ENRIQUE GIL Y CARRASCO
(1815-1846)
“Mañana ¿qué será de tus encantos
de tus bellos matices, pobre flor?
No habrá pesares para ti, ni llantos,
ni más recuerdos que mi triste amor.”
Enrique Gil y Carrasco.
LA VOZ DE LA MELANCOLIA
La definición del Romanticismo no se absorbe por señalar algunas de sus características significativas. El Romanticismo es algo más que “el liberalismo en la literatura”, como la definió Víctor Hugo. Como también excede el Romanticismo a la difundida opinión que lo asimila a la melancolía y al sentimiento de la nostalgia, pues si eso conviene a una obra como la de Enrique Gil y Carrasco, en absoluto se aproxima a otros autores románticos, basados en un sentimiento de energía, como el Duque de Rivas, Patricio de la Escosura o Quintana.
Gil y Carrasco, el poeta de la melancolía, de la sensibilidad lírica, casi enfermiza, es autor de poco más de una treintena de composiciones, que, no obstante, son suficientes para situarle en un lugar no despreciable entre nuestros poetas del romanticismo.
Enrique Gil y Carrasco nace en Villafranca del Bierzo, el 15 de julio de 1815. Su padre era el administrador de las fincas de la Marquesa de Villafranca. Los primeros años de Enrique pasan en su ciudad natal, hasta que su padre es sustituido en el cargo, y marcha a Ponferrada. Allí estudió en el Colegio de los Padres Agustinos.
En 1829 Enrique Gil ingresa como estudiante en el Seminario de Astorga. Allí permanece hasta 1831. Al año siguiente, acude a la Universidad de Valladolid y se matricula en Leyes.
En septiembre de 1836 el poeta se encuentra ya en Madrid, donde frecuenta las reuniones de “El Parnasillo” en compañía de lo más granado de la literatura del momento: Mesonero Romanos, Ventura de la Vega, Bretón de los Herreros y Larra, entre otros muchos.
Con la apertura del Liceo (1837) Enrique Gil empieza a ser conocido como poeta. Espronceda, lee públicamente en diciembre de ese año la composición “Una gota de rocío” de Enrique Gil, que inmediatamente se publicará en El Español.
Enrique Gil comienza en el año 1838 su colaboración en El Correo Nacional y ese mismo año uno de sus poemas, “La niebla”, es seleccionado para el album de sus composiciones poéticas que El Liceo regala a doña María Cristina de Borbón.
Sus colaboraciones y su obra poética no dejan de crecer durante el año 1839, hasta que sintiéndose enfermo emprende viaje a Ponferrada para reparar su salud al lado de su familia. Durante su retiro escribe su primera novela, El lago de Carucedo (1840).
De regreso a Madrid, Espronceda le obtiene el puesto de ayudante de la Biblioteca Nacional. Funda con su amigo Miguel de los Santos Alvarez la revista El Pensamiento.
La muerte de Espronceda, le hace escribir en 1842 su último poema “A Espronceda”, que leerá ante la tumba del poeta, en el cementerio de San Nicolás. Ya no volverá a componer más obra lírica, pero en ese mismo año redacta El señor de Bembibre, considerada la novela histórica española más importante de la época romántica y que tiene como telón de fondo la disolución de los templarios en España.
En 1844 Enrique Gil llega a Berlín para desempeñar su cargo de representante de España en Prusia. La suerte le sonríe, pues el sabio barón Humboldt lee con interés su novela El señor de Bembibre y se convierte en entusiasta de ella. Por su mediación el propio rey de Prusia lee El señor de Bembibre . “En las páginas de este libro nace –decía Azorin-, por primera vez en España, el paisaje en al arte literario”. Y añade: “El Bierzo lo ha pintado Enrique Gil”.
Estos éxitos no pueden sin embargo detener el curso de su enfermedad. Afectado por la dureza del invierno, Enrique Gil pide permiso para retirarse a Niza, a descansar en clima más benigno. Prepara el viaje, pero antes de realizarlo recae gravísimamente enfermo y ya no puede levantarse de la cama. Fallece el 22 de febrero de 1846, a los treinta y un años de edad.
Su poema “La violeta” figura en las cien poesías líricas escogidas por Menéndez Pelayo entre lo mejor de la literatura española antigua y moderna. A dicho poema pertenecen estos versos: “Irá a cortar la humilde violeta / y la pondría en su seno con dolor, / y llorando dirá: “¡Pobre poeta! / ¡Ya está callada el arpa del amor!”.
Francisco Arias Solís
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miércoles, 29 de julio de 2009
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