jueves, 5 de abril de 2007

LIBERTAD DE EXPRESIÓN POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Has de ser austero, sobrio;
comedido en el hablar;
templado en el escribir,
porque la pluma se va
y escrito queda lo escrito,
que nunca podrás tachar.”
Antonio Agraz.

EN VITALACIA MINORIA DE EDAD

El pueblo ya lo tiene todo. El pueblo ya lo sabe todo. Esta sabiduría popular, anónima y colectiva, de la que mana el Universo y la Regla de Oro, es el tipo de demagogia favorita del poder. Lo que el pueblo no tiene, porque lo perdió en negligentes neblilunios, lo recobrará. Lo que aún no sabe, porque lo olvidó en degradantes desidias, lo reaprenderá. Y mientras el Sistema es depositario de la verdad, de la objetividad, y del bien. Porque el Sistema paternal e ilustrado, como un Bela Bartok plural y amantísimo, recoge el “latir del pueblo” para que no se pierda el tesoro escondido. Este tesoro, recompuesto por diseñadores puros, le será devuelto al pueblo por sus pasos contados si persevera en la escuela y en la paciencia. El pueblo halagado por esas virtudes raciales que se le endilgan, cae a veces en la folklórica trampa. Contribuye a su credulidad la ignorancia simple. Y también la información compuesta. “Información” que el Sistema facilita con la colaboración de algunos medios.

El buen pueblo, la “mayoría silenciosa” a la que el poder gusta de mantener en vitalicia minoría de edad, se cree lo que le dicen. Cuando alguien, un impertinente y solitario individuo, aventura alguna novedad que se supone puede erosionar el dogma, el poder atenúa o apaga el volumen de su voz y sanseacabó. El poder lo hace por el bien del pueblo, y el pueblo en general se lo agradece al poder. El poder ha coartado, es cierto, la libertad de un individuo que también forma parte del pueblo, pero ¿qué significa el sacrificio de un individuo, que además suele ser un soberbio intelectual, ante el bienestar general? “La Inquisición era -dice Fernando Diaz-Plaja-, contra lo que se cree hoy, popular. En primer lugar porque cuando atacaba, lo hacía a una minoría selecta, totalmente desligada de la masa. Que Fray Luis de León estuviera años y años en la cárcel, podía molestar a unos estudiantes o colegas, pero el pueblo pensaba que, cuando lo habían hecho, sus razones habría”.

“En Carballeda de Abajo o en Garbanzal de la Sierra -escribe Unamuno- las más de las gentes no saben leer, y los que saben leer no leen apenas, y son pocas personas las que reciben periódicos, y a esas personas con cuatro noticias les basta. Ir a hablar allí de libertad de prensa resulta ridículo”. Quizá resulte ridículo, quizá en Garbanzal de la Sierra no tienen hábito los viernes por la tarde de escuchar conferencias, pero, ¿de verdad que no afecta a los habitantes de Garbanzal de la Sierra, a su índice de analfabetismo y al hábito mismo de escuchar ( o de dar) conferencias, la libertad de prensa? Carballeda de Abajo es posible que esté -quizá cada vez lo esté menos- habitada por gentes desinteresadas por la libertad de pensar o cualquier otro tipo de libertad. Gentes con una conformidad como un páramo. Azorín pensaba que en esa conformidad de las gentes sencillas estaba “el secreto de la paz espiritual, de la ecuanimidad, de la dicha”. En un viaje reciente a un pueblo andaluz una chica inteligente de la clase acomodada venida a menos, me colocó este párrafo: “Los jornaleros, antes, eran felices con un poco de cante, un cacho de pan y unas olivas. Hoy, con tanto libro sobre el subdesarrollo de Andalucía y demás, la gente está muy triste, y los obreros del campo andan como revueltos y del mal humor. Vivían mejor hace unos años, cuando sólo había un sindicato”. También son de Azorín estas palabras sobre este “pueblo” sano y formidable que deja “que las cosas que nos podemos remediar sigan su curso lento, inexorable y eterno”. Nos describe el estoico escritor de Monóvar la “vida de un labrantín”, miembro bastante representativo de la mayoría silenciosa de primeros del siglo XX, esencialmente rural: “Sus nociones políticas son harto vagas, imprecisas: ha oído alguna vez algo de los señores que gobiernan, pero él no sabe quiénes son ni que es lo que hacen. Su moral está reducida a no hacer daño a nadie y a trabajar todo lo que pueda”. Estupendo y paradigmático sujeto que no tiene ningún problema como ciudadano, ya que, nacido para súbdito, jamás pedirá, porque no sabría qué decir, explicación alguna. Excelente y ejemplar agente productivo, enseñado desde siglos a trabajar calladamente todos los días del año, sin esperar demasiado a cambio. Está claro que individuos así, que no necesitan libertad alguna, que no les interesan las libertades que los intelectuales pueden tomarse porque o no saben leer o no leen, y que cumplen con creces, por lo que a ellos respecta, las previsiones de los programas del poder, son una bendición para las clases dominantes de un país y de una época.

