias Solís

GREGORIO ROMERO LARRAÑAGA
(1814-1872)

“Yo soy la flor de Sevilla
y en Jerez donde nací,
me llaman su maravilla
y aquí, en Granada, la hurí.”
Gregorio Romero Larrañaga.

LA VOZ EXALTADA DEL ROMANTICISMO

La lírica de Romero evoluciona desde el romanticismo tremebundo hacia una poesía mucho más íntima y emotiva, hacia “un idealismo melancólico y apacible”, según el comentario del poeta sevillano Gabriel García Tassara.

Gregorio Romero Larrañaga nació en Madrid el 12 de marzo de 1814. Estudió en el Colegio Imperial de San Isidro y luego Leyes en Alcalá, pero se dedicó por entero a la literatura. Andando el tiempo obtuvo un puesto en la Biblioteca Nacional de Madrid y tras un traslado de cinco años a Barcelona como archivero-bibliotecario, regresó a su antiguo puesto de Madrid, donde murió en noviembre de 1872.

Participó desde muy joven en las reuniones del Parnasillo y con todos sus componentes se incorporó al Liceo, a cuya vida estuvo estrechamente ligado. A mediados de 1836 comenzó a colaborar en el Semanario Pintoresco Español con varios poemas del más “explosivo romanticismo”, fúnebre y tremendista: Aventura nocturna, La noche de tempestad, A un alguacil muerto de perlesía, y un cuento romántico en verso titulado, El Sayòn, que fue muy elogiado por sus colegas de promoción. A la misma época pertenecen dos composiciones, El de la cruz colorada y Alcalá de Henares. El de la cruz colorada se parece mucho a la Oriental, de Zorrilla, aunque Romero varía las circunstancias: no es el moro quien enumera las bellezas de Granada, sino la cautiva a cambio de la libertad de su cristiano, “el de la cruz colorada”. Conmovido el moro, deja libres a los dos, que se alejan en su mismo caballo. “Pero, ¡ay! que fuera Granada / más hermosa y celebrada / cantándola mi cristiano / el de la cruz colorada”.

En 1841 reunió Romero en un volumen de Poesías muchas de sus composiciones dispersas por revistas y periódicos. Casi a la vez publicó una colección de Cuentos históricos, leyendas antiguas y tradiciones populares, que fue también muy elogiada por la crítica; y en 1843, un pequeño volumen de Historias caballerescas españolas, con tres leyendas.

Escribió también Romero una novela, La enferma del corazón, y en su última época de producción publicó en La América varios relatos en prosa – Un misterio en cada flor, Recuerdos poéticos y La ofrenda de los muertos- que Varela califica de “verdaderamente dignos y finos”, de un romanticismo soñador y sentimental.

Cultivó Romero con gran tenacidad el teatro. Su primer drama, Doña Jimena de Ordóñez, no consiguió ser representado. Con Felipe el Hermoso, estrenado en marzo de 1845 y escrito en colaboración con Eusebio Asquerino, obtuvo Romero su primer éxito teatral; éxito que se repitió con Juan Bravo, también a medias con Asquerino. Con Eduardo Asquerino esta vez –no con Eusebio- estrenó en 1847 El gabán del rey, centrado en la conocida anécdota de la venta del gabán por Enrique III para poder cenar. En estas tres últimas obras se multiplican las alusiones a la perfidia de los nobles y las llamadas a la libertad, al honor y al pueblo –fácilmente relacionables con circunstancias políticas contemporáneas-, que le dieron a Romero renombre de “avanzado” y que quizá no fueron ajenas al éxito de las obras ni tampoco a los juicios desfavorables de que le hizo objeto el padre Blanco García.


Francisco Arias Solis

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viernes, 17 de julio de 2009

Juan Luis Vives por Francisco Arias Solís

JUAN LUIS VIVES
(1492-1540)


“Yo no estaré contento hasta saber que hay en España
una docena de imprentas que editen y propaguen
los mejores autores; sólo así los demás países
se van limpiando de la barbarie.”
Juan Luis Vives.

LA VOZ DEL MAESTRO SAPIENTISI MO

Este “maestro sapientísimo” según decía Feijoo, representa en España, además de un puro valor filosófico, el primer intento logrado de una actitud intelectual, llena de sentido experimental. Una de las cabezas liberales y nobles que España ha dado a la Humanidad y una de las figuras más interesantes del Renacimiento europeo.

