viernes, 10 de julio de 2009

Leopoldo Lugones por Francisco Arias Solís

LEOPOLDO LUGONES
(1874-1938)

“Luna quiero cantarte
Oh ilustre anciana de las mitologías
Con todas las fuerzas del arte.”
Leopoldo Lugones.

LA VOZ DEL CANTOR DE LA LUNA

El adelanto de rasgos vanguardistas en la obra de Lugones es una de las características más acusadas y que más han admirado tanto las críticas como los poetas. Lugones pretende “cantar a la luna por la venganza de la vida” y hace una referencia, con doble sentido al mencionar a su “maestro” Don Quijote, que posee la luna como vencedor del Caballero de la Blanca Luna, cuando todos sabemos que esa fue la única derrota admitida por el caballero manchego y que le supuso el regreso a su pueblo y a la cordura, la pérdida de la fantasía, la libertad y, a la larga, de la vida.

Leopoldo Lugones Arguello nace en la Villa de María del Río Seco, aldea de la provincia de Córdoba, el 13 de junio de 1874. Hijo de una familia de cierto abolengo, como antecedentes en la alta sociedad criolla peruana, pero venida a menos. En 1882 se traslada la familia a Ojo de Agua, donde comienza su escolaridad. Más tarde, sigue estudiando en el Colegio Nacional de Córdoba. Pero pronto deja de sentirse atraído por los estudios académicos y se dedica a leer de forma constante y libre.

Comienza pronto su actividad literaria a los dieciocho años es director del Pensamiento Libre, periódico literario liberal y como poeta compone Los mundos (1892). En 1895 funda el centro socialista en Córdoba y comienza su larga e intensa actividad política sin abandonar la periodística. Fue uno de los portaestandartes del modernismo y con Jaimes Freyre y Rubén Darío, fundó la Revista de América (1894). En 1896 el escritor argentino establece su domicilio en Buenos Aires donde vivió durante treinta y dos años. Ese mismo año contrae matrimonio con Juana González. Al año siguiente publica su primer libro: Las montañas de oro.

Aunque siempre colaboró con distintos periódicos, especialmente con La Nación, en 1898 comienza su actividad alternativa como funcionario de Correos. En 1901 fue nombrado Inspector General de Enseñanza. En 1903 publica La reforma educacional. Con fecha de 1905 se editaron La guerra gaucha y Los crepúsculos del jardín. Al año siguiente fue comisionado por el gobierno argentino para recorrer varios países europeos. Con la edición de las Fuerzas extrañas (1906), inicia un corto periodo de raro silencio literario que sólo se verá roto en 1909 con Lunario sentimental. A partir de 1910 aparecen El payador, Odas seculares, El libro de los paisajes, La industria de Atenas, La torre de Casandra y El tamaño del espacio. En 1920 rechaza la Legión de Honor que le había concedido el gobierno francés. En 1922 publica Las horas doradas.

A mediados de 1924 es nombrado miembro de la Asamblea de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones. Su prestigio social va en aumento hasta recibir el Premio Nacional de Literatura en 1926.

En Lima, el 11 de diciembre de 1924, pronuncia su famoso Discurso de Ayacucho, conocido como La hora de la espada. “Ha sonado otra vez para el bien del mundo la hora de la espada. Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy...”. Las reacciones al discurso son radicales e inmediatas. Las protestas de estudiantes políticos se suceden y Lugones nunca estuvo tan sólo en esa época.

En 1928 publica Poemas solariegos. El 18 de febrero de 1938 se retira a la zona costera del Tigre (Buenos Aires) y se suicida con cianuro. Meses después se publicaron Roca y Romances del Río Seco.

Toda su obra pretendió ser de utilidad para su país y su gente. La obra en prosa de Lugones va del ensayo político y social (El imperio jesuítico, 1904; Historia de Sarmiento,1911; La grande Argentina, 1930) y otros literarios (El ejército de La Ilíada , 1915; Estudios helénicos, 1924), algunos cuentos y una novela (El ángel de la sombra, 1926), sin olvidar sus innumerables artículos periodísticos de carácter polémico.

La obra de Lugones responde a la contradicción intrínseca del hombre que comenzó anarquizante y socialista y terminó a un paso del fascismo; trayectoria trágica que culminaría en un suicidio y en una frase digna: “Maestro de su vida, el hombre lo es también de su muerte”. De hecho, este fruto de la crisis racionalista magnífica la fuerza, la raza y la nación, como Nietzsche; su orgullo y su idealismo no le impidieron, sin embargo, dejar una de las obras más originales del siglo XX americano, obra de poderosa riqueza verbal, de verso espléndido, de imaginación abundante y de sentido del ritmo; su abundancia llega a convertirse en defecto, porque esa prodigalidad metafórica termina por resultar retórica, aunque difiera mucho de la retórica de estilo.

“Desde el ultraísmo hasta nuestro tiempo –dice Jorge Luis Borges-, su inevitable influjo perdura creciendo y transformándose. Tan general es ese influjo que para ser discípulo de Lugones, no es necesario haberlo leído”. Recordemos, finalmente, los últimos versos de su célebre “Elegía crepuscular”: “Glorioso en mi martirio, sólo espero / la perfección de padecer por ti. / Y es tan hondo el dolor con que te quiero, / que tengo miedo de quererte así”.

Francisco Arias Solís

Solidaridad con el pueblo hondureño.

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