“Libertad, ¿para qué clase? ¿Con qué fin?”, se pregunta Lenin, en texto citado y recitado hasta el infinito. Lenin no cree “que pueda hablarse de libertad y de igualdad, en general (...) mientras no sean abolidas las clases”, como todo el mundo sabe, y llega a afirmar que “cuánto más democrática es una república, más brutal y cínica es la denominación del capitalismo”. Hay que restregarse los ojos cuando se leen tales afirmaciones. Vaya, que no, que una república no aumenta la brutalidad y el cinismo de la dominación capitalista cuanto más democrática es, sino al revés: cuánto menos democrática. En una verdadera democracia, los abusos del capitalismo serían cada vez más difíciles de perpetrar. Es más, en una verdadera, democracia, el capitalismo, en lo que tiene de expoliador, opresor y alienante, se iría debilitando paulatinamente. El capitalismo, en una verdadera democracia, moriría de muerte gradual (y natural). Lo que ocurre es que el capitalismo y su aparato de poder hacen todos los posibles para que la democracia sea sólo superficial y esté trucada. Y aún así, aun en las democracias falsamente liberales y burdamente representativas que conocemos, aun en estas democracias imposibilitadas de serlo por vicios de origen, el capitalismo está pronto a cargarse la democracia cuando las virtualidades igualatorias del espíritu democrático comienza la inevitable erosión del andamiaje injusto.

Finalmente, diremos, que en la más imperfecta de las democracias, como en el más perfecto de los totalitarismos, la libertad de expresión, aunque sólo puedan ejercerla unos pocos, beneficia más a la mayoría, a la totalidad del personal, que la ausencia o negación de esa libertad. Y como dijo el poeta: “Loco le llaman las gentes, / loco porque a voces dice: “Soy esclavo de mí mismo. / ¡Gracias a Dios que soy libre!”

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias


LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Has de ser austero, sobrio;
comedido en el hablar;
templado en el escribir,
porque la pluma se va
y escrito queda lo escrito,
que nunca podrás tachar.”
Antonio Agraz.

EN VITALACIA MINORIA DE EDAD

El pueblo ya lo tiene todo. El pueblo ya lo sabe todo. Esta sabiduría popular, anónima y colectiva, de la que mana el Universo y la Regla de Oro, es el tipo de demagogia favorita del poder. Lo que el pueblo no tiene, porque lo perdió en negligentes neblilunios, lo recobrará. Lo que aún no sabe, porque lo olvidó en degradantes desidias, lo reaprenderá. Y mientras el Sistema es depositario de la verdad, de la objetividad, y del bien. Porque el Sistema paternal e ilustrado, como un Bela Bartok plural y amantísimo, recoge el “latir del pueblo” para que no se pierda el tesoro escondido. Este tesoro, recompuesto por diseñadores puros, le será devuelto al pueblo por sus pasos contados si persevera en la escuela y en la paciencia. El pueblo halagado por esas virtudes raciales que se le endilgan, cae a veces en la folklórica trampa. Contribuye a su credulidad la ignorancia simple. Y también la información compuesta. “Información” que el Sistema facilita con la colaboración de algunos medios.

El buen pueblo, la “mayoría silenciosa” a la que el poder gusta de mantener en vitalicia minoría de edad, se cree lo que le dicen. Cuando alguien, un impertinente y solitario individuo, aventura alguna novedad que se supone puede erosionar el dogma, el poder atenúa o apaga el volumen de su voz y sanseacabó. El poder lo hace por el bien del pueblo, y el pueblo en general se lo agradece al poder. El poder ha coartado, es cierto, la libertad de un individuo que también forma parte del pueblo, pero ¿qué significa el sacrificio de un individuo, que además suele ser un soberbio intelectual, ante el bienestar general? “La Inquisición era -dice Fernando Diaz-Plaja-, contra lo que se cree hoy, popular. En primer lugar porque cuando atacaba, lo hacía a una minoría selecta, totalmente desligada de la masa. Que Fray Luis de León estuviera años y años en la cárcel, podía molestar a unos estudiantes o colegas, pero el pueblo pensaba que, cuando lo habían hecho, sus razones habría”.