Este pensador y trotamundos polemista rebelde en la Sorbona, educador de príncipes y pulidor de princesas, amigo fervoroso de Erasmo, soñador de una patria universal, nostálgico perpetuo de su Valencia, siente un intenso amor por las cosas pequeñas. Juan Luis Vives ha sentido, acaso mejor que nadie, la eterna poesía de lo pequeño y cotidiano.

Nace Juan Luis Vives en Valencia el 6 de marzo de 1492 y muere en Brujas el 6 de mayo de 1540. Hijo de judíos conversos –la efigie de sus padres fue quemada en Valencia por la Inquisición-, él mismo tuvo que sufrir frecuentes recelos por su espíritu reformista. Su vida fue silenciosa y modesta: trazó libros considerables; profesó en las cátedras de París, Oxford, Brujas y Lovaina, vivió una temporada en la corte de Inglaterra siendo confidente de los reyes; Enrique VIII y de doña Catalina de Aragón, y preceptor de su hija, María Tudor, la que más tarde reinaría en España. Trató en París al padre Vitoria y a Ignacio de Loyola.

Tenía diecisiete años el filósofo valenciano cuando llegó a París. Su alma se rebelaba contra la rigidez de los maestros españoles y contra su falta de sentido de la realidad. La Sorbona le aburrió. Pero de París partían los caminos que conducían a todas las venturas del pensamiento.

Tenía Vives treinta años, cuando al morir Nebrija, el andaluz, que convertía la fragancia universal del Renacimiento en puro espíritu español, le ofrecieron la gloriosa cátedra vacante. Tras mucha meditación, decidió quedarse en Brujas, acaso con la conciencia de que era ya para siempre. No, no iría a la cátedra solemne. Prefería la vida errante y sin trabas del emigrado.

Vivió el gran valenciano diecisiete años de matrimonio con Margarita Valdaura, hasta la muerte de él. Margarita fue la compañera de su vida de emigrado.

Vives alcanzó prestigio en toda Europa. Es autor de numerosas obras, escritas en latín, de carácter filosófico, religioso, moral y pedagógico. De entre ellas destacan las siguientes: De prima philosophia, De anima et vita, De veritate fidei christianae, De institutione feminae Christianae, De causis corruptarum artium, Exercitatio linguae latinae, etc. De todos sus libros hay uno que alcanzó fama singular. Se llama De institutione feminae Christianae (Institución de la Mujer Cristiana). La primera edición apareció en Basilea, el año 1538, dos años antes de la muerte de su autor. En este libro hace el maestro de Valencia un retrato de la mujer perfecta, de la perfecta casada, menos atrayente, más severo que el que trazara cuarenta y cinco años después fray Luis de León. Margarita Valdaura es el modelo de la mujer perfecta que escribió Vives.

Cuando Vives escribe sus Diálogos, estaba ya muy enfermo, próximo a morir ya de gota y del mal de piedra. Acaso no haya libro en nuestra literatura tan íntimo y gustoso.

Cuando ya tenía cuarenta dos y años, y acaso presiente su próximo fin, le dijo amargamente, en una de sus cartas a Erasmo: “Pasamos tiempo difíciles, en los que no se puede hablar ni callarse sin peligrar”. Las persecuciones a las ideas, en todas partes redoblaban. En España gemían en el calabozo sus amigos Vergara y Tovar.

A veces a Juan Luis Vives le asaltaba la tentación de hacer el último, el supremo viaje hacia el Sur; de reposar sus últimos días bajo el sol de la costa luminosa de Levante. Como diría el poeta: “Ávido de reposar / en ese lugar último, / tibio y amplio hacia el Sur...”.

Francisco Arias Solís

El futuro se gana, ganando la libertad.

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jueves, 16 de julio de 2009

Ramón Pérez de Ayala por Francisco Arias Solís

RAMON PEREZ DE AYALA
(1881-1962)

“Una vivienda pobre y aldeana,
cerca del bosque, y que del mar, amigo
de mi risa infantil, no esté lejana.
En su quietud a solas, sin testigo.”
Ramón Pérez de Ayala.

