sábado, 11 de julio de 2009

Juan Belmonte por Francisco Arias Solís

JUAN BELMONTE
(1892-1962)

“Allí donde no hay poesía, no hay toreo”.
Juan Belmonte.

LA VOZ DEL ARTE DEL TOREO

Juan Belmonte murió en Sevilla, el 8 de abril de 1962, en su cortijo de “Gómez Cárdena”, el honrado jornalero y famoso torero, que nació el 14 de abril de 1892, en el sevillanísimo barrio de Triana.

Este gran señor del toreo que fue Juan Belmonte era sólo y único de verdad. Mientras vivía Joselito y alternaba con él toreando, los dos eran únicos, los dos estaban solos. La víspera de la muerte trágica de José en Talavera, torearon juntos en Madrid. Los dos sintieron aquel día en que soñaron verónicas de alhelí, que estaban solos; y juntos y solos cada uno con su toro de verdad. Que a José lo mató en la plaza de Talavera. Que a Juan no pudo nunca herirlo de muerte en la arena de los ruedos. ¡Qué soledad más sola y qué verdad más única la de Juan Belmonte, desde la muerte de José! O mejor que sola verdad. “De lo que estoy seguro –nos dijo Belmonte- es que donde de verdad me ganó la pelea Joselito fue en Talavera”. Todo eso lo sintió Juan... Hasta aquella palabras de Valle-Inclán que le decía que sólo le faltaba para ser perfecto, morir en la plaza... Y la contestación belmontiana de: “Se hará lo que se pueda, don Ramón; se hará lo que se pueda...”.

En 1912 Juan se presenta con caballos en la plaza de la Maestranza, con novillos del duque de Tovar, apenas rodó el último novillo, levantaron en hombros a Belmonte, lo sacaron por la Puerta del Príncipe, y así lo llevaron a su casa que entonces estaba en un modestísimo patio de vecinos. Al año siguiente se presentó en Madrid con ganado de Santa Coloma y allí sobre la arena, causa el mismo estupor, el mismo entusiasmo. Tuvo que pasar un tiempo para que su arte se consolidara. Desde el Juan Belmonte de la Oda de Gerardo Diego, galopando entre toros andaluces, al de aquellos tiempos de inicio de su revolución, media un abismo.

El 2 de mayo de 1914 se enfrenta por vez primera en Madrid con Joselito acompañándole Rafael el Gallo con toros de Contreras. La faena de Juan al sexto de la tarde, fue una exposición de la esencia más pura del arte del toreo. El 25 de abril de 1915, en la corrida de Beneficencia obtiene Juan un triunfo clamoroso, sobre todo, por su manera de ligar cuatro naturales seguidos con uno de pecho, que han quedado para la historia como “los cuatro naturales de Beneficencia”. El 21 de julio de 1917, corrida del Montepío de Toreros, con ganado de Concha y Sierra, con Gaona y José. Una monumental faena a su segundo toro de las que no se olvidan nunca y que hizo escribir a un gallista tan caracterizado como don Gregorio Carrochano: “Después de esto nada, no hay más allá”.

Su despedida tuvo lugar en la Feria de San Miguel sevillana en el año 1935, en el que Juan, acompañado del Niño de la Palma y de Manolo Bienvenida, vestido de negro con bordados blancos, decía adiós a sus trajes de luces.

Lo que llamamos emoción en su caída brusca de la conciencia en lo mágico. Y el mundo del toreo es, ante todo, mágico. Juan embrujó el arte del toreo y lo impregnó de viva verdad humana. Juan Belmonte figura torera, dentro y fuera del ruedo, es uno de los ejemplos humanos de vida y de verdad, hondamente andaluz y profundamente español.

En aquella “Edad de Oro” del toreo en que los aficionados se dividían apasionadamente, a veces fanáticamente en “joselistas” y “belmontistas”, eran tiempos de guerra en Europa y de “neutralidad” aparente en España, donde los españoles también se dividían con tanta pasión como los aficionados al toreo, en “aliadófilos” y “germanófilos”. Pero a esa rivalidad que partía en dos a sus frenéticos espectadores, ha sucedido en la memoria de todos las visión justa de su inseparabilidad torera. Fueron únicos y solos los dos: y los dos juntos. Como el sol y la sombra que llena todo el ruedo. Como el oro y la plata que llena toda la plaza. José y Juan, los dos juntos, fueron todo el toreo. Más tarde, cuando los “supervivientes” de la “Edad de Oro” de toreo fundaron la peña “los de José y Juan”, podía ser su presidente, pues nadie como él, para representar todo el toreo.

Juan Belmonte, como artista torero fue único y solo, como lo fue José. Los dos inimitables. Soledades únicas del arte. En la música, en la pintura, en la poesía, en el toreo. El toreo es o no es, como la poesía. Podríamos pensar que se torea en verso... y en prosa. El toreo encuentra su ritmo, su pausa y medida mágicamente, como el poeta y el prosista cuando escriben. Sin medir, pesar ni contar nada... Juan era pura poesía. Quinta esencia del arte. Puro estilo. Un torero genial. La gracia, la emoción y el sentimiento en una solo torero y en un torero solo.

José y Juan, unidos ya para siempre en la inmortalidad de su gloria torera. Y cada uno solo, frente a su destino trágico. José murió “recibiendo” la cornada. Juan fue en busca de la cornada de la muerte. Una muerte que todas las tardes salía a buscarla y nunca pudo encontrarla en el ruedo. Desde que José encontró la muerte. ¡Qué soledad la de Juan! Ni la muerte quiso salir a su encuentro y tuvo que salir, a matar a la muerte.

Al morir Juan, se juntaron para siempre, solos definitivamente únicos en su gloria.

En esta luz de tu mes de abril, solo está el sol y solas las estrellas y solo el inmenso firmamento y solo tu corazón con su silencio y en esta sola soledad, se ve, se oye y se siente el arte de torear que, en cada suerte, busca en la luz la muerte.

Francisco Arias Solís

Por esa libertad bella como la vida.

Foro Libre

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