“En Carballeda de Abajo o en Garbanzal de la Sierra -escribe Unamuno- las más de las gentes no saben leer, y los que saben leer no leen apenas, y son pocas personas las que reciben periódicos, y a esas personas con cuatro noticias les basta. Ir a hablar allí de libertad de prensa resulta ridículo”. Quizá resulte ridículo, quizá en Garbanzal de la Sierra no tienen hábito los viernes por la tarde de escuchar conferencias, pero, ¿de verdad que no afecta a los habitantes de Garbanzal de la Sierra, a su índice de analfabetismo y al hábito mismo de escuchar ( o de dar) conferencias, la libertad de prensa? Carballeda de Abajo es posible que esté -quizá cada vez lo esté menos- habitada por gentes desinteresadas por la libertad de pensar o cualquier otro tipo de libertad. Gentes con una conformidad como un páramo. Azorín pensaba que en esa conformidad de las gentes sencillas estaba “el secreto de la paz espiritual, de la ecuanimidad, de la dicha”. En un viaje reciente a un pueblo andaluz una chica inteligente de la clase acomodada venida a menos, me colocó este párrafo: “Los jornaleros, antes, eran felices con un poco de cante, un cacho de pan y unas olivas. Hoy, con tanto libro sobre el subdesarrollo de Andalucía y demás, la gente está muy triste, y los obreros del campo andan como revueltos y del mal humor. Vivían mejor hace unos años, cuando sólo había un sindicato”. También son de Azorín estas palabras sobre este “pueblo” sano y formidable que deja “que las cosas que nos podemos remediar sigan su curso lento, inexorable y eterno”. Nos describe el estoico escritor de Monóvar la “vida de un labrantín”, miembro bastante representativo de la mayoría silenciosa de primeros del siglo XX, esencialmente rural: “Sus nociones políticas son harto vagas, imprecisas: ha oído alguna vez algo de los señores que gobiernan, pero él no sabe quiénes son ni que es lo que hacen. Su moral está reducida a no hacer daño a nadie y a trabajar todo lo que pueda”. Estupendo y paradigmático sujeto que no tiene ningún problema como ciudadano, ya que, nacido para súbdito, jamás pedirá, porque no sabría qué decir, explicación alguna. Excelente y ejemplar agente productivo, enseñado desde siglos a trabajar calladamente todos los días del año, sin esperar demasiado a cambio. Está claro que individuos así, que no necesitan libertad alguna, que no les interesan las libertades que los intelectuales pueden tomarse porque o no saben leer o no leen, y que cumplen con creces, por lo que a ellos respecta, las previsiones de los programas del poder, son una bendición para las clases dominantes de un país y de una época.

“Libertad, ¿para qué clase? ¿Con qué fin?”, se pregunta Lenin, en texto citado y recitado hasta el infinito. Lenin no cree “que pueda hablarse de libertad y de igualdad, en general (...) mientras no sean abolidas las clases”, como todo el mundo sabe, y llega a afirmar que “cuánto más democrática es una república, más brutal y cínica es la denominación del capitalismo”. Hay que restregarse los ojos cuando se leen tales afirmaciones. Vaya, que no, que una república no aumenta la brutalidad y el cinismo de la dominación capitalista cuanto más democrática es, sino al revés: cuánto menos democrática. En una verdadera democracia, los abusos del capitalismo serían cada vez más difíciles de perpetrar. Es más, en una verdadera, democracia, el capitalismo, en lo que tiene de expoliador, opresor y alienante, se iría debilitando paulatinamente. El capitalismo, en una verdadera democracia, moriría de muerte gradual (y natural). Lo que ocurre es que el capitalismo y su aparato de poder hacen todos los posibles para que la democracia sea sólo superficial y esté trucada. Y aún así, aun en las democracias falsamente liberales y burdamente representativas que conocemos, aun en estas democracias imposibilitadas de serlo por vicios de origen, el capitalismo está pronto a cargarse la democracia cuando las virtualidades igualatorias del espíritu democrático comienza la inevitable erosión del andamiaje injusto.

Finalmente, diremos, que en la más imperfecta de las democracias, como en el más perfecto de los totalitarismos, la libertad de expresión, aunque sólo puedan ejercerla unos pocos, beneficia más a la mayoría, a la totalidad del personal, que la ausencia o negación de esa libertad. Y como dijo el poeta: “Loco le llaman las gentes, / loco porque a voces dice: “Soy esclavo de mí mismo. / ¡Gracias a Dios que soy libre!”

Francisco Arias Solise-mail: aarias@arrakis.esURL: http://www.arrakis.es/~aarias
WIKIPEDIA: http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Arias_Sol%C3%ADs



Siempre podemos hacer algo por la paz y la libertad. Aviso: Se ruega a los internautas que pongan en sus páginas el logotipo o banner de Internautas por la Paz y la Libertad que figura en la URL:http://www.arrakis.es/~aarias/internau.htm

Gracias.



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