LA VOZ DE LA INVENCIÓN NOVELISTICA

Ramón Pérez de Ayala conoce muy bien el idioma castellano: lo maneja con flexibilidad, soltura y elegancia. Pocas palabras bastarán para definir su obra literaria: es uno de los primeros novelistas contemporáneos. Reúne en sus obras las cualidades de las dos generaciones a la que sirve de nexo: la del 98 y la que viene inmediatamente después. Tal vez por eso y porque representa el tránsito entre dos edades –siglo XIX y siglo XX- que aparecen sin posible conexión y enlace, le toca a Pérez de Ayala realizar, en el orden puramente intelectual, una parte del ambicioso programa que los hombres del 98 habían lanzado al viento con signo de rebeldía, de protesta.

Cuando el siglo XX comienza, la literatura española quiere huir de las formas ampulosas que dominaba y predominaba en los días de la Restauración. Fiel a su tiempo Pérez de Ayala, de inquietud renovadora, quiso combinar con el apego a lo local y regional, el sentido español, y éste con lo universal. Su formación intelectual, las experiencias y azares de la vida hicieron de él uno de los escritores de su tiempo más europeo.

La prosa de las principales figuras de la generación novecentista, también conocida como generación de 1914, es el resultado de una selección que se hizo por un camino distinto del que se esperaba: el del estilo trabajado, brillante, más o menos esteticista, pero barroco. Esta generación fue predominantemente universitaria y poseyó una decidida voluntad política. Muchos de sus miembros –Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Gregorio Marañon, Américo Castro, Manuel Azaña, Luis Araquistaín, Salvador de Madariaga- actuaron en el terreno político, y de ella surgirían eminentes personalidades de la Segunda República. Se trata también de una generación de corte abiertamente europeísta y proclive a las tendencias formales e ideológicas que presidían la vida intelectual de los grandes focos culturales del extranjero.

Ramón Pérez de Ayala nace en Oviedo el 9 de agosto de 1881. Estudió con los jesuitas en Gijón y Carrión de los Condes. A los diez años compone en el colegio sus primeros poemas; a los doce escribe en latín como en su lengua materna. Era, como lo fue en su día Ortega en el colegio de los jesuitas de Málaga, el discípulo predilecto.

En 1896, ingresa Pérez de Ayala en la Universidad de Oviedo, donde estudia Derecho y donde tuvo como profesor a Leopoldo Alas, “Clarín”. Terminó la licenciatura en la Universidad de Madrid. Colaboró ya por entonces en El Imparcial, El Gráfico, etc. Amplió estudios en Londres y estudió estética en Alemania e Italia. Durante la primera guerra mundial fue corresponsal de La Prensa de Buenos Aires. Con Ortega y Gasset fundó la Liga de educación política española. En 1928 fue elegido miembro numerario dela Real Academia Española. Firmó, junto con Ortega y Marañón y otros el “Manifiesto de los intelectuales al servicio de la República”. Fue embajador de la República en Londres. Vivió exiliado, después de la guerra en Argentina, volviendo a Madrid en 1954. En 1960, recibió el premio March de Literatura. Ramón Pérez de Ayala muere en Madrid el 5 de agosto de 1962.

Su primera obra fue un libro de poemas, La paz del sendero (1904), de carácter modernista. Su segundo libro de versos fue El sendero innumerable (1916), publicando después El sendero andante (1921). Cultivó además de la poesía, el ensayo, la crítica, el periodismo y, especialmente, la novela. Entre sus ensayos se cuentan Hernán, encadenado (1917), Las máscaras (1917-1919), que recoge sus críticas teatrales, Política y toros (1918), el volumen de memorias Amistades y recuerdos (1961) y Fábulas y ciudades (1961).

El propio Pérez de Ayala clasificó sus novelas en tres grupos: el primero, de carácter autobiográfico y matiz lírico, aunque realista y descriptivo de la andadura vital iniciada con su educación entre los jesuitas y acabada en la vida madrileña. A este ciclo pertenecen: Tinieblas en las cumbres (1907), A.M.D.G. (1910), La pata de la raposa (1912) y Troteras y danzaderas (1913). A. M. D. G. es una crítica feroz de la educación de los jesuitas, a la que el autor culpa de su pérdida de fe, así como de su excesivo interés por las cuestiones sexuales.

El segundo ciclo de la narrativa de Pérez de Ayala está constituido por tres novelas cortas agrupadas bajo el acertado subtítulo de “Novelas poemáticas de la vida española”: Prometeo, Luz de domingo y La caída de los Limones (las tres publicadas en 1916). Tres narraciones en las que el autor se sumerge de lleno en ese espíritu doloridamente denunciador de los males de España que informaba a los hombres del 98, pero con un grado tal de ponderación expresiva y de equilibrio en sus diversas partes, que hacen inevitable el calificativo de clásicas que les han aplicado algunos críticos que ven en ellas la más lograda cumbre de la narrativa del autor.

El último periodo narrativo de Pérez de Ayala se caracteriza por una libertad creadora que, en un proceso de intelectualización coincidente con la novela europea de su tiempo, le permite abordar temas de carácter universal, no específicamente españoles. La primera novela de este ciclo es Belarmino y Apolonio (1921), su obra más lograda. De obra pedagógica se ha calificado a dos novelas, Luna de miel y Los trabajos de Urbano y Simona (aparecidas en 1923). Tigre Juan y El curandero de su honra, las últimas novelas de Pérez de Ayala, aparecidas en 1926, constituyen un solo conjunto novelesco.

“El novelista -dice Ayala- no puede pintar, únicamente puede describir, enumerar”. De este modo, la novela, al crear un mundo irreal, nos enseña a ver la realidad. Lo fantástico se mezcla a lo real. El mundo de lo que no es se introduce en el mundo de lo que es. Tal es su misión artística. Pocos escritores han cumplido esa misión de una manera tan perfecta como Ramón Pérez de Ayala. Y como dijo el poeta: “Veremos en sus flores el rocío / y Asturias estará como una rosa / recién nacida. Yo diré: -Dios mío / que no nos haya nunca tanto bien. / Y al yo leerte, me dirás : Amén”.

Francisco Arias Solis

Paz y libertad.

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miércoles, 15 de julio de 2009

Foro Libre: Homenaje a Nicolás Guillén

FORO LIBRE
ASOCIACION CULTURAL, ARTISTICA Y LITERARIA (Fundada en 1992)

Francisco Arias Solís - Presidente ~ Plaza San Severiano, 2 ~ 11007 - CADIZ
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“¡Ay, qué linda mi bandera,
mi banderita cubana,
sin que la manden de afuera,
ni venga un rufián cualquiera
a pisotearla en La Habana!”
Nicolás Guillén.


HOMENAJE DE FORO LIBRE A NICOLÁS GUILLÉN

El próximo lunes, día 20 de julio, a las 20.30 horas, en la cafetería-restaurante El Cantábrico (Avda. Cayetano del Toro, 21 - Cádiz), la Asociación Cultural, Artística y Literaria FORO LIBRE celebrará un encuentro literario sobre la vida y la obra del poeta cubano Nicolás Guillén (1902-1989), con motivo del 20º aniversario de su muerte.

La poesía negra o mulata, la de signo o intencionalidad social y el neopopularismo han sido señalados como las tres direcciones vertebradoras de la poesía de Guillén; las dos primeras, fuertemente enlazadas. Poeta de cuidado equilibrio formal, su obra acusa destellos de Rubén, Lorca o Neruda; recrea y exalta la voz de un pueblo, una cultura, una sociedad y una tierra: Cuba. En Guillén se plasma, una vez más, la interpretación y la asimilación de dos culturas, la española y la negra, que se funden en el mulato antillano.

En 1930 con la publicación en el Diario de la Marina de los Motivos de son, el nombre de Nicolás Guillén se impone como el de una de las figuras más importantes de la literatura cubana. En 1931 se edita en La Habana, Sóngoro Cosongo. Poemas mulatos que confirma la excepcional calidad poética de Guillén. En 1937, el poeta emprende su primer viaje internacional de La Habana a México y luego a Canadá, de donde viaje a España, en donde asistirá al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Escrito en México, en mayo de 1937, España. Poema en cuatro angustias y una esperanza, se publicó dos veces en ese mismo año. Nicolás Guillén colaboró en la revista Hora de España. En 1947, publica en Buenos Aires, El son entero. En marzo de 1949 viaja a Nueva York como delegado cubano en la Conferencia Cultural y Científica para la Paz Mundial, en abril del mismo año asiste en París al Congreso Mundial de Partidarios de la Paz. En 1953 inicia un nuevo periplo que es, en rigor, un largo exilio. Su actividad cultural, se refleja también, en estos años, en nuevos libros de poesía: Elegía y La paloma de vuelo popular. El triunfo definitivo de la Revolución Cubana, el 1º de enero de 1959, produce un cambio fundamental en la vida del poeta: concluye su exilio y regresa a la patria. Presidió la Unión de escritores y artistas. En 1962 publica Prosa de Prisa y, al año siguiente, Poetas de amor y Tengo. En 1968 publica El Gran Zoo. Nicolás Guillén muere en La Habana, el 16 de julio de 1989.

Guillén cantó y soñó a América. Su canto fue de rebeldía y esperanza. El negro, se constituyó a veces, en su poema, en el símbolo de los oprimidos del pueblo; pero ese pueblo en su conjunto es la inspiración central de su obra. Poeta nacional de Cuba, guitarrero mayor de América, ha demostrado que, “para hacer un poema, / lo importante es saber cómo se hace un poema”.

Francisco Arias Solís

No hagamos las paces con la guerra, ni tampoco levantemos guerras con la paz.

XIII Festival Poético por la Paz y la Libertad en memoria de Mario Benedetti.

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martes, 14 de julio de 2009

Julián Sanz del Río por Francisco Arias Solís

JULIÁN SANZ DEL RÍO
(1814-1869)

“Tal como hoy está el libro pertenece a Krause
el espíritu, la exposición es mía y no hay original
alemán ni no alemán de donde se halla traducido.“
Julián Sanz del Río. Ideal de la humanidad para la vida.

LA VOZ DEL INTRODUCTOR DEL KRAUSISMO

El fundador del krausismo español fue Julián Sanz del Río, formado en el estudio del Derecho y de la Filosofía, se trajo de Alemania la ideología que en principio más necesitaba el intelectualismo español.

Julián Sanz del Río nace en Torrearévalo, un pueblecito de la provincia de Soria, el 10 de marzo de 1814. Hijo de familia humilde, estudió en el Seminario Conciliar de San Pelagio de Córdoba, en el Colegio del Sacromonte de Granada y obtuvo los grados de Bachiller en Cánones en la Universidad de Toledo. Posteriormente obtuvo los grados de Licenciado y Doctor en la Universidad de Granada. Fue catedrático de Derecho Romano y presidente de Leyes en el Colegio del Sacromonte de Granada.

Al conocimiento de los españoles que avizoraban las novedades intelectuales del mundo había llegado la noticia de que en Alemania imperaba una filosofía fabulosa por sus dimensiones y por su originalidad. A ellos se debe el krausismo español, que con el tiempo llegó a ser algo así como una filosofía del Estado.

El ministro progresista Pedro Gómez de la Serna envió a Julián Sanz del Río a beber directamente en las fuentes de aquella desconocida ciencia germánica. Sanz del Río salió para Alemania en 1843. Se detuvo unos días en París y visitó a Victor Cousin. Le bastó tan corto tiempo para averiguar que en Francia “la filosofía no se cultiva ni con profundidad ni con sinceridad”.

Sanz del Río permaneció en Alemania hasta 1844. Si se juzga por sus traducciones y glosas de Krause, Sanz del Río apenas pudo digerir más que dos o tres obras del maestro. Nuestro filósofo era el tipo de sabio de un solo libro o poco más; poco extenso en el conocer, pero muy intenso en lo que conoce.

El eje de la filosofía de Sanz del Río, está en dos obras krausistas: la Metafísica, primera parte o analítica, y el Ideal de la humanidad para la vida, publicadas ambas en 1860. La segunda parte de la Metafísica, o sea la síntesis, anduvo manuscrita en manos de sus discípulos pero no llegó a publicarse, hasta después de su muerte.

Menéndez Pelayo afirma que “pocos saben que en España hemos sido krausistas por casualidad”. Sin embargo, no hubo tal casualidad. Sanz del Río fue al krausismo como quien dice a tiro hecho. Ya era krausista, al menos potencial, antes de salir de España. Lo confiesa en su primera carta a José de Revilla: la convicción de que la doctrina de Krause es “la eterna, la absoluta verdad” nace de la doctrina misma, “que yo encuentro en mí”. Llevaba el krausismo consigo.

Probablemente este misticismo latente en la conciencia de muchos españoles venía de muy lejos, quizás desde la Edad Media, Desde luego sorprende que buen número de los primeros krausistas y de los sucesivos más importantes fueron oriundos de Andalucía, una tierra donde la cultura semita, árabe o judaica, echó hondas raíces. Canalejas, Salmerón, Castelar, Federico de Castro, Giner de los Ríos son andaluces. Sanz del Río, como sabemos, nació en Castilla, pero a los diez años va a educarse a Córdoba y más tarde a Granada.

Para los krausistas españoles el krausismo era un instrumento para construir un Estado liberal y democrático, justo y eficaz, especie de juez de campo presidiendo y armonizando los antagonismos sociales, sin intervenir demasiado.

La idea de que la especie humana forma un gran familia de miembros iguales, sin distinción de razas, de religiones, tenía también una honda tradición en España. La había hecho suya en Roma el cordobés Séneca. De modo que el Ideal de la humanidad, después de todo, no era otra cosa que el senequismo español que insconcientemente Sanz del Río llevaba dentro.

En 1867, Sanz del Río fue destituido por el gobierno de su cátedra de Historia de la Filosofía que ocupaba desde 1854, por no haber querido suscribir una declaración de fe católica y monárquica. “La filosofía en España –decía Clarín- era en rigor planta exótica, puede decirse que la trajo de Alemania el ilustre Sanz del Río”.

Julián Sanz del Río murió en Madrid el 12 de octubre de 1869. Cuantos le trataron convienen en reconocer el magnetismo que irradiaba la personalidad de aquel hombre retraído. Muerto el maestro los krausistas españoles se dedicaron a las aplicaciones prácticas de la metafísica sintética.

A la sombra de la Institución Libre de Enseñanza y bajo la inspiración de Giner de los Ríos y sus auxiliares, nacieron las instituciones encargadas de difundir la cultura en el interior e importarla del exterior, la Escuela Superior del Magisterio, el Instituto Modelo de Enseñanza Secundaria, las Residencias de Estudiantes para los dos sexos y la Junta de Ampliación de Estudios.

Nadie honradamente puede negar que el krausismo, penetrando hasta las capas más apartadas de la burguesía española a través de todas estas instituciones creadas e inspiradas por Giner de los Ríos, hizo mejores hombres de los españoles.

Francisco Arias Solís

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domingo, 12 de julio de 2009

Francisco Bances Candamo por Francisco Arias Solís

FRANCISCO BANCES CANDAMO
(1662-1704)

“Digo todo cuanto siento
del general al soldado;
si por esto no he medrado
por esto vivo contento.”
Bances Candamo.

LA VOZ DEL DRAMATURGO OLVIDADO

Bances Candamo puede considerarse el último de los comediógrafos del Siglo de Oro, el final definitivo de la línea calderoniana. En algunas de sus comedias de historia nacional, Bances reacciona contra el falso concepto del honor extendido en la época, señalando la conducta personal como única fuente de honor.

Francisco Antonio de Bances y López-Candamo nació en Sabugo, aldea asturiana en las proximidades de Avilés, e1 26 de abril de 1662. Su madre, viuda y probablemente falta de recursos lo envía niño aún a Sevilla, al cuidado de un tío canónigo. Cursó allí estudios y recibe muy joven órdenes menores. De su Teatro de teatros de los pasados y presentes siglos, se desprende que en Sevilla también terminó su carrera, llegando a doctor de Sagrados Cánones. Pasa a Madrid y a los veintiún años ya lleva fama de poeta. Protegido por Carlos II, se convierte en poeta palatino, y ante la Corte se representan muchas de sus comedias. Herido gravemente por aquellas fechas (1683), según unos por enemistades literarias y según otros por duelo, el propio rey se interesa por él diariamente y le envía sus médicos, y se dice que se mandó a enarenar su calle para que no le molestase ningún ruido mientras se reponía. Se sabe que en 1691 tuvo un hijo natural, Félix Leandro José; y que, asqueado por los tiquismiquis, envidias y rencillas de literatos y poetas, abandonó la Corte para convertirse en un burócrata. Desempeñó varios cargos: primero fue nombrado administrador de rentas de Cabra, y seguidamente en 1694, visitador general de alcabalas en Córdoba, Sevilla, Málaga, Jerez, Sanlúcar, Gibraltar y Ronda, cargo que desempeñó con eficacia y honradez, teniendo que ir incluso a Ceuta para abastecer de provisiones a la plaza que estaba sitiada por el rey de Mequínez. En 1697 fue nombrado administrador de las Rentas Reales de Ocaña y su jurisdicción. Le revoca Hacienda el nombramiento quedando Bances cesante, y tiene que intervenir el propio rey, que le encomienda las superintendencias de Cuenca, Ubeda, Baeza y San Clemente y al final es mandado el calidad de juez inquisidor a Lezuza (Albacete), donde muere casi repentinamente el 8 de septiembre de 1704.
En la copiosa producción dramática de Bances tropezamos con todos los géneros vigentes en el teatro del siglo XVII: entremeses y bailes (Las visiones, El astrólogo tunante, El flechero rapaz); autos (El gran químico del mundo, El primer duelo del mundo, La mística monarquía); comedias de historia nacional (Más vale hombre que el nombre, El sastre del Campillo o Duelos de amor y de celos, La inclinación española y musulmana nobleza, El español más amante y desgraciado Macias); de historia clásica (El esclavo en grillos de oro, Cambises triunfante en Menfis); de historia extranjera (Quién es quien premia al amor, La Garretiera de Inglaterra, Sangre valor y fortuna, El Austria en Jerusalén); costumbristas (El duelo contra su dama, Por su rey y por su dama); filosóficas (La piedra filosofal); religiosas (El vengador de los cielos y rapto de Elías, San Bernardo Abad, en colaboración con Juan Claudio de la Hoz y Mota; La Virgen de Guadalupe); mitológicas (Duelos de ingenio y fortuna); y algunas zarzuelas (Cómo se curan los celos y Orlando furioso, El imposible mayor en amor lo vence amor).
La preparación teológica que Bances Candamo poseía otorga a sus autos un puesto de primera importancia en ese arte menor del teatro religioso.
Las mejores comedias de Bances han de buscarse entre las de historia nacional: El sastre del Campillo, sobre la oposición de León y Castilla, con duelos caballerescos, intrigas amorosas, damas disfrazadas de caballeros, traiciones, etc., todo muy bien dosificado; El español más amante y desgraciado Macías, ya llevado a la escena por Lope de Vega en Porfiar hasta morir, y, sobre todas, Más vale el hombre que el nombre, en la que reacciona briosamente contra el duelo, “¡Ay de España, si no quita / esta costumbre de España!”, y contra el falso concepto del honor, destacando a cada paso la conducta como el mayor timbre de nobleza.
Sin ser mejor que otras, la obra que más prestigio dio a Bances en su tiempo es La piedra filosofal, urdida con retazos de La vida es sueño de Calderón. Bances Candamo es autor también de un poema épico incompleto, en octavas reales, El César africano, sobre la conquista de Túnez por Carlos V; y de una colección de Obras líricas en las que hay poemas notables, como el soneto Vida de aldea, o el romance histórico A la imagen de Santa Magdalena de Pedro de Mena, rico en pasajes de alto valor descriptivo. Y como dijo el poeta asturiano: “Que aquel que afectado ves, /es haciéndose a sí mal, / verdugo del natural / y mártir del interés”.
Francisco Arias Solís

La primera víctima de la guerra es la infancia.

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sábado, 11 de julio de 2009

Leandro Fernández de Moratín por Francisco Arias Solís

LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN
(1760-1828)

“Pero si así las leyes atropellas
si para ti los méritos han sido
culpas; adiós, ingrata patria mía.”
Leandro Fernández de Moratín.

LA VOZ DE UN PROGRESISTA MODERADO

La bella Sabina Conti tenía sólo diez años cuando Moratín –un tímido adolescente- se enamora de ella. Pero la niña le hizo poco caso al poeta, y a los pocos años se casó con su tío, que era mucho mayor que ella.

Gracias a su Diario sabemos de otros muchos amores de Moratín. Quizás su amor más duradero fuese el que profesó a Doña Paquita Muñoz, hija de un militar irascible. Doña Paquita tendría unos veinte abriles, cuando en la primavera de 1798, la conoció Moratín que tenía treinta y ocho años.

El 24 de enero de 1806 estrenó con éxito en el Teatro de la Cruz de Madrid El sí de las niñas. La protagonista se llama como Paquita. A fines de 1806, con cuarenta y siete años, Moratín decidió pedir la mano de Paquita, pero ya había otro pretendiente más afortunado, con el que años más tarde había de contraer matrimonio. El 22 de diciembre de 1822 escribe Moratìn a Paquita: “Exceptuando mi retrato pintado por Goya, venda usted todas las demás pinturas que fueron mías, y aproveche usted de lo que den por ellas”. El retrato de Moratín pintado por Goya se conserva en la actualidad en el Museo de la Real Academia de San Fernando, en Madrid. Moratín dedicó al insigne pintor, una famosa composición poética, que finaliza con estos versos: “Si en dudosa esperanza / culpé de temerosos mis deseos / tú me lo cumples, en la edad futura, / al mirar de tu mano los primores / y en ellos mi semblante, / voz sonará que al cielo se levante / con debidos honores, / venciendo de los años al desvío, / y asociando a tu gloria el nombre mío”.

Leandro Fernández de Moratín nació en Madrid el 10 de marzo de 1760. Hijo del poeta y dramaturgo Nicolás Fernández de Moratín, estudió dibujo y trabajó en un taller de joyería. Su Diario nos permite conocer la vida que llevó Moratín, no sólo en sus años de juventud, sino en sus numerosos viajes –Francia, Inglaterra, Italia-, y en sus años de plenitud en el Madrid de 1797 a 1808, en que estrenó con éxito sus comedias, El viejo y la niña (1790), La comedia nueva o El café (1792), El barón (1803), La mojigata (1804) y El sí de las niñas (1806), y tenía abiertas las puertas del palacio del Príncipe de la Paz, que le protegía con su amistad. Su obra en prosa es muy amplia. Destaca en primer lugar su obra satírica La derrota de los pedantes (1798), en la que arremete contra los malos escritores. Importante es también su obra Orígenes del teatro, en la que muestra un profundo conocimiento de la literatura dramática española, al mismo tiempo que defiende su credo estético. En 1779 la Real Academia Española premió su poema épico La toma de Granada por los Reyes Católicos y en 1782 volvió a premiarlo por Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana, en tercetos, donde ataca en especial al teatro barroco.

“En medio de una crisis de conciencia española –nos dice Vicente Aleixandre-, la figura de Moratín es patética, como pocas”. Azorín, el primero en ver la modernidad de Moratín, habla también de una sensibilidad contradictoria, pues Moratín era reservado y alegre, tímido y decidido cuando lo necesitaba, liberal y conservador.

El Epistolario moratiniano que llena casi medio siglo –la primera carta es de 1872 y la última de 1828- es de un gran valor literario. Pocos españoles de su época escriben un castellano tan puro y a la vez tan sabroso. El drama de la España ilustrada, de la minoría que quería para España las luces de Europa, se revela transparente en muchas de sus cartas, y ese drama, afectaría gravemente el destino de Moratín, que prefirió como Goya, el exilio, antes que vivir en un país donde el control de pensamiento, de las publicaciones y de las conductas, funcionaba implacable y podía conducirle a uno a las cárceles de la Inquisición. Leandro Fernández de Moratín, muere en París el 21 de julio de 1828.

El Moratín juvenil, inquieto, curioso de todo, hábil y terco, perseguidor de puestos oficiales, acaba convirtiéndose, tras los años terribles de la guerra de la Independencia y la represión fernandina, en un Moratín constantemente preocupado y temeroso de perder su libertad, su tranquilidad, que acabó alcanzando en el exilio, y su independencia. Llegó un momento –los años del exilio en Burdeos- en que a Moratín lo único que le importaba –aparte de la literatura y la amistad- era que le dejaran tranquilo “gozando de aquella honesta libertad que sólo se adquiere en la moderación de los deseos “.

Moderado en sus deseos y moderado en política, reprocha a su amigo Melón su “exaltado liberalismo gaditano”. Políticamente, Moratín era un progresista moderado más bien escéptico. Y como nos dijo el poeta y dramaturgo madrileño: “Dócil, veraz: de muchos ofendido, / de ninguno ofensor, las Musas bellas / mi pasión fueron, el honor mi guía”.

Francisco Arias Solis

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